domingo, 24 de noviembre de 2013

¿Quién mató a Montesquieu?

Si "Montesquieu ha muerto", como dijo el Guerra (lo que puede ser, puede ser, y además es posible), quiero saber quién lo mató; el delito no debe quedar impune, como ha quedado el Prestige o un rey cojuelo que mata elefantes y no dispone de adn reconocido, como los fantasmas.

Porque eso es un principio del derecho romano, que era bastante recto antes de que lo torcieran a fuerza de epiqueyas como las que dominan las leyes hodiernas o de hoy, que son jodiendas también. Y las leyes se tuercen así: con cada enmienda, restricción, adaptación o epiqueya, hasta volverse una jodienda al pueblo, ya lo indica el refrán: "Al papel y la mujer / hasta el culo le has de ver".

El power ejecutor ha dictaminado muerte natural; pero yo no me lo creo hasta que reaccione en cadena la polimerasa. Que no cierren tan deprisa el ataúd. Que ni siquiera lo crucen de brazos. Qui prodest? ¿A quién beneficia?

Es al Poder, legislativo, ejecutivo o judicial, porque el poder es uno y trino, como Dios, aunque aquí se nos muestra más bien como Alá, que no es trino, sino uno y turco y manda que es una asquerosidad, una sharia, vamos. Cuánto mejor ser cristiano y trinitario. El poder es siempre injusto, porque se ejerce siempre por su propia naturaleza sobre el débil o indefenso, pues de lo contrario no sería poder. Pero nuestras garantías constitucionales son dignas de Marruecos, dan risa, y recuerdan las arbitrariedades que los monarcas absolutos cometían con lo que en Francia llamaban lettre de cachet y en España orden reservada, con las cuales un monarca podía saltarse todos los tribunales habidos y por haber y encerrar para toda la eternidad y sin proceso judicial a quien le viniera en gana. Lo equivalente entre los nosotros de hoy es la demora, robo o manipulación de pruebas y alargamiento de todo proceso judicial, more Berlusconi, ya al fin (si es que llega; en Italia, como en España, donde todo se hace a medias, eso nunca se puede decir), y oficialmente, corruptor de menores y de mayores, hasta la prescripción, robo o disolución de las pruebas en la nada. Los procesos de aquí es que son una kafka. Y ni siquiera una kafka consistente: pura diarrea.

Los digamos que procedimientos varían a cuál peor: cambiar diez veces a los jueces de instrucción, quitarles el personal necesario, inflar los sumarios hasta que asciendan cual montgolfieros, esos globos de papel del XVIII, donde Baumgartner perdió el casco. Hasta la iniciativa legislativa popular ha sido usurpada por esa democracia indirecta y rogativa que agravia a la mayoría con una minoría. Easy to do justice, very hard to do right. "Fácil es hacer justicia, pero es muy duro hacer lo justo", o, si tradujéramos mejor que en el filme, "lo correcto", como se dice en la pieza teatral de Terence Rattigan, The Winslow boy (1949), inspirada en un hecho real que modificó el derecho de apelación al rey de ese país sin constitución escrita, Gran Bretaña. Fue muy bien llevada a la pantalla por otro dramaturgo y cineasta, David Mamet (autor de El motor de agua y otras piezas más conocidas), bajo el título de El caso Winslow (1999).

Juvenal (mejor Juvenal, porque el otro satírico sobresaliente, Marcial, era un hispano y ya estaba corrupto y no moralizaba, solo alababa tiranos para agenciarse un chalet en Aragón) ya lo dice en su sátira VI: "Quis custodiet ipsos custodes? (¿Quién vigila a quienes vigilan?)". Como no sea el pueblo... Pero al pueblo lo tienen como al perro: fuera de todos los asuntos, en la caseta, mano sobre mano, helándose de frío, a dieta de pan duro y agua, hasta que haya alguna cacería o elecciones. Después de divertirse con él, cuando ya esté demasiado lleno de perdigones o asustado por los disparos que se niegue a perseguir liebres, lo ahorcarán de un olivo. Y no habrá mordisco que valga, salvo en los cigotos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario