viernes, 5 de agosto de 2011

Cisnes negros

Esto ya no parece un cygne noir, sino una bandada entera de feíllos patitos Lucas: nos econocome la economía. Pero soy yo el que no come: estoy sometido a un régimen dictatorial, como un kulak ucraniano desnutrido por Stalin. En cambio, mi estómago suelta unos discursos más largos, ruidosos y resentidos que los de Fidel Castro. ¿Qué hay más antipático que el apio desorejado, el puré de calabacín et mes petites choux-choux de Bruxelles? Han inventado de todo para combatir la tristeza del espárrago solitario, la miseria de las judías verdes en su plato de concentración, la amargura del desacreditado pepino y el impío estreñimiento del brécol, pero todavía no han llegado al cerdo light, al pan sin harina, al aceite sin grasa, a la vaca integral y al cordero sin lanas ni colesterol, por no hablar de que hubiera patatas sin almidón, que no tiesas, como hay yogures sin nata. Digan lo que digan, el desnaturalizado york, más que jamón, es un anglicismo, y las diarreicas gallinas, que se pasean crudas por el campo, debían poner directamente fritos los huevos.


Sufro alucinaciones en que se me aparecen montañas de patatas fritas nevadas de polvo de azúcar, lomas de cerdo, ríos de cerveza y arroyos de coñac. Me eligen rey del pollo frito a costa de Jamoncín y yo ordeno que todos los menús incluyan migas del pastor con tropezones de morcilla no arrocera, chorizo y ajo.

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