lunes, 5 de agosto de 2013

El nuevo Delibes, Jesús Carrasco

De Mikel López Iturriaga en El País, hoy:

Jesús Carrasco: “La obsesión actual por aprovechar el tiempo me parece atroz”

Su primera novela, ‘Intemperie’, ha sido una de las sorpresas editoriales del año. Comparado por la crítica con Delibes o Cormac McCarthy, él apuesta por la contención y la dignidad.

Con su rostro serio, su cabeza rapada combinada con bigotes de húsar, su atuendo radicalmente discreto y su mirada taladrante, Jesús Carrasco no parece el hombre más entusiasta con las actividades sociales mundanas. Pero cuando inicio la conversación preguntándole si le ha resultado una experiencia agradable venir a firmar libros a Madrid, contesta que sí. Descarto indagar sobre si su cola ha sido larga, normalita o encogida, pero insisto en si disfruta con los encuentros con sus lectores. Responde que suelen ser interesantes, y que esta mañana uno de ellos se le ha puesto a llorar “como una magdalena” al contarle cuánto se había reconocido en su primera novela.

Asumo que tan positiva predisposición a un ritual que muchos escritores sufren en silencio se deberá a que es un autor novel, y acojo con empatía la anécdota del lector conmocionado. A mí también me impactó Intemperie (Seix Barral). La novela con la que este extremeño afincado en Sevilla se estrenó hace unos meses narra la brutal historia de un niño que huye de su casa, un cabrero que le acoge y un alguacil que le persigue en algún lugar y algún tiempo indeterminado del campo español de la primera mitad del siglo XX. Tan desnudo en su estilo como los yermos paisajes que describe, es un libro cargado de simbolismos, con un misterio que atrapa y una violencia que impacta. Tanto que ha causado sensación en el mundillo editorial internacional: ya se ha publicado en Alemania y Holanda, y pronto lo hará en 11 países más.

PREGUNTA: Su libro se lee como se ve una serie o una película de miedo. ¿Cuál es el truco para crear un misterio tan adictivo?

RESPUESTA: El misterio está fundamentalmente en el silencio, en lo que no se dice. Ha habido por mi parte un trabajo de contención y de recorte en el diálogo: intentar que los personajes hablen para que el lector no sepa tanto lo que piensan, sino que lo imagine.

El misterio está en regresión, pero es un valor fundamental”
P: En Intemperie no cuenta el lugar y la época en que se desarrolla la acción. ¿Por qué se niega a revelarlo?

R: No creo que tenga ningún sentido hacerlo. De hecho, creo que hablo demasiado de la novela. Me gusta mantener una visión limpia como lector, como espectador de obras de arte o de cine. Prefiero no saber y sacar yo mi propia conclusión. A veces, si admiras a alguien suele ser porque sabes poco de él.

P: Con la facilidad para acceder a la información en Internet, es difícil mantener ese desconocimiento.

R: En términos objetivos, es evidente que Internet es un adelanto. Pero uno de sus efectos perniciosos es que ha sido la puntilla del misterio. Del siglo XIX a esta parte se está haciendo un ejercicio de pornografía con la realidad: cada vez todo es más explícito, desde la propia intimidad de cada ser hasta cualquier acontecimiento social. El misterio está en constante regresión, y para mí es un valor fundamental en la vida. Hay cosas que es mejor no conocer. Yo no quiero saberlo todo, también quiero dejarme llevar y emborracharme.

P: Ha dicho que el tema principal de su novela es la dignidad. ¿Por qué le interesa tanto ese concepto?

R: La dignidad surge en cada esquina. Solo hay que verla, es como la belleza o el arte, y consiste en ser capaz de mantener la postura después de sufrir las inclemencias de la vida. Eso me interesa muchísimo, y quiero ser capaz de dirigir mi vida en esa dirección. Ser capaz de mantener la postura, de ser esa persona que en el metro, cuando alguien está siendo agredido, interviene.

P: ¿Usted cree que es un valor en alza o a la baja?

R: En alza. No soy nada pesimista: prefiero quedarme con las personas que salen a la calle a reivindicar los derechos, luchar por la sanidad, por la educación pública, en vez de quedarse en casa. Cada vez hay más redes de intercambio o apoyo mutuo: lo veo en mi vida cotidiana, y también las practico.

P: ¿Algún ejemplo que le haya llamado la atención?

R: Hace poco, en EL PAÍS leí la historia de un matrimonio que desde hace años están abriendo su casa a inmigrantes sin papeles. Están metiendo en el templo que es el hogar a gente que no conocen de nada, y su hijo está allí, está disfrutando, viviendo con intensidad ese ejemplo. Para mí son héroes. No hace falta subir al Everest ocho veces en biquini, me parece mucho más alucinante aguantar la incomodidad de tener desconocidos en tu casa.

P: Otro tema de la novela es la violencia en un contexto de necesidad extrema. ¿Le sorprende que en la situación tan grave que vive España no haya más conflictos de los que hay?

Una vida con ritmo propio

Brian Wilson compuso ‘I just wasn’t made for these times’ (No estoy hecho para estos tiempos) antes de que Jesús Carrasco naciera en 1972, pero la canción bien podría sonar de fondo en el discurso de este extremeño afincado en Sevilla. Alérgico a los frenesíes del mundo urbano contemporáneo, Carrasco reivindica los silencios y la lentitud del campo tanto en su vida como en su primera novela, la rural y atípica Intemperie. No quiere estar en las redes sociales, no quiere “pasar 50 horas metido dentro de una pantalla”, y hasta ha osado quitar las alertas del WhatsApp en su móvil. “Cuando me apetece, miro y digo: ‘Anda, esto me llegó hace tres días”, dice con sorna. También mantiene una huerta que le proporciona excelentes pepinos –“es para llevar mi ritmo hacia el de las plantas”–. Mientras, prepara su segunda novela, que tratará otra vez “de cosas poco cibernéticas, como la relación del hombre y la tierra”.

R: Sí. La respuesta sencilla, la fácil, es la de la familia. La familia como armazón social oculto o subestructura que está soportando todo eso, esas fricciones. Por otro lado, quizá es que somos un pueblo permanentemente invadido y tenemos este carácter. Un país acostumbrado a una cierta adecuación, como esas plantas o animales que de repente tienen un parásito y lo que hacen es rodearlo con parte de su propia estructura. No puedo contigo, pues te acojo, te tengo aquí controlado. Mi pregunta o mi duda es qué pasará después. Cuando vuelva el dinero, ¿dónde estará la educación, la sanidad, los derechos? ¿Dónde estarán los poderosos? Eso me da mucho miedo, nos va a costar mucho trabajo volver a recuperar lo que teníamos.

P: Se ha relacionado su novela con el Delibes de Los santos inocentes, pero no tanto con La familia de Pascual Duarte, de Cela, el primer libro que me vino a la cabeza cuando empecé a leer Intemperie. ¿Es una referencia para usted?

R: No. Lo he leído, pero ni el libro ni el tremendismo como movimiento literario son una referencia. Es una época de la literatura que me deprime, porque refleja esa España tan sombría, tan polvorienta.

P:Pues su libro es bastante tremendista.

R: Sí, sí lo es. Pero la influencia viene más del tremendismo norteamericano. He leído mucha más literatura norteamericana que española. Los relatos de Carver son durísimos, no se salva nadie, todo es atroz, y para que veas un hilito de esperanza… Al mismo tiempo son relatos poderosos, bien tramados, que te enganchan, y que a mí me transmiten muchas cosas. Cuando hablo de Carver, hablo de Richard Ford, de John Updike, de John Cheever o de Cormac McCarthy: si acaso, viene de ahí esta visión un poco lúgubre de la realidad.

P: Supongo que su estilo, tan desnudo, también bebe de esos autores.

R: Ahí yo creo que Carver es el campeón. Hay un cuento suyo que dice: “Un día llamaron a mi puerta y encontré un hombre con ganchos que quería vender una foto de mi casa”. El cuento dura un poco más, pero por mí se podía haber acabado así. Él era el rey de la poda, y yo aspiro a ser no el rey ni el príncipe, pero sí a ser un buen podador. Quitar, quitar y quitar, y dejar interpretar a los demás. Eso es la poesía también, que a mí como género me interesa mucho en tanto que ultima precisamente eso, la máxima imagen con la mínima expresión formal.

P: Pero usted no escribe poesía, ¿no?

R: No me atrevo. No tengo coraje, ni tablas. En la poesía no te puedes escapar, no son 200 páginas donde puedes cargar aquí o allá.

P: ¿Es usted tan parco, tan austero y tan esencial como su literatura?

R: Yo no había hablado tanto en mi vida como estos meses. En mi círculo íntimo no soy parco, incluso cuento chistes, pero fuera de él soy una persona silenciosa. Ni me gusta hablar por hablar, ni me gusta decir tonterías. No se confunda esto con solemnidad o seriedad: me encanta reírme, pero tiendo a hablar poco. Hay un dicho que dice: “Los que saben no hablan, los que hablan no saben”. Yo no sé si cumplo ese axioma, pero procedo de una tradición silenciosa también. En casa se ha hablado poco, para bien y para mal.

P: Dice que le encanta reírse, pero en Intemperie no hay ni una gota de sentido del humor.

R: Me gustaría, pero el humor es difícil. Admiro tanto a Eduardo Mendoza, a Tom Sharpe, a Shakespeare, a Oscar Wilde… Mendoza dice que siempre ha sido un género denostado, y yo añado que además es un género complicadísimo. A lo mejor, porque hay pocos escritores capaces de asumirlo con solvencia, directamente se desprecia. Si en mis próximas novelas voy incorporando el humor, significará que voy ganando aptitudes como escritor. Quizá mi última obra sea desternillante, la que haga antes de jubilarme.

P: Tiene una imagen contundente. ¿Puede un escritor serio cultivar su look?

R: Pues yo te diría que, lejos de cultivarlo, todo lo contrario. Mi calva no procede del cultivo, sino más bien de la falta del mismo: voy calvo porque se me cayó el pelo hace 15 años, y es muy triste ir con una loncha. Y el bigote, pues llevo casi 20 años con él. Me lo dejé, me lo quité y me dije: “Vaya cara de tonto”. Así que al final se quedó ahí. Pero no es premeditado, llevo así toda mi vida. Prometo dejarme el pelo largo para la próxima novela.

P: La peluca es otra opción.

R: O los implantes.

P: ¿Proviene usted de un ambiente rural como el de su libro?

R: La mitad de mi vida la he pasado en el campo. Nací en Olivenza, un pueblo de Badajoz que está en la frontera con Portugal. Cuando tenía cuatro años, mi familia se trasladó a Torrijos, un pueblo de Toledo. He pasado mi vida entera dando tumbos por los caminos, subiéndome a los árboles, construyendo cabañas, cazando perdices a mano y conejos con hurones, haciendo ese tipo de cosas que se hacen en los pueblos. Es la tierra que amo, es mi lugar en el mundo en cierto modo. En el libro hay un interés por dignificar lo rural. Se nos olvida muchas veces que España es mucho más que Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia. Ves el telediario, donde los reporteros cogen a la gente debajo de la redacción, y parece que España es la calle de O’Donnell de Madrid. Pues no: hay gente que vive de otra manera. Pero desde el desarrollismo de los cincuenta y sesenta, el foco de los medios está en las ciudades y parece que lo demás no existe.

P: La gente de ciudad tendemos a pensar que nos vamos a aburrir en sitios así porque nunca pasa nada.

R: Vivir en el campo es muy duro. Pero yo invito al urbanita a que vaya al campo no a visitar, sino a experimentar cosas que en la ciudad son difíciles de probar: el horizonte, la nada, el vacío, el aburrimiento, soportarse a uno mismo, mirar alrededor, bajarse un poco de este frenesí en el que vivimos. Yo encuentro ahí cosas importantes de la vida, ya no simplemente paz.

P: ¿Por ejemplo?

R: Entender quién es uno mismo, tener capacidad para verse, para pensar un poco, para no verse interrumpido, para tener paciencia. Virtudes todas muy útiles, incluso en la ciudad. La paciencia es necesaria para vivir en pareja, para negociar, para no volverse loco en un atasco de tráfico… Para cualquier situación en la que puedas ponerte en el lugar del otro en vez de gritarle.

P: Pues nuestra civilización parece ir justo en el sentido contrario.

R: Yo veo que ya no podemos estar parados. Antes, hace siete años, cuando no había smartphones, la gente iba en el metro leyendo, dormida o mirando a la nada, y ahora nadie va así. Parece que ese tiempo hay que aprovecharlo, como si lo perdiéramos. Me parece una obsesión atroz, atroz para construirte. La vida es un crecimiento, somos maestros de nosotros mismos, y el objetivo es que el último de nuestros días seamos nuestra mejor versión gracias a lo que hemos sido capaces de atesorar y eliminar a lo largo de nuestra vida. Y para eso hace falta tiempo, hace falta atención, hace falta una serie de cosas que se nos están yendo de las manos.

P: Pero ahora vive en Sevilla, una gran ciudad.

R: Vivo en el centro peatonalizado. No tengo coche y voy andando o en bici a todas partes. Me mudé aquí por mi mujer, que es sevillana. Cuando vine, hace nueve años, ella tenía más difícil laboralmente moverse a Madrid y yo trabajaba de freelance. La típica cosa que es temporal y al final te quedas.

P: Trabajaba como redactor publicitario.

R: De redactor publicitario, diseñador cutre, contabilidad, paquetería.

P: ¿Alguna campaña de la que se sienta orgulloso?

R: Sí, pero son muy chicas. Casi toda mi vida publicitaria he trabajado para Bankinter de una u otra manera, y hay campañas de las que me siento ­orgulloso, pero que nadie recordaría: solo las han visto clientes del banco en su casa.

P: ¿Y se puede mantener la dignidad haciendo publicidad para un banco hoy día?

R: Hoy día no lo sé, y en aquella época tampoco lo sé. Al principio yo sufría mucho con esto e iba a trabajar con sensación de culpa. Un día me encontré con una profesora de Filosofía que me preguntó a qué me dedicaba. Le dije que a la publicidad, y ella me respondió que era una manera bonita de difundir belleza. Entonces empecé a verlo desde otro punto de vista. No me quito mi responsabilidad, yo también he formado parte del engranaje y vendía cosas que jamás habría comprado, pero también aprendí que nosotros no obligamos a nadie a comprar. No creo en este discurso de “somos víctimas de la publicidad, somos víctimas de la prensa, somos víctimas del sistema, de la política”, etcétera. A nadie se le ha obligado a coger una hipoteca, a nadie se le ha obligado a comprarse un coche. La gente lo hace porque quiere o porque no pone los filtros suficientes a aquellos estímulos que le vienen y le dicen: “Compra esto”. También es verdad que ha habido ejemplos ya no de sugestión, sino de engaño, como las preferentes. Pero eso ya no es la publicidad, es un director de un banco que dice: “Manolo, mira lo que tengo aquí que es un 2% y luego es un 26%”. Eso es una estafa.

P: Estuvo mucho tiempo escribiendo antes de mandar nada a una editorial. ¿Tan malo era?

R: Claro. Al mismo tiempo que hay una responsabilidad en el que puede comprarse una tele y no la compra, también hay una responsabilidad en el que dice: “Bueno, tengo una novela, pero no tengo por qué publicarla. No la publico porque me parece mala”. Pero es duro pasarte seis meses y medio escribiendo algo y, al acabar, pensar que es una castaña.

P: ¿Tiene muchos cadáveres de ese tipo?

R: Unos cuantos. Un pequeño mausoleo.

P: ¿Cree que lo que ha pasado con Intemperie le ha llegado en un buen momento, a los 40?

R: Sí. Con 40 años tienes cierta madurez: estás más tranquilo, pero al mismo tiempo sigues teniendo fuerza, coraje y brío. Si hubiera llegado antes, me habría vuelto un poco más loco, me lo habría tomado de una manera más personal y habría creído cosas de mí que a lo mejor no son verdad. Así que yo me siento ahora en un momento perfecto para disfrutar de esto y seguir pensando que la vida es maravillosa y que a veces las cosas salen.

P: ¿Ha cambiado su vida cotidiana?

R: Sí ha cambiado en cuanto a que ahora viajo y todo eso, pero cuando vuelvo a casa todo sigue exactamente igual. Y quiero que sea así, porque lo necesito. Vuelvo a ser el padre de mi hija y hago las cosas que se hacen en casa: fregar los platos, hacer chapuzas con mi cuñado en su casa o trabajar con las manos en la huerta.

P: Pero imagino que escribir será más grato que trabajar como publicista.

R: Toda mi vida laboral ha estado basada en recibir palos, porque en la publicidad te están rechazando proyectos constantemente. En esta otra parte de mi vida laboral que es la escritura abundan más los elogios que los palos. Creo que ninguna de las dos cosas te tiene que arrastrar: hay que disfrutar en la medida de lo posible de todo lo que se pueda. Yo no me voy a quejar de firmar libros, no me voy a quejar de tener que viajar o de que me pregunten siempre lo mismo.

P: Como periodista, se lo agradezco.

R: Mira a la gente que trabaja en el metro, a los barrenderos, a los oficinistas que vienen de Móstoles a las seis de la mañana y se van a su casa a las nueve de la noche, a los de los invernaderos de El Ejido o a los de los andamios. Esa gente quizá tenga algún motivo serio para quejarse. Yo no.

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