He paseado una noche horroliosa martirizado por doloramientos cabezunos y espaldantes. Y cuando pude cerrar las persianas no cesó la tortura, Picasso con un cuchillo, porque tuve potra ceniza en revivir mi muy otro e interior señor fatal, cuyos eventos oníricos a veces me resultan más vívidos y frustrantes que los míos en vida real, de forma que la congojan, confusean y refutan perviviendo en ella. Supongo que tengo más vida onírica que vida real, ya que no salgo de mi caparazón casero ni me expreso numéricamente por ahí desenrollando el cuerpo. Oseas, que es profeta, tengo un catarro remosón y mocoloso, o mocoso y remolón, para aclarearnos, que no siempre he de cacarear al gallinoide paladino, con el cual suele el cura joder a su vecino, decía, no soy de los que salen rodando de la cama, sino de los que hay que recoger y componer poco a poco, pues aunque se levanten y se coman la cabeza para merendar y tengan voz y voto y hagan sus cosas de humano no se despiertan realmente hasta que se marca una frailunar docena de horas en algún reloj desconcertado.
No sé qué coño le echan a estos jarabes.
No sé qué coño le echan a estos jarabes.
Me has proporcionado la carcajada más cristalina de los últimos días.
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