Tolstoy escribió un valiente ensayo titulado ¿Qué hacer? que influyó mucho en las modernas ideas antisistema. Los escépticos opondrían a sus elucubraciones el mote del escudo de Montaigne, que se puede traducir por "qué sé yo", "yo qué sé" o el más introspectivo "¿qué sé yo?". Lo evidente, en todo caso, es que hay que contar con todo para no ser reducido a la nada. Lo indicaba ese poeta árabe que rimó una serie de estrofas con el estribillo "no sé" y al final escribió: "No sé. ¿Y por qué no sé? No sé" Es mucho lo que no sabemos (sin duda).
Y parece como si Wert supiera qué hacer. Reforma la enseñanza por abajo, por "los bajos fondos de la inmensidad", como cantaba Franco Battiato, pero hay que hacerlo también por arriba para llegar al centro del problema, ya que, si es verdadero problema, lo más probable es que no tenga una causa sola, sino varias, enredadas hasta lo invisible; no conviene admitir soluciones parciales, siempre desechables y aplazadoras.
Arreglar problemas con una sola idea en la cabeza es muy de Pepoe. Se nota que peperos y psoeros se educaron en privados llenos de una sola idea: "menda es mejor que otros", o "quítate tú que me ponga yo", o "usted diga lo que quiera, que yo haré lo que me dé la gana". Esa es una moral exactamente opuesta a la de la nórdica Ley de Jante, cuyo principio fundamental es "¿quién te crees que eres?". Para la vikinga ley de Jante (la instructiva serie televisiva de Hirst lo deja ver) el rico que no reparte no es un rico, sino un ladrón, porque a ningún rico le es posible enriquecerse sin contar con otros. El vikingo reparte el botín y se asegura así la colaboración social. Wert viene de los marianistas neogóticos del Pilar, con papi extranjero que sabe idiomas, amigos de otros países y niñera filipina, veraneando en las Europas y las Américas (por eso sabrá tantas lenguas, como buen y viajado apóstol). Y con un papi rico y extranjero cualquiera sería también hermosísimo en estudios e idiomas, aunque con una sola idea en la cabeza. Al menos la idea de la ley de Jante no es excluyente ni egoísta. Y eso que a Wert le inspira el sano principio de mejorar la calidad de la educación, algo que quieren hacer todos pero que solo él parece saber cómo hacer, porque hay división de opiniones. Las opiniones son como el culo: todo el mundo tiene una. Pero algunas son más acertadas que otras y juntándolas pueden diseñarse las vías de solución del problema de la enseñanza en España.
Despensa y escuela fueron los dos males fundamentales de España para Joaquín Costa. Parece que el primero está resuelto, pero no es así; le damos hoy otro nombre: paro. En cuanto al segundo, tan estrechamente asociado al primero, hay que decir que mejorar la educación no requiere solo inteligencia de la buena y dinero bien aplicado, sino voluntad, o esas formas de voluntad que son el trabajo, la paciencia y la constancia, flores que no pueden crecer sin el riego de la justicia. La voluntad es una planta muy delicada que, si logra pasar de la infancia, da muy hermosos frutos. Aunque en realidad todo sea cuestión de dinero; ese dinero que se guardan y dilapidan algunos. El dinero incluso puede hermosear la mierda, como en América. Piero Manzoni enlató la suya con la etiqueta "Mierda de artista" (Artist's shit, 1961) y se vende ahora a precio de oro; ni ha caducado, ni el producto se ha deteriorado, porque no es consumible, como el verdadero arte.
Mirando en los genes políticos de Wert, uno descubre asombrado la impronta de Óscar Alzaga (qué horror de prosa informe y en montón) y ya, solo con tales antecedentes, le basta para olerle tufillo a sacristía. Por ahí le viene esa idea de institucionalizar la religión en las aulas. No me parece a mí hacerle un favor a la religión el imponerla, sino una hipocresía, porque antes que cristiano uno es religioso y eso no es religioso y solo consigue lo contrario de lo que pretende. ¿Y qué es lo que pretende? Una sola idea. Los españoles, creo yo, somos mejores que eso; vamos a tener que coger el hacha e ingresar en el partido vikingo, quiero decir, el partido pirata, aunque nos tenga que hundir el Astérix europeo. En el fondo es la España de Mortadelo: cambia de disfraz, pero no de esencia.
Para la reforma de la España mortadeliana hay ideas que no son nuevas, pero sí reformadoras a fondo. Su verdad podrá hacerlas pasar incluso como inauditas (que significa "no oídas", algo muy propio del ninguneo hispanomortadeliano por parte del jefe) o nuevas, que ya he dicho no es cierto. Sencillamente son oscurecidas por la mierda embellecida del pensamiento único, sus corporativismos varios y la mala prosa judicial, política y periodística. Se debería empezar por limpiar los establos de Augías; desde el Franquismo, y bastante después, con el Pepoísmo o Neofranquismo, se dieron las plazas universitarias de la ciencia española por méritos genéticos y políticos; todas esas leyes siguen vigentes. La universidad (o desuniversidad, que es el caso manchego), está llena de lazos de sangre y excelsas mediocridades que ganaron su puesto gracias al diestro meneo de los resortes oscuros del poder político-académico. Una medida sanitaria excelsa contra esos consanguíneos y degenerados sería una universidad construida según el modelo japonés o alemán: contratar profesores en el extranjero y que esos organicen el reglamento y los tribunales para seleccionar al profesorado y dar cátedras y puestos de titular e interinazgos permitiendo a los extranjeros competir por la enseñanza en España. Se alcanzará el nivel óptimo cuando ser español sea un obstáculo para tener una cátedra universitaria. Me dirán que eso sustituirá unas camarillas por otras; no fue eso lo que pasó en Japón, en Alemania y en los mismos Estados Unidos ladrones de cerebros, cuando se hizo lo mismo allí. Además, ¿no es mejor una camarilla extranjera que una española, ya que las camarillas españolas, como vemos, son peores que las extranjeras? Veríamos así ahogarse a los mediocres catedráticos y titulares españoles compitiendo con, literalmente, todo el mundo, por salvar su plaza en tribunales formados por franceses, alemanes, chinos, japoneses o británicos con escalas y baremos ajenos al comadreo académico y más duros que los suyos. En la enseñanza básica y fundamental, sería lo deseable una reforma total y muy meditada de los temarios y contenidos de las asignaturas, y no para añadir, sino quizá más (así lo creo) suprimir también algunos contenidos meramente pegadizos o inconvenientes que son una rémora para lo importante. Prestigiar las materias troncales y darles más tiempo, reducirlo todo a enseñanza práctica e insertar verdaderamente la instrucción en la sociedad, algo que se dice pronto pero es fundamental bajo mi punto de vista: toda la sociedad debe fundarse, como en realidad se funda, en la instrucción, debe converger sobre ella y ser fruto de ella. Hay que huir de los contenidos poco prácticos o tan extensos que no permitan profundizar ni realizar prácticas basales.
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