Cecilia II
Necesitábamos un hijo, pero mi esposa era estéril. Ella prefería una niña, y yo conseguí, gracias al Instituto de Genómica que dirigía y financiaba, la oportunidad de realizar el sueño más imposible que una persona nunca pudo tener. Había que experimentar con un sujeto cualquiera que ya no existiera para impedir reclamaciones. Siempre podríamos decir que el modelo genético previo había sido cedido anónima y gratuitamente.
En mi juventud me había enamorado de la voz, las letras y la imagen misma de la cantante Cecilia, y quería recuperar ese sueño, disfrutarlo, hacer carne ese verbo, ese logos, esa letra de canción en forma humana. Quería clonar a la cantante que desapareció en un trágico accidente de automóvil hacía ya tantos años, cuando aún había un pasado imposible de recuperar.
Ahora era
posible volver en el tiempo y arrebatarle algo al pasado. La clonación me daba por fin la oportunidad de devolverle a un ser humano las oportunidades que la crueldad de un Dios indiferente le había quitado, y eso fue lo que hicimos.
Costó mucho
encontrar algo de material genético incólume de Eva Sobredo; lo hallamos en el pegamento
de un sello en que contestó a uno de sus fans; lo cotejamos con el de otras
cartas de su puño y letra a otras personas y obtuvimos de ellos la cesión de derechos necesaria, así como la más estricta y dura de las cláusulas de confidencialidad. El resto no fue un problema, gracias al dinero que me
dejaron mis padres; de hecho, en lo que más se gastó fue en ocultar el hallazgo el tiempo suficiente para que la niña pudiera crecer tranquila al abrigo de los asquerosos medios de comunicación.
Se me planteaba, sin embargo, un dilema angustioso. ¿Debía educar a Cecilia II de la misma manera y darle las mismas oportunidades que a Cecilia I? Yo quería tener a la Cecilia I que había perdido en
mi juventud, pero, por más que me esforzaba, no podía repetir todo sin falsear
absolutamente el resultado. Cecilia sería una nueva persona o, todo lo más, tendría un gran parecido a la Cecilia
original, pero sería una criatura de estos tiempos, una mixtificación, una fotocopia borrosa de una época y una sensibilidad ya extintas, una hija, en
realidad, de mi mismo y de uno de mis sueños, no la hija real mía y de mi mujer, y ni siquiera la hija que hubiera podido tener con Cecilia I si hubiéramos compartido algo más que la infancia, la escuela y una distante admiración.
Cecilia II estaba empezando a ser una criatura hecha a imagen y semejanza del mundo científico y nihilista que la iba a rodear y de hecho ya la estaba rodeando, del mundo que la llevaba en su seno alquilado como una madre lleva a su hijo, un mundo distinto al de los años setenta que yo amaba, un mundo disgregado y materialista que odiaba con toda mi alma; sería una hija de dos tiempos, el del sueño y el de la razón. Y yo lo estaba viendo crecer, veía cómo la imagen que guardaba en mi memoria se adulteraba, se distorsionaba, se pervertía y transformaba en aquello que nunca jamás pensé que pudiera llegar a ser. Por eso la maté sin que sufriera.
Así siempre podría ser nada de nadie.
Cecilia II estaba empezando a ser una criatura hecha a imagen y semejanza del mundo científico y nihilista que la iba a rodear y de hecho ya la estaba rodeando, del mundo que la llevaba en su seno alquilado como una madre lleva a su hijo, un mundo distinto al de los años setenta que yo amaba, un mundo disgregado y materialista que odiaba con toda mi alma; sería una hija de dos tiempos, el del sueño y el de la razón. Y yo lo estaba viendo crecer, veía cómo la imagen que guardaba en mi memoria se adulteraba, se distorsionaba, se pervertía y transformaba en aquello que nunca jamás pensé que pudiera llegar a ser. Por eso la maté sin que sufriera.
Así siempre podría ser nada de nadie.
Urdimbre de realidad, trama de fantasía: joder, Ángel, es que lo bordas.
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