viernes, 21 de octubre de 2011

Pío E. Serrano, Para qué sirve la poesía


Para qué sirve la poesía

Pío E. Serrano

Quizás sea el momento de hacernos la difícil pregunta de para qué sirve la poesía. ¿Cuál ha sido el propósito de este milenario y tozudo ejercicio de indagación que nos ha acompañado desde el origen  mismo de las primeras civilizaciones? ¿Por qué hombres y mujeres, serios y responsables, se han ocupado en llenar tabletas de cera, papiros y papeles con sus enigmáticas propuestas, expresadas en líneas cortas, que llamamos versos, y que parecen no agotar esa humana curiosidad?

Tal vez deberíamos comenzar por dejar en claro para qué no sirve la poesía. Por ejemplo, aunque dotada de reconocidos valores, los suyos no cotizan en bolsa. No sirve, pues, para ganarse la vida, más bien, al decir del poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez, sirve para ganarse el alma. Tampoco la poesía produce un bien consumible, en el sentido del mercado que nos propone bienes de usar y tirar, fungibles; la poesía tiene vocación de permanencia. A diferencia de la ciencia y la tecnología, la poesía no nos dota de instrumentos, herramientas y saberes con los que alterar la naturaleza física de las cosas.

Como la Filosofía, la Lógica, la Etica o la Estética, entre otras disciplinas llmadas humanísticas, la Poesía nos dota de instrumentos que nos permiten rehabilitar, si me permiten, reamueblar nuestra conciencia, ese espacio de nuestro ser del que no podemos despojarnos, que nos acompaña siempre y que en la generalidad es el dispositivo humano que permea todas las acciones de nuestra vida, incluidas las más pragmáticas y utilitarias. No es menester de la poesía el empalagoso comercio con la sensibilería, ni el abuso de los lugares comunes de los artificiales dolores y penalidades del poeta quejumbroso. Ni siquiera la poesía es únicamente instrumento de la rabia y la cólera si carece del lenguaje apropiado; poetas como Gabriel Celaya, Blas de Otero o Miguel Hernández nos han legado el testimonio de la legítima ira y el rescate de la justicia en el auténtico lenguaje de la poesía.

Porque la poesía es también, además de sentimiento, forma poética, rigor en la expresión, lenguaje dominado y convertido en arte.

Las respuestas sobre la necesidad de la Poesía han sido múltiples y diversas a lo largo de los siglos. Yo me arriesgo a compartir la mía con ustedes. Creo que, sobre todo, la poesía es un acto de conocimiento, una acción destinada a enriquecer nuestra mirada y nuestra conciencia. El poeta, en este sentido, es quien, como Shakespeare, pone ante nuestra distraída mirada la más completa muestra de las turbulencias de las pasiones humanas; o, como Dante, quien sitúa ante nuestros ojos la suma del bien y del mal; o como los poetas orientales, quienes descubren para nosotros la sutil vibración de un instante en que la naturaleza dialoga con el poeta para revelarle un milagro hasta entonces desconocido.

En palabras de Ortega: “La misión del poeta es inventar lo que no existe”, sólo que yo sustituiría “inventar” por descubrir, y “lo que no existe” por lo que no ha existido hasta que su mirada y su verso lo revelan.

Todos estos autores y los que cada uno de ustedes tienen en mente, gracias a la generosa acción del verso comparten con nosotros sus descubrimientos y asombros. Haciéndonos más sabios, más justos, mejores.


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