Siempre me ha maravillado el respeto reverencial y en demasía puntilloso y hasta comatoso que algunos guardan a la lengua. Es mi profesión y le he perdido todo el respeto, a pesar de lo cual prefiero no atropellar demasiado a una vieja de mil años como es la lengua castellana salvo cuando se muestra sorda (que ya son muchos años los que tiene) a mis pensamientos, pocos, o a mis sentimientos, aún más escasos. Procuro usarla con la precisión más ambigua y confieso ser un maltratador y hasta un torturador quejicoso de esa hembra chulesca e hideputa, porque, como es vieja y he convivido con ella toda mi vida, soportando sus rarezas y sus manías y sirviéndola con regularidad, ya estoy harto de tantas rebeldías y bastonazos. Prefiero ser yo el que mande y hasta me divorciaría de ella para ingresar en una cartuja o inventar una nueva gramática, porque además ella ya tiene una institución donde vivir: la Real Cacademia de la Lengua, que le puede lamer todo lo que le pique y hasta limpiarla y darle brillo y esplendor, como el Netol. Porque ahora Amancio Ortega la financia, como se declara en las hojas de preliminares de la Ortografía; la ortografía es que viste muy bien a una lengua, en concreto de Zara.
Pero es muy machista, la vieja. Para ella las zorras no lo son por su astucia, como los zorros, y un gallo o gallito es más apreciable que un gallina; salir con públicas no significa publicar. Además, cosifica a las mujeres: las cosechadoras no son mujeres que agavillan el trigo, ni las impresoras trabajan en la imprenta o son esposas del impresor, sino instrumentos mecánicos solo un poco menos caprichosos que las féminas. Además, y eso debería molestar a las mujeres por el culo que saca, el morfema femenino engorda mucho: no es lo mismo una cuba que un cubo ni una anilla que un anillo. Así que una gorda es un poco más culona que un gordo, más ingente, por usar el morfema neutral, algo que capta bien su sensibilidad lingual, perdón, lingüística. Incluso se usa más el femenino para insultar, de forma que existen marranadas y no marranados. Siempre se ve y se va a lo femenino como a un incordio y, más allá de la gramática, se atreve incluso con el léxico, oponiendo algo cojonudo a un coñazo y no lo coñudo a lo cojonal. Los afijos desechados son un recurso insuperable para extraer nuevos brillos y significaciones a los gastados lexemas.
Los hombres son copulativos y las mujeres predicativas y transitivas. Es así porque los hombres no son nada sin atributos y porque las mujeres nos sueltan un sermón cada día proyectando toda su energía verbal sobre los hombres, sus pasivos e inofensivos objetos directos, casados con ellas por la liturgia sintáctica del clero gramatical. En vez de sujeto y predicado habría que hablar, con "palabras significantes", que dijo fray Luis, de "tema" y de "comentario" o "desarrollo"; pero, como los primeros gramáticos eran todos curas, la terminología se quedó ya sagrada y las mujeres dedican toda su actividad verbal a ser el núcleo del predicado, esto es, del sermón, que afecta siempre a los pobres hombres objeto-directos. Así pues, las mujeres devoran objetos directos como maridos, pero se alimentan de complementos de régimen para adelgazar, esto es, de suplementos nutritivos, sin saber que no les valdrá de nada: el género engorda.
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