Manuel Morales, "Galería de malvados", El País, 31 de octubre de 2013:
Desde que la humanidad decidió organizarse para vivir en común han existido tiranos, déspotas, plutócratas... averiguar por qué tantos seres abyectos han llegado al poder y cómo lo han ejercido para conservarlo son los hilos que guían el ensayo El manual del dictador, escrito por dos catedráticos de política de la Universidad de Nueva York, Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith, que ha publicado en español Siruela. Ambos politólogos analizan el comportamiento de autócratas, sobre todo, pero también de mandatarios elegidos democráticamente y de jefes ejecutivos de empresas para concluir que los líderes están dispuestos a lo que sea para seguir al mando. Así reza en el provocador subtítulo del libro, Por qué la mala conducta es casi siempre buena política. Los autores reconocen que su obra es una descripción "cínica pero exacta" de la política.
De entre las decenas de personajes mencionados en El manual del dictador, estos son, por orden alfabético, algunos de los más citados. Lo que sigue no es una selección de los peores villanos de la historia, sino de aquellos que los autores destacan por sus maniobras para mantener, de cualquier manera, la autoridad:
1.- Samuel Doe. Sargento liberiano, casi analfabeto, participó en la revuelta de oficiales que acabó con el régimen (y la vida) del presidente Tolbert en 1980 porque no recibían su soldada. El mismo Doe se encargó de atravesar al mandatario "con una bayoneta y arrojar sus entrañas a los perros". Autonombrado presidente, ordenó la ejecución de 13 ministros y de decenas de correligionarios de los que no se fiaba. Apoyado por Estados Unidos, "se aficionó a las mujeres de sus guardias y amasó una fortuna de 300 millones de dólares" en una década. Su gestión fue desastrosa, sus leales mataron a cientos de personas tras las protestas por unas elecciones amañadas. Conservó el cetro mientras fue útil a EE UU pero con el fin de la guerra fría, Washington le cortó el suministro y fue derrocado. Antes de morir torturado, sus sucesores le cortaron una oreja en el interrogatorio mientras trataban de averiguar los números de sus cuentas bancarias.
2.- Adolf Hitler. Canciller de Alemania en 1933, se apoyó rápidamente en las siniestras SS para encarcelar y aniquilar a centenares de enemigos; su régimen de terror impedía cualquier posibilidad de rebelión, subrayan Bueno y Smith, así nadie se atrevía a levantarse en su contra porque la posibilidad de fracasar era demasiado grande; su populismo enardeció a un país dolorido por la derrota en la Primera Guerra Mundial; el ansia anexionista para satisfacer el "espacio vital" de Alemania desembocó en la Segunda Guerra Mundial y con ella el espanto de los guetos, los campos de exterminio y el Holocausto.
3.- Sadam Husein. De "matón callejero a presidente de Irak", llegó al poder en 1979, tras obligar a dimitir a su predecesor (y primo), Al Bakr. Unos días después de hacerse con el mando, convocó una asamblea de líderes de su partido, el Baaz, para anunciarles los que iban a morir por traicionarle. A ello siguieron cientos de ejecuciones sumarias; en 1988 masacró con armas químicas a los descontentos kurdos. Mientras su país sufría sanciones económicas por la invasión de Kuwait en 1990, "se construyó palacios que costaban mil millones de dólares". "Un miserable" que favoreció el que productos suministrados por la ONU para reducir las muertes de niños iraquíes se revendiesen a otros países. Sus compinches lograron pingües beneficios pero se duplicó el índice de mortalidad infantil. La anexión del territorio kuwaití provocó la Primera Guerra del Golfo, en 1991. En 2003, EE UU invadió Irak y depuso a Husein, condenado a morir ahorcado por el alto tribunal iraquí en 2006.
4.- Ferdinand Marcos. Su "capitalismo de amigotes" le llevó a saquear miles de millones de Filipinas en su dictadura (1965-1986). El latrocinio solo acabó cuando, gravemente enfermo, abandonó el país. Antes había intentado blanquear su régimen con unas elecciones fraudulentas que motivaron el rechazo en su país y de la comunidad internacional.
5.- Mobutu Sese Seko. "Llevo 30 años en el poder y no he construido ni una carretera", le dijo el dictador zaireño al presidente de Ruanda en 1995. ¿Por qué? "Porque por esas carreteras vendrían los que querrían acabar conmigo". Proclama de un tirano que utilizó los recursos naturales de su país en beneficio propio. Un ladrón que amasó miles de millones y villas en los Alpes suizos, Portugal, la Riviera francesa, Bruselas y palacios presidenciales en muchas ciudades de Zaire. Amigo de EE UU, hizo construir en su ciudad natal un aeropuerto acorde con las necesidades del supersónico Concorde que alquilaba para uso personal.
6.- Robert Mugabe. El actual presidente de Zimbabue (nacido en 1924) se las ha arreglado para untar generosamente a los militares e impedir cualquier atisbo de rebelión. Llegó al poder en 1980 tras el acuerdo que ponía fin a una guerra civil. Mugabe prometió reconciliación pero instauró un Estado de partido único. Es un corrupto que en el simulacro de elecciones de 2005 mandó excavadoras para derribar las casas de los barrios que no le habían apoyado. Llamó a esta medida Operación sacar la basura. Hoy, la economía del país está hundida, con una población diezmada por el hambre y el cólera. "Mugabe es horrible por lo que ha hecho a su pueblo pero un maestro en las reglas por las que se rige, sobornar a los amiguetes", dicen los autores.
7.- Josef Stalin. Bueno y Smith califican al dictador soviético de "tirano delincuente" que purgó a sus adversarios y "eliminó a gente con entusiamo", como acreditan los millones de personas enviadas a los gulags. Stalin "descubrió que matar a muchos para atrapar a unos pocos enemigos compensaba el gasto y la pérdida de vidas inocentes". El georgiano "dejó claro a sus comisarios que una tasa exorbitante de error en la ejecución de potenciales enemigos era aceptable".
Hay muchos más estudiados en El manual del dictador: Fidel Castro, Deng Xiaoping, Gadafi, Jomeini, Kim Yong Il, Mubarak... pero incomprensiblemente no están Mussolini, Franco y Pinochet, a pesar de que compartieron con los demás la fijación por mantenerse en el poder a toda costa.
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