I. John Carlin, "Los caballeros de la Mesa Redonda", El País, 27-I-2015:
El escritor y periodista John Carlin inicia este miércoles una serie en la que explora el fenómeno Podemos, por qué ha logrado convencer a tanta gente en tan poco tiempo, cómo son sus dirigentes y, sobre todo, a qué aspira.
Domingo, doce de la mañana, horario de misa. Faltan cuatro días para Navidad y el recinto está repleto; el ambiente, festivo; el fervor ante la inminente llegada del elegido, in crescendo. Gente de todas las edades, de los dos años a los ochenta, la mayoría de pie, con los ojos puestos en una puerta al fondo de la sala por donde saldrá el hombre llamado a señalarles el camino. Pasan los minutos —doce y cinco, doce y diez, doce y cuarto— y aún no aparece. Pero la multitud no se desanima. Se deleita con la sensación de estar participando en un momento histórico y corea una consigna tras otra, todas cargadas de ilusión, aunque de origen diverso.
“¡Sí, se puede!”, eco del “Yes, we can” de la campaña electoral del presidente de Estados Unidos; “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!”, importada de América Latina, de las luchas antiimperialismo yanqui; “A por ellos, ¡oé!”, de la liturgia futbolera; y “¡Paaablooo! ¡Paaablooo!”, al ritmo que marcan los fieles del vecino Camp Nou —“¡Meeessiii! ¡Meeessiii!”— cuando aclaman a su ídolo.
El lugar, el Palau Municipal d’Esports de Vall d’Hebron, barrio obrero de Barcelona; la fecha, el 21 de diciembre del año recién concluido.
Podemos representa cambio, futuro y modernidad, pero la coleta larga que luce Iglesias le da un aire rockero años setenta. Falta casi un año para las elecciones generales españolas pero ya huele a victoria aquí en el Vall d’Hebron. Es el primer acto multitudinario de Podemos, el partido político líder según las encuestas nacionales, en tierras catalanas. Unas 2.500 personas dentro del pabellón y otras mil afuera aclaman a Pablo Iglesias, profesor de Ciencias Políticas de 36 años que, justo un año antes, con otros cuatro docentes de la Universidad Complutense de Madrid, decide fundar Podemos. Ahora es su secretario general, primus inter pares y cara pública de la nueva formación, el líder de la primavera española que hoy agita a la vieja Europa.
Viste camisa blanca, vaqueros azules, zapatos deportivos negros con rayas blancas, marcando la diferencia con la encorbatada burguesía. Podemos representa cambio, futuro y modernidad, pero la coleta larga que luce le da un aire rockero años setenta.
La simbología es algo confusa, como las consignas, como las palabras del propio Iglesias. Es catedrático pero el plato fuerte de su discurso es un cuento para niños, una fábula sobre gatos y ratones de fácil digestión para todas las edades: los gatos son los malos, los representantes de la casta dominante, y los ratones son el pueblo, los buenos. Dice —su tono urgente, disparando palabras como balas— que ni él ni ninguno de los fundadores de Podemos son Podemos: “¡Podemos sois vosotros!”, para luego agregar: “Hay cientos de miles que dicen ‘El de la coleta soy yo”. Declara: “Yo soy de izquierdas”, pero al instante matiza: “El poder no teme a la izquierda sino a la gente”. Y afirma: “No he venido a Cataluña a prometer nada a nadie. No me fío de los políticos que hacen promesas”.
El público en el pabellón de Vall d’Hebron no deja de aplaudir, pero queda por ver si, a la hora de votar, una mayoría de españoles estará dispuesta a fiarse de un partido político que no hace promesas. Quedan muchas preguntas por contestar. ¿Qué ha hecho Podemos para convencer a tantos en tan poco tiempo? ¿Cómo son sus dirigentes, sus activistas, los nuevos conversos a la causa? Y, ante todo, ¿qué quiere Podemos?
En la sede del partido, en la plaza de España en Madrid, reina el ambiente despacho-garaje de una start-up californiana. Unos diez jóvenes en vaqueros y camisetas trabajan intensamente en una ambiciosa misión: conquistar los corazones y las mentes del público votante español. Sus armas, ordenadores portátiles y teléfonos móviles, las herramientas digitales con las que Podemos ha logrado amplificar el mensaje del partido con tan frenética efectividad.
Aquí no gusta el concepto de jefe pero Miguel Ardanuy, de 25 años, es el cerebro del sector de Podemos que en otros tiempos se hubiera denominado “propaganda” pero que ellos llaman “participación”.
“Sin las redes sociales no estaríamos donde estamos hoy en las encuestas”, cuenta Ardanuy, que estudió Ciencias Políticas en la Complutense, habla como si tuviera prisa como Iglesias y luce dos colas rastas, largas y finitas. “En otra época uno transmitía su mensaje yendo de puerta en puerta”, dice. “Hoy todo ocurre al instante”.
Gracias a Internet los simpatizantes de Podemos, 300.000 de ellos suscritos a la página web Plaza Podemos, son todos vecinos. A través de esta plataforma, de Twitter y de una aplicación para móviles llamada Appgree han armado foros de debate que aportan ideas al proceso de decisiones del partido y a la vez funcionan como un servicio de datos, ofreciendo la materia prima con la que el liderazgo afina los mensajes que tienen mayor resonancia entre la población.
Así Podemos ha ido destilando las claves de su vendedora “narrativa” y de ahí también las frases hechas que Ardanuy y sus compañeros oficinistas-militantes salpican en la conversación: “Nosotros representamos la ilusión”; “el PP y el PSOE están osificados”; “adiós a la casta corrupta que nos gobierna” (la casta, la palabra más utilizada en el lexicón de Podemos), y la frase que repiten una y otra vez, “no somos ni de izquierda ni de derecha”.
Esta última es a la vez la consigna que más polémica genera y la que más alcance tiene. Indigna a la izquierda tradicional, de la que se han distanciado, pero al mismo tiempo, apelando a lo que Podemos llama el “sentido común”, despeja miedos y despierta entusiasmo en un amplio sector de la población. Es la fórmula para construir lo que Pablo Iglesias llama “una marca ganadora”.
No todos los rebeldes de Podemos son jóvenes. Jesús Montero, de 51 años, es el recién electo secretario municipal del partido en Madrid. Trabaja en la Complutense (todos los caminos de Podemos se originan aquí) en un alto cargo de administración.
De tez y físico delgados, luce una ligera barba blanca y una pequeña gorra de cuero, lo que le proporciona un aspecto medio Quijote, medio Lenin. Pero, a diferencia de Iglesias y Ardanuy, habla de manera medida y serena, seguramente más pausado que cuando inició su trayectoria política a los 14 años como organizador de una huelga en el colegio. Influido por “curas politizados”, a tal punto que durante un tiempo pensó que él mismo iba para cura, se incorporó a las Juventudes Comunistas y fue elegido secretario general cuando tenía 20 años. De ahí pasó a ser uno de los fundadores de Izquierda Unida en 1986, partido que dejó en 1997 tras una crisis interna, pero el año siguiente acudió con entusiasmo a Chiapas, en México, a observar de cerca la revolución zapatista del subcomandante Marcos. “Ahí surgió la idea de que otro mundo es posible, en contra de la globalización y la revolución conservadora de Reagan y Thatcher”, dice. Pero el zapatismo tampoco prosperó y la izquierda española “naufragó por falta de audacia”. En 2003 abandonó toda militancia organizada.
“Hay dos culturas empresariales. Una es casta, la otra quiere contribuir al bienestar social, como la familia Botín en el Banco Santander”, dice Jesús Montero, electo secretario municipal del partido en Madrid
Once años después, la vida le ha ofrecido una segunda oportunidad. “He recuperado la ilusión. Venimos a democratizar el poder y remoralizar la vida pública, a sacar el discurso de los bares a la plaza, a restaurar el vínculo entre la gente y el gobierno, que ha tratado a la gente como si fueran menores de edad”.
Para restaurar el vínculo hay que acabar con el paternalismo de los partidos tradicionales, dice. En otro momento de su vida quizá hubiera dicho que había que acabar con el capitalismo también. Ya no.
“No todos los empresarios son iguales”, afirma. “Hay dos culturas empresariales. Una es casta, la otra quiere contribuir al bienestar social, como la familia Botín en el Banco Santander”. ¿Habla en serio? “¡Sí! Yo estoy convencido de que hay empresarios de buena voluntad. Hay sectores del capitalismo emprendedor que saben que necesitan un país con menos desigualdad social, que entienden que así expanden su mercado. Seguro que Ana Botín [presidenta del Banco Santander] se vería con Pablo Iglesias y hablarían de estas cosas”.
Menos matizado fue el populista mensaje —prácticamente el único mensaje— que se lanzó durante un acto de Podemos que presidió Montero unas horas más tarde en el barrio céntrico obrero de Madrid, Lavapiés. “Vamos a echar a la mafia económica y política, vamos a echar a los golfos, vamos a recuperar Madrid para los ciudadanos”, y “vamos a acabar con el austericidio”, y “vamos a acabar con la vieja política y vamos a crear una democracia participativa” fueron las consignas más coreadas.
La democracia participativa es más posible hoy que nunca gracias a la revolución digital, dice Montero cuando le toca su turno de hablar, y anuncia que Podemos va a lanzar una campaña para que todo el mundo tenga acceso a la web y pueda así tener un impacto directo sobre las políticas de Podemos. Como ha propuesto Pablo Iglesias, “cada vez que haya que tomar una decisión en Podemos que sea compleja y difícil propondremos que vote la gente”.
La idea es bonita, pero surgen un par de dudas. Primero, se parte de la base de que las grandes mayorías comparten o pueden llegar a compartir la pasión por la política de los politólogos y sociólogos que han creado Podemos, cuando quizá la realidad sea que en España, como en todos lados, la política es un deporte minoritario. Segundo, se opera según la premisa, alimentada hoy por el fenómeno de referendos virtuales permanentes que ofrecen las redes sociales, de que la opinión del pueblo debe ser escuchada. Pero, como se vio en Alemania en su día, la sabiduría de las masas es un concepto cuestionable, muchas veces basado en la ignorancia o en la histeria colectiva. En temas delicados y complejos de economía, o de política extranjera, las ideas que aporta la masa tuitera a las grandes cuestiones del día pueden resultar de poco más valor que las de los pasajeros al piloto cuando un avión atraviesa aires turbulentos.
Alguien que conversa sobre política con la desenvoltura y pasión de un fanático del Real Madrid sobre el fútbol es Íñigo Errejón. Señalado por algunos como el verdadero genio de Podemos, tiene el aspecto de un chico de 16 años, aunque tiene 31. Como los otros cinco fundadores de Podemos, Errejón es profesor en la Complutense.
“Si ganamos las elecciones, empieza el partido de verdad y el cambio revolucionario que deseamos no se va lograr sin que Europa, o al menos la parte sur de Europa, esté con nosotros”, admite Errejón
Sus gafas le dan un aire Harry Potter, motivación adicional para preguntarle por el truco mágico que ha transformado a militantes de izquierda como él en políticos pragmáticos todoterreno.
“La mayor parte de la gente no se ve representada hoy ni en los dos partidos políticos dominantes, ni en la vieja izquierda”, responde. “Izquierda y derecha son metáforas, son nombres nada más, y no son eternos. Nosotros representamos el sentido común contenido en una identidad transversal y popular, frente a la oligarquía”.
Errejón emana una enorme confianza en sí mismo unida a una casi agotadora hiperactividad mental. Pero esa palabra, oligarquía, chirría un poco en alguien que pretende alejarse de los tópicos de la vieja izquierda, como también chirría la asociación de los líderes de Podemos con la Venezuela de Hugo Chávez, según Pablo Iglesias, “una de las democracias más saludables del mundo”.
¿Cómo encaja la admiración por el chavismo venezolano, que tras 15 años de gobierno ha llevado al país latinoamericano al borde de la ruina, con el ecumenismo que profesa Podemos? Errejón no responde ¿Vene... qué?, pero casi. Descalifica cualquier noción de que Podemos piense en replicar el modelo de Venezuela. “España no es un país como Venezuela, con petróleo. Es otra cosa. El Estado funciona, el PIB es mucho más alto, no viven pobres en la montaña sin luz”.
“Si desaparecemos mañana le habremos dado una buena lección a los poderosos. Se les habrá metido miedo”, afirma Íñigo Errejón
Pero entonces, ¿cuál es el programa? Es la pregunta que todos los sectores opuestos a Podemos hacen, pero Errejón insiste en que el partido es un recién nacido y es prematuro exigir “mañana mismo” muchos detalles al respecto.
Lo que sí tiene Podemos es lo que más necesita un partido que pretende ganar elecciones: una narrativa identitaria al alcance de todos. Se presentan al imaginario colectivo como los caballeros de la Mesa Redonda que, junto al pueblo enardecido, pretenden atacar, despoblar y ocupar el castillo negro donde se atrinchera la despiadada casta. Errejón no discrepa de la metáfora pero matiza que “aún falta mucho para llegar a las murallas”.
En caso de que lleguen, Errejón no menosprecia la enormidad del reto al que Podemos se enfrentaría. Sueña, pero con los ojos abiertos. “Si ganamos las elecciones, ahí empieza el partido de verdad. Ahí competimos en Champions y el cambio revolucionario que deseamos, debemos reconocerlo, no se va a lograr sin que Europa, o al menos la parte sur de Europa, esté con nosotros. Esto no es la apología de la utopía. Vamos a empujar tantito, pero el cuánto dependerá de otros en Europa también”.
Es decir, en una Europa en la que la soberanía nacional es limitada, en un mundo más económicamente interdependiente que nunca, un Gobierno como el español poco puede hacer solo para, por ejemplo, aumentar el gasto público o reducir el paro. Como decía hace poco en una entrevista a la BBC el presidente saliente de Uruguay e ídolo de Podemos, José Mújica: “El problema es la realidad porque no hacemos lo que queremos, hacemos lo que podemos dentro del margen de la realidad”.
¿Qué pasaría si Podemos desapareciera del mapa tan rápidamente como emergió? ¿Para algo habría servido?
Errejón es listo y lo sabe pero posee la suficiente humildad para no descartar esta posibilidad. “Si desaparecemos mañana le habremos dado una buena lección a los poderosos. Se les habrá metido miedo. Con su sola existencia Podemos ha demostrado el deseo de la gente de regeneración democrática, ha destapado como nunca la necesidad de que los gobernantes rindan cuentas”.
II. John Carlin, "La casta somos todos", El País, 29-I-2015:
El escritor y periodista trata de descifrar las causas del fenómeno y su proyecto político.
De si es verdad que la revolución tendrá que esperar, o de si cabe la posibilidad de que Podemos pase a la historia como un mero revulsivo social, no parecen haberse enterado los militantes de Podemos en un acto público en Vallecas, el clásico barrio obrero del sur de Madrid. “¡Estamos a punto de derribar los muros del castillo!”, exclama uno de los oradores. Tampoco se respira mucha diversidad ideológica. El acto se inicia con una consigna, aclamada con júbilo: “¡Un brindis por la revolución cubana!”.
El acto se celebra en el Ateneo Republicano de Vallecas, una especie de club social para vecinos de tendencia izquierdista. Pero ahora hay algo nuevo que les une: la sensación de que sí, se puede ganar.
“Estamos viviendo un momento histórico, un momento de ilusión”, declara un asistente. “El pueblo obrero y guerrero de Vallecas se prepara para el cambio”, proclama otra. Se repiten disciplinadamente las consignas de la dirección: “Combatir la casta y a la gentuza que nos ha declarado la guerra a los ciudadanos”, a “los banqueros responsables de los desahucios”, a “los poderes ocultos que han secuestrado la democracia”, a “los políticos podridos” que se llenan los bolsillos mientras los niños pasan hambre en los colegios. “La batalla contra la desigualdad es lo que Podemos representa, ante todo”, y cuando llegue al poder “los peces pequeños se comerán a los peces grandes”.
Propuestas concretas sobre cómo se acabaría con la desigualdad no hay, y espíritu de transversalidad, poco. Pero entusiasmo, sí. Y lo que queda constatado es que aunque los números que acumula Podemos provengan de un amplio sector, la energía política, el petróleo que alimenta el motor Podemos, es de izquierdas. Como lo es un diario en venta en una mesa a la entrada del Ateneo llamado El Otro País. En la página cuatro hay un artículo muy crítico con la formación cuyo argumento central es que Podemos, “desideologizado”, ha imitado el modus operandi político de las potencias capitalistas. “Para entender el éxito electoral (presente y futuro) de Podemos”, dice el artículo, hay que recurrir a lo que “los publicistas estadounidenses resumen en: 1) contar una historia; 2) ser breve; 3) ser emocional”.
Maribel Cabrera tiene 36 años, los mismos que Pablo Iglesias, su vecino en Vallecas. Maby, como sus amigos la conocen, vende ropa deportiva en El Corte Inglés, donde gana 850 euros al mes. A sus espaldas tiene una agitada trayectoria como sindicalista y activista local, curtida en el movimiento indignado 15-M; hoy forma parte del equipo de 25 personas que representa a Podemos en el municipio de Madrid.
“Cuando no tenía pareja quería a Brad Pitt”, cuenta Maby, que hoy sí tiene pareja y una hija. Irradia energía y buen humor y ya no sueña más con hacerle la competencia a Angelina Jolie. Es su manera de explicar cómo su asociación con Podemos le ha rebajado las expectativas políticas, adaptándolas al mundo como es, no como quisiera que fuera.
“He sido de izquierdas toda la vida porque quería igualdad social, pero veo que los partidos de izquierda no han conseguido nada, que las ideas utópicas de izquierdas no pueden más. Eso fue hace dos siglos. Podemos es intentar adaptar la sociedad a lo que se puede hacer hoy, es decir, con mucho trabajo y poco a poco, ni de izquierdas ni de derechas”.
A diferencia de Maby, Manu Báez, de 32 años, y Rafa Arias, de 52, ambos también de Vallecas, carecen de trayectoria en la militancia política. Manu, que se gana la vida como profesor de música, no había votado nunca. Pablo Iglesias empezó a convencerle desde su programa de televisión, La Tuerka. “Me gustó desde un principio”, dice, “porque no me trataba como imbécil”.
Rafa Arias, celador en un hospital además de camarero ocasional, destaca lo mismo. “Siento que Iglesias y los otros profesores universitarios que dirigen Podemos me tratan con respeto, que hacen caso a gente como yo”.
Andrés Serrano, jefe de unidad en la Policía Municipal de Madrid, comparte con Maby una dilatada trayectoria de izquierdas. Llegó a militar en Izquierda Unida, pero su prioridad hoy no es llegar a la dictadura del proletariado. “He bajado el listón”, dice durante una conversación en un bar céntrico de la capital. “Me conformo por ahora con un país más decente, un país donde el trabajo bien hecho tenga recompensa. Que salga el mejor, no el amigo de alguien”.
¿Aboga, entonces, por un capitalismo decente? “De momento, sí. Yo firmo ahora un capitalismo donde mis hijos se esfuercen y les vaya bien. Ahora queremos lo básico, que es regenerar el país, modernizarlo, acabar con las redes de complicidades y los clientelismos, que ha sido lo nuestro desde el franquismo”.
Pero ¿no teme que la ilusión se convierta en decepción en caso de que Podemos llegue al poder y descubra que las arcas del Estado están vacías? “Hay que apostar por algo”, responde Andrés, “y yo he elegido apostar por Podemos. Pero, sí, decepcionará, inevitablemente. El paro no se acabará mañana. Si hay cambio será poco a poco. Pero con tal de que se apliquen las leyes y se dé ejemplo de honestidad, un ejemplo que ayude a cambiar la forma de ser de la sociedad, veré justificado mi voto”.
Alfonso tiene un perfil diferente de los anteriores simpatizantes de Podemos, pero comparte la idea de que las corruptas costumbres de la casta se filtran por toda la ciudadanía. Alfonso, que prefiere no revelar su verdadero nombre, tiene 48 años. Estudió en una universidad inglesa y ha sido director financiero en varias grandes empresas, entre ellas Telefónica. Ha votado al PSOE y también al PP. Hoy piensa votar a Podemos. Incluso ha donado dinero al partido.
Como Andrés Serrano, Alfonso piensa sobre todo en el futuro de sus hijos. “Sus posibilidades a día de hoy son mucho peores que las de mi generación y todos, no solo los políticos, hemos sido cómplices de esta situación”, dice. El problema es, en esencia, moral. O, por decirlo de otra manera, los hábitos amorales de la famosa casta se extienden a todos. “El 95% de los españoles piensa que ‘si hago esto y no me pillan, bien’. Yo veo a Podemos como una posibilidad, la única que veo en el panorama político, de cambiar y regenerar el sistema en general”.
Alfonso insiste en que es el sistema; no es que los españoles sean gente corrupta por determinismo biológico. Cuando llega un inglés a España se suma alegremente a la cultura del “con IVA o sin IVA”; se compra un porcentaje de su casa en la Costa del Sol con dinero negro. Todo tiene que ver con el sistema ético, que viene de arriba, según Alfonso. Por eso él, como Andrés Serrano, considera que con tal de tener un Gobierno que insista en la aplicación de las leyes y dé ejemplo con su manera de administrar el poder, España ya ganaría mucho. “Con tal de que al menos tengan como prioridad combatir el paro y, ante todo, que impongan su modelo de transparencia, ya hay más que suficiente razón para votarles”.
Curiosamente, siendo Podemos un partido formado por profesores universitarios, su principal atracción para el electorado radica no en la fuerza de sus ideas, sino en la de su visión moral. Podemos lo sabe y todo indica que va a tener como estrategia de aquí a las elecciones de fin de año eludir todo lo que pueda hablar de proyectos concretos —cosa bastante habitual en los partidos tradicionales que tanto critican— y hará lo posible para centrarse en donde son más fuertes y creíbles, en su misión de transformación política y social.
Durante una conversación de 45 minutos Juan Carlos Monedero, uno de los profesores fundadores, parece sentirse más cómodo hablando de transformación que de proyectos concretos, pese a que él ha sido señalado como el encargado en Podemos de formularlos.
¿La transformación se aplicaría también a la universidad, el mundo del que todos los dirigentes de Podemos provienen? “La universidad en España es muy franquista en su forma de ser”, contesta Monedero. “Es endogámica, no tolera la desobediencia. Dime cinco grandes obras de la universidad española de los últimos 20 años. No hay”. ¿Quiere decir que la universidad también es casta? “Totalmente. El que le lleva el maletín al catedrático es el que asciende. No es ninguna metáfora”.
Y si España es un país donde hasta un tercio de los desempleados trabaja en negro y a la vez muchos cobran como desempleados, donde saltarse la ley para provecho propio es más la regla que la excepción, ¿no se podría decir, entonces, que todos son cómplices de la casta?
“Claro”, responde Monedero. “Pero con un matiz. Si son corruptos los políticos es porque la gente los tolera, pero se ha roto la identificación del pueblo con los políticos y hay una España ahora que no se ve reflejada en esa manera de ser”.
Esa España es a la que apunta Podemos, ese sector de la población aparentemente creciente que, como dice Monedero que le ocurrió a él en sus viajes al extranjero, se mira de repente con cierta vergüenza y siente un fuerte deseo de modernizar el país. “Somos conscientes”, abunda Monedero, “de que si no cambiamos la cultura política del país no cambiamos nada”.
¿Cómo se hace eso? “Haciendo que nadie pueda tener impunidad, que se cambien algunas leyes, que los partidos no decidan los puestos judiciales y haya independencia del Poder Judicial”. Entonces, ¿a lo que apunta Podemos, como lo ve Andrés Serrano, es a un capitalismo decente? Monedero se toma un par de segundos antes de responder. “No existe”, dice. “No existe el capitalismo con rostro humano. Si te lo ofrecen te están mintiendo. Una renta básica, por ejemplo: eso no te lo puede ofrecer el mercado”. ¿Eso no suena bastante a vieja izquierda? “No. En el momento que vivimos las ideologías son una autoindulgencia”
III. John Carlin, "La religión por otros medios", El País, 31-I-2015:
No hay ideologías, no hay programas, no hay ni siquiera, como declaró Pablo Iglesias en Vall d’Hebron, promesas. ¿Entonces qué hay? Hay una narrativa. Hay una historia digerible, un mensaje breve —tuiteable— y un llamamiento a las emociones. ¿Qué quiere Podemos? Lo ha dicho Pablo Iglesias más de una vez: “De lo que se trata es de ganar”. O como declaró en una entrevista reciente: “La obligación de un revolucionario siempre, siempre, siempre es ganar... y para ganar tienes que trabajar con los ingredientes que tienes”.
O, por decirlo de otra manera, con los ingredientes que se ha visto que funcionan: el llamamiento a una cruzada moral; la calculada confusión ideológica; la deliberada ambigüedad en cuanto al programa económico.
Para que Podemos siga escalando en las encuestas los militantes no deben desviarse del guión. Hasta ahora se ha mantenido la disciplina. Prácticamente todo lo que han dicho —en las redes sociales, en las tertulias televisivas, en los discursos, en las entrevistas con los reporteros— se subordina a una astuta estrategia dirigida desde arriba, nutrida por el contacto directo con la ciudadanía a través de Internet, cuyo objetivo es conquistar votos. Lo cual no significa que sean robots o que no sean sinceros. Lo que les motiva en el fondo, desde Miguel Ardanuy en la torre de control digital de Plaza de España hasta Maby Cabrera en Vallecas, es la ilusión de poder crear una sociedad más honesta, más justa, menos desigual. Y dice mucho de ellos y de España que no apelan al miedo sino a la esperanza.
Podemos es la expresión de un fenómeno generalizado en Europa occidental. Ha ocupado el vacío creado por el descrédito, acelerado por la crisis económica, en el que han caído los partidos políticos tradicionales. En las antiguas democracias de Francia y de Gran Bretaña, en Suecia, en Finlandia, incluso en Alemania, el vacío lo están llenando partidos de extrema derecha, antiinmigración, poco disimuladamente racistas. España es diferente. Ni Podemos ni ningún otro partido político español buscan chivos expiatorios entre los musulmanes, los africanos, los sudamericanos, los polacos o los rumanos. Los impulsos del partido que ha irrumpido como un huracán en el terreno político español no son mezquinos.
La suerte de Podemos ha sido tener como rival a alguien del calibre de Mariano Rajoy, el jefe de Gobierno más gris de la democracia española. Lo cual no significa que el carisma sea el punto fuerte de Pablo Iglesias. Es un hábil tertuliano pero no es un gran orador. Quedó claro durante el discurso de Vall d’Hebron que no es ningún Martin Luther King, o Felipe González. Su lenguaje corporal lo delató. Durante la mayor parte de los 20 minutos que duró su discurso tenía las dos manos puestas en las caderas, como un cowboy desafiante pero inseguro. El desafortunado cuento de los ratones tampoco indica que posee el oído o el sentido del humor necesarios para poder conectar visceralmente con las grandes masas. Pero Iglesias piensa rápido, maneja datos y da la cara. Sus carencias se diluyen frente a las del evasivo Rajoy y las de la bovina clase política española, en general.
Muchos, sin embargo, se debatirán entre la tentación de emitir un voto de castigo contra el desacreditado establishment y el temor a las posibles consecuencias de votar a favor de Podemos. Iglesias despertará dudas a la hora de colocar el papelito en las urnas. El fantasma de Hugo Chávez —el cuestionable juicio que demostró Iglesias al identificarse tan efusivamente con él— le perseguirá hasta las elecciones generales de noviembre. Habrá también gente que se preguntará cómo actuaría Iglesias en respuesta a un atentado yihadista en las calles de Madrid, o en la mesa de la OTAN con Obama, Merkel y Cameron para estudiar posibles medidas contra el régimen de Vladímir Putin. ¿Estaría a la altura? Quizá no, pero otra vez surge la pregunta: ¿lo está Rajoy?
Sería un error, sin embargo, para aquellos que pretenden derrotar a Podemos apuntar las balas a la figura de su líder. La fuerza de Podemos no reside en él, reside en el repudio al statu quo y al anhelo de cambio de la ciudadanía. Iglesias tiene razón en el fondo cuando dice que Podemos no es él. Podemos es, como él mismo acertó al decir en su discurso de Vall d’Hebron, “miles de personas, decenas de miles que quieren cambiar”. Hay diferentes opiniones sobre cómo se debería cambiar la economía pero donde hay consenso, y por eso es aquí donde Podemos centra su mensaje, es en el deseo de cambiar la forma de hacer política en España.
Se les acusa de querer engañar al pueblo, de tener una agenda oculta. Es innegable que la energía de Podemos proviene de la izquierda, pero si de una cosa parecen ser conscientes es de los límites de lo posible. Cuando dicen que representan una nueva idea de política transversal quizá lo que están haciendo, en vez de engañar, es reconocer la realidad de que el mundo es como es, de que no hay recetas simples para lograr más crecimiento y menos paro, y pretender imponer desde un Gobierno moderno la antigua utopía marxista leninista sencillamente no es factible. Serán jóvenes los principales impulsores del partido, pero han digerido la lección de José Mujica en cuanto a lo reducidos que son los márgenes de maniobra en un mundo globalizado. Tienen el candor y la madurez suficientes para entender lo aplicable que es a la situación económica de España el viejo chiste: “¿Cómo hacer que Dios se ría? Cuéntale tus planes”.
Hablando de Dios, el mensaje de Podemos contiene permanentes alusiones cristianas. Lo que venden, en el fondo, es el mensaje de Cristo, el de aquel Cristo indignado que cuando llegó al templo denunció a los mercaderes y, en las palabras del evangelio, “echó fuera a todos los que compraban y vendían en el templo, y volcó las mesas de los cambistas… Y les dijo: ‘Escrito está: mi casa será llamada casa de oración pero vosotros la estáis haciendo cueva de ladrones”.
Incluso el método de Podemos es de inspiración cristiana. El taquillero concepto “ni izquierdas ni derechas” representa la evolución contemporánea de la fórmula ganadora, “Me hice todo para todos”, patentada hace dos mil años por el primer gran propagandista cristiano, San Pablo, en una de sus cartas a los corintios.
En la era posideológica y posreligiosa en la que vivimos, los ecos de aquellos textos aún resuenan en las mentes de los habitantes de un país de larga tradición católica como España. En los evangelios, a los malvados los llamaban fariseos, en la narrativa de Podemos los llaman casta. Es un mensaje que apela más a los sentimientos que al raciocinio, a nociones atávicas de la lucha del bien contra el mal. Abundarán motivos para el escepticismo respecto a la posibilidad de que Podemos sea capaz de mejorar las condiciones de vida de los españoles. Habrá, incluso, miedo al caos que podrían llegar a ser capaces de sembrar. Pero los dirigentes lo saben y por eso seguirán invirtiendo su energía retórica en el proyecto de higiene moral que tantos desean. Seguirán a la caza de idealistas y soñadores, de hombres y mujeres de fe que se arriesguen a incorporarse a su cruzada popular contra la malvada casta; apelarán menos a las mentes que a los corazones, donde los mensajes políticos calan más hondo y, si los profesores logran que el combate político se dispute no en el terreno intelectual, sino en el emocional, sus adversarios lo tendrán difícil para ganarles la contienda.
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