Un clarísimo ejemplo de que la historia (en España) se repite, escrito por el revolucionario manchego Félix Mejía (Ciudad Real, 1776 - Madrid, 1853), bajo el pseudónimo La Abuela (que escogió por lo de "Cuénteselo a mi abuela":
“Lo que fue, es y quizá será”, en Suplemento núm. 75 a El Eco del Comercio núm. 743 (30-I-1845), pp. 9-12.
Ya os he dicho otra vez, mis amados nietos, que llevo no pocos días de estar de mal humor, de muy mal humor contra los progresistas; y a fe que no ha de pasar de hoy el daros explicación amplia, suficiente y cumplida acerca de los motivos que me asisten para mirar de reojo cuanto huele a las gentes del progreso. Mi memoria no es, que digamos, de las más felices; pero, en trueque, las razones que diere podrán servir de punto de comparación para analizar los hechos en que no me detenga. Pésame en el alma que los directores de orquesta en la farsa representada por los progresistas haya sido tan casquivanos, tan meticulosos y tan bobos; pero, como yo no he tenido vela en el entierro, cruja el látigo y rásquese las piernas aquel a quien alcance el latigazo.
El adviento de los progresistas a este suelo normal de las anomalías se realizó después de una larga y sarnosa experiencia que había fomentado entre cuero y carne de cada prójimo una comezón irresistible de vivir como Dios manda, sin ladrones ni apaleadores, sin holgazanes ni picapleitos, sin amos ni esclavos. Si los progresistas saben la doctrina cristiana, se penetrarán de que ninguna de las susodichas bestias feroces cabe en la ley de Dios, porque para este no hay acepción de personas, y todas ellas sin excepción viven, se mueven y están en él. Estas verdades, más grandes que Sierra Nevada, más fecundas que el Potosí y más duraderas que el valle de lágrimas donde nos rebullimos, no han servido para nada hasta ahora entre los progresistas y, en cuantos pasos han dado, les han dejado a la orilla del camino como piedra picada para su entretenimiento. Esto ha sido para ellos una serie de notas como las de los libros antiguos, colocadas siempre al margen de la obra y sujetas a la cuchilla del encuadernador. El ciego llevaba de noche una linterna para que nadie tropezase con él: estas verdades despiden tanta luz que no hay topo que se atreva a llegar a ellas.
Aplicación al canto, y quien riere que pague. El progreso es la esencia de todos los seres racionales o irracionales, animales o inanimados, vegetales o minerales. De esta regla se exceptúan los situacioneros: el porqué, acaso lo encontréis en El porqué de las ceremonias que anuncian las esquinas: ahora se anuncia todo, y sobre todo lo que huele a lo que aburre a todos.
Pues, como iba diciendo, nietos míos, sin progreso nada existe, y una idea sin progreso es un imposible (excepto en la situación) porque sería un absurdo. El vivir es progreso, el comer es progreso, el pensar es progreso... ¿Y el jugar a la bolsa? Eso, preguntadlo a los que ayer no tenían camisa y hoy cuentan sus rentas por talegas, habiendo dejado sin camisa a los que no han sabido tanto como ellos. Y, siendo todo en la tierra progreso, ¿cuáles son sus condiciones esenciales y sagradas para todo dominador? La primera, no impedir el mismo progreso en parte alguna, y esa es la libertad; la segunda, no conseguir que criatura alguna lo impida a otra, y esa es la igualdad; la tercera, impeler a todos a que progresen en beneficio común, para hacer más beneficioso el progreso particular, y esa es la fraternidad; la cuarta, premiar en proporciones iguales a los que más ayuden al progreso general y castigar en las mismas proporciones a cuantos se le opongan, y esa es la justicia.
De manera que las bases esenciales de todo sistema social, si ha de ser conforme a la ley de Dios, son LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD, JUSTICIA. En flaqueando una siquiera de estas cuatro bases, adiós sociedad, porque es imposible cumplir la única ley divina que está impuesta al hombre para con el hombre: AMA A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO.
Todo esto es más claro que la luna de enero y tan cierto como las desgracias de España, a las cuales ha permanecido sorda sin disputa alguna la dominación progresista. No hay que fruncir las cejas, porque la verdad es la verdad y, si no, vamos por partes.
¿Qué han hecho los progesistas con la libertad?
Antes y después y siempre, en los pueblos chicos y en los pueblos grandes, los ricos han sido los tiranos de los pobres. Que el rico llevara una capa de canónigo, un escudo de marqués, unos entorchados de general, una garnacha de togado, un tintero de escribano, una vara de alcalde o un uniforme de miliciano nacional, el rico siempre ha sido rico y, por consiguiente, tirano del pobre.
Elecciones de ayuntamiento: ¿quiénes serán los concejales? Según la ley escrita las elecciones son libres; los concejales serán los que quiera el ricacho del pueblo. Elecciones de diputaciones provinciales: ¿quiénes serán los diputados? Las elecciones son libres: los diputados saldrán según la voluntad de los ricachos del partido. Elecciones para diputados a Cortes. ¿Quiénes serán los diputados? Las elecciones son libres: los diputados serán a gusto de los ricachos de cada colegio. - ¿Quién nombra oficiales en la Milicia ? ¿Quién nombra médicos y cirujanos y profesores de primeras letras y aklguaciles del común y repartidores y peritos y comisionados para cuanto haya de sustancioso y chupable? ¡Los ricos, siempre los ricos! Y ¡VIVA LA LIBERTAD ! Así sucedía antes de que los progresistas mandaran, así sucedió mientras los progresistas mandaron, así quedó establecido que sucediese para cuando ellos acabaran de mandar. Nietos míos, meted cada cual la mano en el pecho y declarad si la abuela miente.
Y... ¿qué han hecho los progresistas con la igualdad?
Esto da miedo. En los tribunales, el cuitado que no justifica poseer menos de cien ducados de renta, si litiga con un millonario, ha de pagar tanto como este cuando no hay condenación de costas, las cuales a veces montan más que el capital de aquel, y, mientras dura el pleito, el pobre que no pueda defenderse por pobre ha de dejar de comer si quiere litigar, pues de otro modo ni se diligencia ni se pedimentea. En la guerra, el rico pone sustitutos y el pobre paga con su cuerpo esa bestial contribución de antropófagos llamada quintas. En la administración, el rico es atendido y el pobre es rechazado en las oficinas. En el gobierno de los pueblos, el rico dispone de los caudales públicos y el pobre ni aun puede pedirle cuentas. En las contribuciones, los ricos, siendo los menos, contribuyen con muy poco en consumos y contribuciones indirectas, y los pobres, que son los más, cubren casi el total de ingresos, descontando el importe del jugo de su quilo. En la religión, finalmente (y ¡esto es horrible!) el rico es recibido pomposamente en los templos al nacer, al casarse y al morir, y el pobre entra temblando y sale deprisa cuando nace o se casa, y halla cerradas las puertas del templo cuando se muere. Por el rico se dicen abundantes sufragios, por el pobre pocos labios se mueven a orar: el viático va a compás de una orquesta mundana a la casa del rico enfermo y apenas se hace anunciar por una triste campanilla al zaquizamí del pobre: el rico puede casarse con su parienta porque tiene dinero para solicitarlo de Roma; el pobre no puede celebrar semejante enlace porque su influjo no se extiende hasta la corte romana. Así encontraron los progresistas el país y así lo dejaron. Si estas verdades os parecen muy desnudas, cubridlas, nietos míos, con esta proclama que han fijado por todas partes los progresistas: TODOS LOS ESPAÑOLES SON IGUALES ANTE LA LEY.
Y... ¿qué han hecho los progresistas con la fraternidad?
Contad los generales, los obispos, los canónigos, los empleados de todos los ramos y los establecimientos de toda especie que viven de sobra entre nosotros, y esos son otros tantos enemigos del progreso común, porque cada uno de ellos quiere exclusivamente su progreso personal, sus goces, sus privilegios y su invasión sobre los derechos comunes de sus hermanos. Llegaos a uno de esos innumerables ociosos a sueldo de la nación y decidles que cedan algo de la posición que ocupan siquiera en bien del país y ya oiréis su respuesta. Este es el puerto de arrebata-capas: aquí estamos al que pilla-pilla; quien sea bobo, que se aburra. Semejantes teorías dominaban en España antes de los progresistas, dominaron con los progresistas y quedaron dominando sin los progresistas. Tended la vista, nietos míos, por vuestros lugares y aldeas, que no me dejarán mentir.
Y... ¿qué han hecho los progresistas con la justicia?
Excusado es preguntarlo. Donde no hay libertad no hay justicia, porque la libertad sólo desaparece ante la fuerza y la fuerza mata al derecho de reclamar justicia. Donde no hay igualdad no hay justicia, porque toda justicia viene de Dios y Dios ha dicho que todos los hombres son iguales. Donde no hay fraternidad no hay justicia, porque la fuente de toda justicia es el amor, y no hay amor donde no hay fraternidad. Además, en el terreno de los hechos, ¿habéis visto ahorcar a algún ministro, a algún poderoso, a alguno de todos esos grandes criminales que todos conocéis o, cuando menos, acusáis? ¿Los habéis visto siquiera comparecer delante de los tribunales? Un escritor ha dicho que en todos los países las leyes son como las telarañas, que los moscardones las traspasan impunemente y sólo sirven para enredar a las moscas. Y ¿no han variado por ventura los progresistas esta aborrecible condición de las leyes? (Esto no es negar que los progresistas hayan hecho algo, pero ¡¡¡ha sido tan poco, tan poco!!!)
Lo que hay de más gracioso, si gracia maldita tiene el lance, es que ahora se lamentan de su suerte, levantan el grito hasta el cielo y día y noche no cesan de acusar a los situacioneros de todos los males que están lloviendo a cántaros sobre esta patria de los Riegos y de los Calomardes, de los estos y de los aquellos. Nadie diría sino que todos somos tan flacos de memoria o tan gordos de torpeza que ni uno siquiera haya de recordar y conocer la causa verdadera de los males presentes. No hay que refunfuñar, digo, porque la verdad es antes que todo y ¡ojalá que durante la dominación progresista la imprenta no se hubiera ocupado en otra cosa que en proclamar verdades de a folio! Y sea dicho esto en paz de los que entonces hablaron un tantico como convenía, que fueron pocos y mal avenidos.
Y... ¿qué debieran haber hecho los progresistas?
La pregunta parece embarazosa, pero aquí cuadra perfectamente, si no me engaño, la respuesta que cierto diputado dio una vez a cierto ministro. Sabida cosa es que, entre nosotros, la petulancia suple a la ciencia: hay hombre que, aun entre los beduinos, sólo serviría para memorialista y, en España, aspira a ministro de cualquiera ramo. Dicen que Mayáns no sabe hacer un pedimento de cajón... y tiene valor para ser ministro de Gracia y Justicia; ignoro si la noticia es algún falso testimonio, porque, aunque de palabra no sabe hablar, quizá sepa escribir por escrito: lo único que me consta es que el tal señor firma como ministro del tal ramo... Pero su alma en su palma y vamos al dichico del diputado.
Reinaba aquel día en la asamblea legislativa una de esas borrascas que de vez en cuando empañan el alegre cielo de los ciento veinte mil reales que de hito en hito mira todo ministro previsor. Varios diputados habían tenido la rareza de llamar desatinada a la administración entonces reinante, en lo cual sólo manifestaban una simpleza acomodable a todas las administraciones conocidas entre los descendientes de Pelayo desde fines del siglo último. Los ministros, arrebatados por los impulsos de su amor patrio, de su amor propio y de su amor a los ciento veinte mil reales, vomitaron anatemas solemnes contra la oposición, hasta que uno de ellos preguntó: Si todo lo que hemos hecho hasta aquí es malo, ¿qué hemos de hacer en adelante para obrar bien? A tan modesta pregunta, el diputado contestó: Todo lo contrario.
Reinaba aquel día en la asamblea legislativa una de esas borrascas que de vez en cuando empañan el alegre cielo de los ciento veinte mil reales que de hito en hito mira todo ministro previsor. Varios diputados habían tenido la rareza de llamar desatinada a la administración entonces reinante, en lo cual sólo manifestaban una simpleza acomodable a todas las administraciones conocidas entre los descendientes de Pelayo desde fines del siglo último. Los ministros, arrebatados por los impulsos de su amor patrio, de su amor propio y de su amor a los ciento veinte mil reales, vomitaron anatemas solemnes contra la oposición, hasta que uno de ellos preguntó: Si todo lo que hemos hecho hasta aquí es malo, ¿qué hemos de hacer en adelante para obrar bien? A tan modesta pregunta, el diputado contestó: Todo lo contrario.
Aplicad, nietos míos. ¿Qué debieran haber hecho los progresistas para no verse como se ven? Todo lo contrario de lo que hicieron.
Esto parece, a primera vista, una perogrullada, pero juro, por la ciencia invisible de Pidal, que no hay tales carneros. Las cuatro mencionadas bases son tan indispensables en todo sistema político que, en faltando o flaqueando una sola, no hay edificio posible. Los progresistas tenían muy poco que hacer. En un país donde todo es mentira (y perdonadme, mis queridos nietos, por la franqueza), en un país donde no hay leyes, ni usos, ni costumbres, ni pasiones, ni idea alguna con verdaderas raíces, nada más sencillo, más fácil ni más fértil en resultados que plantear un sistema cualquiera, especialmente cuando este sistema se encamina al bien de la generalidad. ¿Por qué no lo han hecho los Progresistas? Preguntádselo a ellos.
A la muerte del inolvidable Fernandico había doscientos mil realistas armados y, en un abrir y cerrar de ojos, entregaron las armas sin que nadie chistase. Había cerca de cuarenta mil frailes, se les sacó de sus conventos y ningún cristiano dijo esta boca es mía; había diezmos que se suponían de derecho divino, se anularon y todo el mundo se calló; había mayorazgos a granel, se destruyeron, y nadie desplegó sus labios...
¿Queréis más ejemplitos de la fuerza que domina en el alma del pueblo español? No continuo, porque se me cae el alma a los pies.
¿Queréis saber lo que desea el pueblo español? Vivir racionalmente, y es tan noble y tan pensador nuestro pueblo, que ni se cuida de tradiciones, de cuentos, de farsas, de títulos ni de ridiculeces por lograr el bien común, bien que es inasequible sin un sistema basado en la libertad, en la igualdad, en la fraternidad y en la justicia.
Los progresistas no han querido o no han sabido plantear este sistema; por eso han caído del poder. Esto es un dolor, pero también es un consuelo. Y ¿por qué es consuelo? Porque los situacioneros están obrando peor que los progresistas, alejándose de ese sistema mucho más que los progresistas y socavando el edificio de su propia dominación con muchísimo más ahínco que el puesto por los progresistas en socavar el suyo.
La abuela, con una franqueza y una imparcialidad que janás desmiente, declara que los progresistas se han hundido por no haber obrado según las leyes inmutables del progreso y anuncia que los situacioneros se hundirán por la misma razón. Ítem: la abuela pronostica que, cuantos partidos suban al poder después del actual, sea cual fuere su lema o su pretexto, mientras no sigan las leyes mismas del progreso social han de hundirse sin remedio alguno.
Si los hombres que hoy dominan al país tuvieran bastante talento para penetrar estas verdades y bastante virtud para abrazarlas prácticamente, su administración sería tan duradera como gloriosa. ¿Cuándo veremos hombres de estado que den al pueblo libertad sin anarquía y orden sin despotismo? Pocos puntos calza para ello la pacotilla que conocemos hasta el día. Por eso con los Progresistas nos ha ido mal, bastante mal; con los situacioneros nos va peor, mucho peor y, ¿quién sabe si con sus sucesores nos irá malísimamente? Esta es la desgracia de los españoles: por falta de hombres, nuestro pueblo fue, es y quizá será muy infeliz.
¡Y decir que todo esto han podido evitar los progresistas, y no lo han evitado!
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