domingo, 14 de agosto de 2011

He estado de vacaciones

Estuve de vacaciones conociendo el boscoso y montuoso norte de Portugal, un lugar lleno de setas, gnomos y ermitas encantadas. Fue un trayecto de una semana corta en autocar a través de nueve ciudades portuguesas y una española, por orden de llegada Salamanca, Coímbra, Nelas, Viseu, Seia, Aveiro, Porto, Guimarâes y Braga. El mayor inconveniente de esta forma de viajar es que vas siempre con la hora pegada al culo, pero reporta más ventajas: aprendes mucho, no pierdes el tiempo y terminas conociendo a mucha gente en la estrecha convivencia que brindan los incómodos pasillos del autocar y del hotel, las paradas para mear, fumar, desayunar, desarrugarse y tirarse pedos y las carrerillas para seguir al guía por los intrincados vericuetos y callejuelas medievales por donde se mete o filtra. La guagua que nos llevaba (el autobús estaba lleno de canarios), era lo que los manchegos llamamos pava o viajera, por no usar el feo anglicismo autopullman, que parece superhéroe de historieta o dispositivo automotriz. El guía era un portugués muy vivo y de Viseu llamado Armando, lleno de labia y política y no poco guapo, si hemos de juzgar por los ojos de terneras degolladas de algunas de las turistas: moreno, bien proporcionado, rizado de cabello. Me comentó que estudió Bellas Artes y que nunca había tenido que hacer un currículum; dejó su carrera porque le gustaba tratar con la gente y se le daba muy bien; era hombre culto.

El grupito estaba formado por varias familas canarias y otras sueltas: almeriense, cordobesa, gallega, una manchega, la mía, etcétera. Todos nosotros de clase media baja; gente bien educada y admirable, por los que sentí un legítimo orgulloy confirmé que, como escribió Richard Ford, el pueblo español es muy superior en todos los sentidos a sus gobernantes. Había dos o tres bellezones; en una parejita de novios jóvenes, a una rubia le asomaba una teta izquierda tatuada primorosamente como una loza talaverana; no me pareció bien por la propia salud de su usuaria; ¿y si le tienen que hacer una mamografía? ¿Cómo podrá curar la adicción al té de sus retoños? Las demás muchachas eran unas jovencitas normales, tirando a guapas, morenas como se estila en unas islas doblemente afortunadas por tenerlas a ellas. Los canarios eran muy cantarines; una pareja, de hecho, pasó su juventud actuando en salas de fiestas y nos obsequió con una isa al alimón.

El viaje fue incómodo: si uno mide más de uno ochenta, y aun ochenta y siete, como es mi caso, tiene que encajarse en los asientos españoles como una pieza de tetris y cambiar continuamente de postura si pretende dormir, mucho más si padece algún mal de columna o de rodillas, y sale del potro de tormento con calzador, apalancado y brusco como un muelle no muerto o una lagartija con interrupciones. El reposacabezas nunca llega a tocarte la nuca y tienes la sensación de que te cuelga como la de un gallo tras la solución final.


Portugal es decadente y se dice pobre, pero a mí me recuerda a España; sería más español si, en vez de haber avecindado con Inglaterra, lo hubiera hecho con Francia. Y es un país orgulloso: hasta sus chabolas tienen ínfulas y pretenden la gloria arquitectónica; sin embargo las paredes están invariablemente deslucidas, cuando no se curan en salud con invariables fachadas de azulejo. En gastronomía son unos golosos; les fascina lo dulce y por eso son grandes confiteros; hasta sus vinos como el Oporto y  Madeira son dulces y en eso son muy británicos. En Portugal se dice que hay trescientas sesenta y cinco maneras de hacer el bacalao, pero quienes se han tomado la molestia de contarlas llegan a las dos mil; es comida humilde, porque casi toda la flota mercante de Portugal, por esos líos de los tratados internacionales, era bacaladera. La fórmula mejor es la del Bacalao a la Braga, y la más humilde la del bacalao con ajo o con patatas al puñetazo. También son típicas las francesinhas, una especie de hamburguesa diseñada por un emigrante hambriento, y los ovos mole, de origen monjil, y que consisten en yemas de huevo envueltas herméticamente en una especie de obleas con formas artísticas. El vino de oporto es un primor, muy dulce y afrutado, de unos veinte grados, por lo que sólo se puede tomar antes y después de las comidas, ya que si no te deja fuera de combate. En realidad no es un vino: se detiene su evolución a la mitad y por ello se puede juzgar como una especie de mosto con alcohol. El portugués es sonoro y musical, aunque no tan melódico como el italiano, y engañosamente parecido al español, ya que un portugués cerrado no lo entendería ni siquiera un gallego. Borracho en portugués significa lo mismo que guapo, por lo que hay que tener cuidado si os lanzan piropos, que podéis malinterpretarlos. También hay problemas para pedir pilas de cámara; en portugués pila es lo que en (mal) español polla, y una turista, aunque iba advertida, pidió una pila grande. El aparato masculino se denomina gaita, por lo que entendí mejor eso de que la sidra El gaitero es famosa en el mundo entero... será por lo diurética que es. Se come muy barato, comparado con España; un menú normal te viene a costar seis euros y medio; en España es difícil encontrar uno por menos de nueve o diez.


Casi todo el país, que tiene unos once millones, vive en la franja costera; el interior está prácticamente deshabitado; acaso por eso la relación histórica con España ha sido tan escasa: no ha habido mucho contacto. Parece imposible, pero es así. Fuera de esto, de esos once millones casi la mitad se halla concentrada en dos ciudades, Oporto y Lisboa, y dos millones emigrados en París: uno de cada cuatro parisinos es portugués. Si ustedes van a ver un mapa de esa especie de "norte sur de gran cortura", por rehacer el verso de Alonso de Ercilla, especie de Chile resumido, que es Portugal, verán lo que les digo (seguirá).

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