lunes, 24 de octubre de 2011

Mi perro

Desde hace unos días nos acompaña en casa una amiga llamada Dumba a causa de sus orejotas. La hemos adoptado en la Sociedad Protectora de Animales, ya que mis hijas son unas fanáticas de la protección animal. Sobre todo la más insistente, Paloma, gracias a la cual tenemos también un número increíble de pájaros adoptados retozando por el salón, dentro de sus jaulas y fuera, aunque por lo general terminen obsequiándome con varias medallas a la paciencia en forma de cagadas en los hombros y en los pantalones.


Dumba es una podenca tranquila, terca, que sólo ladra si tiene algo que decir. Se fía más de las mujeres que de los hombres y, como yo soy el único hombre de la casa, me mira con suspicacia y me rehúye cuando me ve. La he paseado y hemos diseñado un tratamiento conductista para quitarle esa prevención; acaso algún hombre parecido a mí la trató mal y por eso asimila que puede esperar lo peor de mí. Gracias a Dios, está deponiendo esa actitud y ahora me mira incluso con afecto. No es poco, sabiendo lo tercos que pueden llegar a ser los podencos. Por lo visto la dejó en la Protectora un cazador al que había desairado porque no quería cazar. Es decir, que mi perra hacía lo que recomendaba H. David Thoreau en su Ensayo sobre la desobediencia civil. La no violencia, o sea, y el desacatamiento meón de las leyes injustas. Mi perra es anarquista. Lo más característico de estos bellos animales es su narizota y sus picudas y enhiestas orejas; su color es marrón quebrado con tonos de blanco y posee una cicatriz en el lomo, por un perro con malas pulgas que la mordió.


De más está decir que los perros son buenos acompañantes y amigos; hasta poseen virtudes terapéuticas para viejos y depresivos, porque, como hay que sacarlos siempre a hacer sus necesidades, te obligan a tomar el aire y a salir de casa, pase lo que pase, algo que tanto deprimidos como viejos procuran evitar de mil maneras diferentes; por eso son aconsejables. Además, disciplinan a los niños, que, tras desear tenerlos, aperciben pronto que tener un perro no es sólo pasarle la mano por encima y presumir de él, sino cuidarlo, atenderlo, soportarlo, sacarlo a sus horas, lavarlo, cogerle las cacas, limpiar sus meadas, darle de comer sólo lo que pueden comer, quitarle los reznos y curarlo cuando se hace o le hacen daño, y estar con él aunque tengas cosas mejores que hacer u otros lugares donde estar. En otras palabras, aprenden los valores morales superiores, que son la empatía y la responsabilidad. 


Ya sólo me falta la flauta de Bartolo para ser perroflauta.  

1 comentario:

  1. Mis terapias son más literarias y quieren servir de troncos para avivar la hoguera de mis vanidades. El viernes compré tres libros complementarios para ello: HHhH de Laurent Binet, El Gatopardo de Lampedusa y El primer naufragio de Perdón J Ramírez (pido pedrón por hacer un ingreso en su cuenta aunque sea el 10% de 40 que será más). Digo que pretenden complementarse pues del primero espero técnica, del segundo belleza y del tercero ahondar en el tema. O también ánimo, modelos a seguir o a refutar. Al de Pedro le tengo ganas de revancha simplemente con imaginar la embajada francesa y a Bono de maestro de ceremonias cuando hace unos días hizo la presentación. Confieso que también le tengo pavor. Por ello, he comenzado por Binet, que hace una incursión literaria en el atentado que terminó con la vida de Heydrich. Le llevo un tercio y debo decir que era lo que esperaba. Lo recomiendo encarecidamente. Ya daré noticias de Lampedusa y de Danton.

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