Mis sueños me dan la lata de un modo caprichoso, si no no serían sueños. A veces constan de varias entregas, espaciadas entre los meses, de forma que son como los capítulos de una saga. Por ejemplo, en el pasado soñé que mi padre estaba vivo y había tenido una amante de la que había tenido un hijo. Hoy he soñado que íbamos mi hermano y yo a conocerlos con mi padre a un pueblo de Andalucía. Entramos en un lugar que parecía al mismo tiempo una cámara acorazada y uno de esos enormes casones de pueblo de varios pisos, que funcionaba como la delegación de CC. OO. Tras pasar por varias cámaras estancas del tamaño de cuchitriles y con diversos controles, nos condujeron a un amplio salón de techo muy alto que funcionaba como un asilo de ancianos, con muy poca luz, donde estaban tomando café en grupos en varias mesas viejos de cara apenas discernible. Yo había dejado atrás a mi padre y a mi hermano, que estaba tan cabrón como siempre y tenía más estatura que yo (quizá yo me sentía del tamaño de un niño). Entonces la trama se complica con no sé qué de fotos de la guerra civil y busco a mi padre y a mi hermano para que me indiquen dónde están los que había venido a conocer. Ahí se interrumpe el sueño. Creo que no los llegaré a conocer, ya que la esencia de los sueños siempre es una frustración. En todo caso, la serie se prolongará con una entrega más... quizá.
La interpretación que doy al sueño a través de su simbología es simple: entro en la muerte y busco en ella lo que me interesa, pero no encuentro nada.
Mi subsconsciente y yo nos conocemos muy bien y apenas nos engañamos ya el uno al otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario