Ordenan (da igual el sujeto del verbo militar: siempre se joden los mismos y de la misma manera) que los enfermos crónicos paguemos nuestras medicinas, o al modo calvinista, nuestra predestinada mala suerte, porque estar medio muerto es un lujo. Uno debía estarlo del todo para así pagar el impuesto de herencias, legados y sucesiones. Hasta sin tener nada ab intestato te hereda el gobierno o la iglesia gracias a la ley Aznar. El gobierno, por supuesto, no da nada, solo da depresión y además pagándola, porque ya hay que pagar por el Prozac, Venlafaxina, Valium y todo lo que nos evita tirarnos por la ventana (hay un impuesto municipal por tener ventanas, aunque se vean cosas tan feas por ellas como los carteles electorales, publicidad chunga o calles sin barrer). Hay que pagar por el cáncer, y no me estoy refiriendo a un Senado vago y maleante o a los políticos corruptos o a las leyes franquistas en vigor verdes como lechugas, porque son un lujo. Y esto hay que detenerlo antes de que nos privaticen el culo con que nos expresamos, y con él, las ideas y las células madre.
Hay que movilizarse, porque a este paso vamos a terminar con una sanidad como la de Elisyum, que hasta Obama se ve todavía más negro para impedir. Desaparece el terrorismo de izquierdas y solo queda, impune, el de los políticos populistas y las extremas derechas, cuyo melodioso canto se oye de vez en cuando en forma de paliza o explosión. Menos mal que hay anarquistas pacíficos que no se dejan engañar, como Enric Durán, el banquero suizo Rudolf Elmer, Julian Assange, Bradley/Chelsea Manning, Edward Snowden y Jeffrey Wigand, que han convertido la información, la acción directa, la denuncia y la desobediencia civil en las armas más eficaces contra la maldad estructural. ¿El estado nos engaña y nos explota? ¿Deberíamos engañar y explotar al estado como hacen en Italia e ingresar en cualquiera de las mafias españolas? Creamos en la verdad, como han creído todas las personas que figuran en la lista anterior.
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