miércoles, 22 de febrero de 2012

Epístola a Francisco de Aldana

Ilustre capitán, os ruego me permitáis dirigiros estas palabras que siempre he soñado poder haceros llegar, donde quiera que estéis. Me parece simbólico que nunca se encontrara vuestro cuerpo, como nunca se encontró el del monarca al que servíais, el perdido rey Don Sebastián. Quiero creer que os adentrasteis ambos en el místico desierto como unos nuevos Don Quijote y Sancho Panza y algún día retornaréis para fundar el Quinto imperio, como quería vuestro devoto súbdito Fernando Pessoa y el cortesano padre Vieira, como querían todos los portugueses desde Bandarra. A lo menos estaréis ahora más tranquilo, libre de tanto ajetreo militar como el que lamentaba agriamente don Garci Lasso, "tomando ora la espada ora la pluma", que buen caballero era, pues no hubo contienda donde no se hallara herido con el testimonio de su valor cuanto de su torpeza para hacer mal a nadie, aun infiel o hereje, cual pudiera decirse de otro vuestro contemporáneo, el gran Miguel de Cervantes, quien nunca amó tanto La Mancha como a su adorada Italia, como hizo otro gran exmanchego, Ángel Crespo, Hermes de lo indeciso. Soñaba yo torcer de la común carrera 


que sigue el vulgo y caminar derecho
jornada de mi patria verdadera;
entrarme en el secreto de mi pecho
y platicar en él mi interior hombre,
dó va, dó está, si vive, o qué se ha hecho.
Y porque vano error más no me asombre,
en algún alto y solitario nido
pienso enterrar mi ser, mi vida y nombre
y, como si no hubiera acá nacido,
estarme allá, cual Eco, replicando
al dulce son de Dios, del alma oído.



O emprender un viaje por el mar del cosmos "hacia la infinidad buscando orilla", como vos, en el esquife de vuestra impresionante y ascética Epístola a Arias Montano. Porque vuestro nombre, Aldana, es anagrama de La nada, como bien me descubrió Luis Cernuda en "A sus paisanos":



Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria,
vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme.
Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre
aquí. Y entonces la ignorancia,
la indiferencia y el olvido, vuestras armas
de siempre, sobre mí caerán, como la piedra,
cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis
a otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra
precipitó en la nada, como al gran Aldana.



Siempre os tuve por afín, poeta tan amigo y conmigo como San Juan de Yepes, el medio fraile. Casi tanto milagro hicisteis como él en esa quíntuple correlación entre dos endecasílabos versos de un terceto, para más asombro en quiasmo: 


Ojos, oídos, pies, manos y boca,
hablando, obrando, andando, oyendo y viendo,
serán del mar de Dios cubierta roca


Y dándoos las gracias, ilustre señor, libro y amigo, por haberme reconciliado con la poesía y con Dios desde aquel ya lejano año en que empezasteis a hablarme, me retiro a un ángulo entre en mis lares, a una pobrecilla mesa de amable paz bien abastada, en estos tiempos de ruidoso y estrambótico carnaval.

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