Burlándose de Góngora, Quevedo escribió aquello de "padeces un magnífico delirio". Por lo visto, la madre del muchacho de la matanza norteamericana era una preparacionista que acumulaba armas y víveres en su casa contra el enemigo exterior. Además pidió una orden de alejamiento de su exmarido. El hijo mayor puso tierra por medio para estudiar lejos y más cerca de su padre. Y apenas se trataba con los vecinos. Quién le iba a decir a esta sonriente ama de casa armada hasta los dientes que el enemigo lo tenía en casa: un hijo formado en todas esas prevenciones misantrópicas que, harto de separarse de los demás, decidió separarse del todo, incluso de su madre y de su propio cuerpo y solitaria vida. Paranoias norteamericanas.
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