Anteayer hubo una cena de jubilación. Se jubilaban tres profesoras y un profesor. Yo no quería ir, porque apenas había dormido y mal, con pesadillas por el estilo de que tenía cortada la última falange de todos los dedos; es más, toda la tarde había sentido gana de vomitar y no era cuestión de echar la pota en una cena de camaradas, en una cena de despedida, pero ya había pagado la comida y no podía desairar a los compañeros, así que fui e incluso pude disfrutar algo de la velada. Me pasé la casi hora y media de discursos, que atendí con la natural curiosidad, fijándome en la larga agonía de una hormiga reina que, en mitad del pasillo central, luchaba a brazo partido por deshacerse de sus alas. Las punzadas de su dolor la iban deteniendo poco a poco como cada vez más cerca de la muerte. No me imagino cómo pudo llegar tan adentro, al salón de un hotel NH.
Los heraldos destinados al efecto dieron a los jubilatas las cajas negras de los regalos y las subsiguientes flores a las damas, y yo me preguntaba: ¿llegaré a esto? Me asesoré: me quedan, si no suben la edad de jubilación, once años dando el callo, y a mi compañero le quedaban siete. Poco tiempo, o quizá demasiado. Estas comidas me sientan mal, creo que desde hoy no voy a asistir a ninguna si puedo evitarlo; lo único que lamentaré será no poder volver a ver a los compañeros antiguos, que acuden a estas ceremonias y a los que siempre es un placer volver a ver. Por detrás, tres camareros, antiguos alumnos de cocina y restauración del Alarcos, cuchicheaban alegremente. Yo me encontré con de Miguel, el antiguo profesor de biología del Clavero Fernández de Córdoba, de Almagro, que estaba no poco cambiado; ahora está en Bolaños, con María Elena Arenas Cruz. Le recuerdo cubierto de bichos en el jardín del centro, le recuerdo subiendo las escaleras de su casa, decoradas por un muro deforme de ladrillos que recogió de un río; recuerdo sus vanas especulaciones en torno a la construcción de una lengua universal, como si de un nuevo Sotos Ochando se tratara. Se habló de los pobres Neftalí Mulas y Carmen Crespo, de la crisis, de un vídeo ganador, de libros, de filosofía epicúrea, en la que mi sabio colega José Samuel Pinés es un experto, de vino y de matemáticas. Y me marché de los primeros, para ver si esta vez podía dormir mejor.
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