viernes, 30 de diciembre de 2011

Manías

No soporto ver puertas abiertas; ni siquiera en los cines, tengo que levantarme para cerrarlas. No tener los pies fríos, empiezo a estornudar, a saber qué conexión hay entre friolera de pieses y garganta. Idear campos de exterminio para la gente que fuma, habla en los cines o maltrata animales. Aprender Teología de los Santos Padres. Asegurarme de que la cama esté bien hecha; apretar los botones con los nudillos y no con los dedos, no tomar los picaportes, sino los lados de las puertas demasiado sucias. Inventarme vidas ajenas y pensamientos postizos, construir novelas, culebrones, epopeyas mentales y sistemas delirantes sobre gentes que apenas conozco o he visto. Huir de la  coliflor y no comerla sino por excepción. Escuchar a los viejos, a los cansados, a los borrachos, a los niños y a los poetas con mucho respeto y darle vueltas y más vueltas a lo que dicen. No comer carne sino a la fuerza. Escribir garabatos y adivinar luego qué forma representan; jugar interminables partidas de mahjong; hurgar en Internet, en librerías de baratillo, en anticuarios, en las tripas de los sofás y en cualquier cosa cerrada o desmochada por el tiempo. Arrancarme los padrastros y hacerme heridas en tobillos, frente, cara, dedos gordos. Usar camisas a rayas verticales. Escribir artículos de Wikipedia. Coleccionar representaciones sólidas y pequeñas de pájaros comunes; practicar la escritura automática, acumular libros antiguos impresos en Castilla-La Mancha; acumular erudición sobre poetas y artistas posrománticos, escribir; levantar piedras en el campo para ver qué hay debajo; investigar cosas nimias y tirar del hilo hasta donde lleve, buscar setas de cardo (este año apenas hay), hablar mal de los políticos, soñar reiteradamente distintos episodios de la vida paralela de un otro yo triste y desafortunado que vive en un mundo sombrío y mestizo.

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