Un coche híbrido, Toyota Prius, ha pasado de ser el patito feo al coche más vendido del mundo. No sólo es la energía que ahorra, la poquísima gasolina que consume gracias a su sistema de retroalimentación, que transforma cualquier deceleración en una recarga de energía, sino su silencio y la mínima polución y daño que causa al medio ambiente y sus movimientos medidos, precisos y elegantes. Mi coche también es híbrido, un Honda, y los únicos inconvenientes que ha dado, en un momento solo después del cual ya me he olvidado de ellos, son diversos paros cardiacos antes de arrancar motivados por un gasto excesivo de energía en radio, calefacción y demás. Esos problemas se arreglaron provicionalmente con una transfusión con pinzas grandes de una batería a otra. Los híbridos tienen dos baterías de litio, una poderosísima atrás y otra de quince vatios delante. La de atrás no se debe tocar, porque, al igual que en un microondas, aunque el microondas esté desconectado tiene un acumulador que puede soltar miles de vatios y dejarte tieso ahí mismo. La batería que puede dar problemas es la pequeña, cuando se desajusta el microchip u ordenador de distribución, si se encuentra en horas bajas.
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