Cuando uno mira la lista de inocentes famosos no puede por menos que espantarse: O. J. Simpson, Dominique Strauss-Kahn, Bill Cosby, Silvio Berlusconi, Mariano Rajoy, Dolores "oh, Grey" Cospedal, la del marido plurículo... Si esto es inocencia, los que nos consideramos más o menos blanquitos de culpa nos vamos a ir al Infierno de cabeza como ya arde en él sin ni siquiera morirse Assange o incluso monstruos degenerados como Frank Serpico, Chelsea Manning, Edward Snowden, Baltasar Garzón o un facineroso impresentable como Hervé Falciani entre otros corruptores de la inocencia y honradez de la gente con bolsillos, mentiras o privilegios, creo que precisamente aquella que quiere imponer ahora una ley mordaza para asegurarse la omertà (el silencio cómplice mafioso).
Les da igual los Derechos del hombre que pisen y hasta la misma Constitución con que se limpian el culo todos los días. Dice el primero de esos textos que "el derecho de resistencia a la opresión es la consecuencia de todos los demás derechos". ¿Habrá que recordarles que, gracias a las protestas de al menos tres revoluciones burguesas, se han conquistado los derechos de que disfruta hoy un puñado de países europeos y dos o tres americanos? ¿Que esas protestas que intentan reprimir han hecho avanzar más al hombre como especie en doscientos años que en treinta mil? Ah, ya, claro. No somos especie: aún hay clases, en concreto, la suya.
Pues nada, nada: acabemos con la clase media exprimiéndole todo el dinero que le queda, impidamos la investigación, empobrezcamos la educación, demos el gobierno efectivo a los bancos, hagamos de la industria farmacéutica un negocio y no una necesidad, pactemos un acuerdo con los americanos que nos haga más ricos, más transgénicos y menos sanos a costa de un millón de empleos (y unos cuantos sobornillos bajo cuerda, pagaderos en cuentas numeradas), reduzcamos a la clase media poco a menos que a la esclavitud reescribiendo las leyes, devolvámosla a la ignorancia encareciendo la enseñanza y dejando la investigación no al más capaz, sino al más rico, y dejémosla en la indefensión mediante una ley mordaza que impida toda forma de presión "popular". Vistámonos de guapo con ayuda de las vaciedades televisivas y hagamos que ni siquiera pueda un niño leer y mucho menos comprender un periódico. Convirtamos la vida social en pura charanga y pandereta insustancial, compremos productos de mierda y votemos a los políticos probancarios, antiigualdad y proimpunidad. Esto vamos a votar en las próximas elecciones, y no es que la izquierda ofrezca algo demasiado distinto; solo la justicia, y no ese sucedáneo legal que nos quieren vender por tal, sería algo distinto.
No hay un hombre un voto: el único voto de un banco pesa más que el de diez millones de votos individuales, porque los bancos sientan luego a su mamandurria a la mafia política general con contratos blindados, protesta maniatada y leyes ad hoc que el pueblo no puede desestimar por referéndum a la Suiza y ni siquiera denunciar por medio de la iniciativa legislativa popular, absolutamente desactivada por otra ley ad hoc, como se suele hacer a propósito para negar y desarmar los derechos civiles que reconoce incluso esa Constitución otorgada a los posfranquistas, hoy posfraguistas.
Pues nada, nada: acabemos con la clase media exprimiéndole todo el dinero que le queda, impidamos la investigación, empobrezcamos la educación, demos el gobierno efectivo a los bancos, hagamos de la industria farmacéutica un negocio y no una necesidad, pactemos un acuerdo con los americanos que nos haga más ricos, más transgénicos y menos sanos a costa de un millón de empleos (y unos cuantos sobornillos bajo cuerda, pagaderos en cuentas numeradas), reduzcamos a la clase media poco a menos que a la esclavitud reescribiendo las leyes, devolvámosla a la ignorancia encareciendo la enseñanza y dejando la investigación no al más capaz, sino al más rico, y dejémosla en la indefensión mediante una ley mordaza que impida toda forma de presión "popular". Vistámonos de guapo con ayuda de las vaciedades televisivas y hagamos que ni siquiera pueda un niño leer y mucho menos comprender un periódico. Convirtamos la vida social en pura charanga y pandereta insustancial, compremos productos de mierda y votemos a los políticos probancarios, antiigualdad y proimpunidad. Esto vamos a votar en las próximas elecciones, y no es que la izquierda ofrezca algo demasiado distinto; solo la justicia, y no ese sucedáneo legal que nos quieren vender por tal, sería algo distinto.
No hay un hombre un voto: el único voto de un banco pesa más que el de diez millones de votos individuales, porque los bancos sientan luego a su mamandurria a la mafia política general con contratos blindados, protesta maniatada y leyes ad hoc que el pueblo no puede desestimar por referéndum a la Suiza y ni siquiera denunciar por medio de la iniciativa legislativa popular, absolutamente desactivada por otra ley ad hoc, como se suele hacer a propósito para negar y desarmar los derechos civiles que reconoce incluso esa Constitución otorgada a los posfranquistas, hoy posfraguistas.
En retórica, a paradojas como la de la impunidad se las denomina impossibilia o mundo al revés. Quevedo, inmerso en un Barroco menos corrupto y degenerado que este, ya se burlaba del asunto en su La hora de todos, defendiendo entre risotadas expresionistas la tesis de que, si los justos llegaran al poder por una revolución, los entonces justos a la fuerza harían otra exactamente por los mismos motivos. Es este tipo de cinismo el que gasta la derecha en nuestro país, ya que para ella todo es cuestión de poder o su forma papelera, el dinero, no de justicia. La debilidad de la izquierda española deriva precisamente de esto: de no reconocer la primacía de la justicia, pues, al poner otros principios e ideologías por encima de un valor universal como este, de que carece la derecha nihilista, se divide incesantemente sin encontrar puntos de cohesión. Cuando encuentre esos valores éticos y morales que tanto rechaza por identificarlos erróneamente con el pasado, cuando encuentre la justicia como máximo valor, habrá madurado y no solo podrá concurrir a las elecciones, sino que las ganará.
Los retóricos que aconsejan a la derecha ya van haciendo mejor su trabajo; se dieron cuenta, después de que unos cuantos empezáramos a decirlo, de que la detracción continua por parte de medios de propaganda como La Razón o La Tribuna, habituales mangoneadores del dato, contra Podemos y otros perseguidores de la justicia distributiva, les iba a caer encima como el tejado de vidrio sobre el pobre dios Momo. Contra la indignación no cabe ya el arcaico procedimiento de la demonización que transforma al detractor en alguien tan indiscutible y admirable como el Dios que combate al Demonio; ni la gente es ya religiosa ni tiene tan poca memoria como un móvil sin tarjeta. Por el contrario, ahora recurren a sus armas de siempre: el silencio interesado, el ninguneo, la sobreinformación y el mirar hacia otro lado o hiato.
Todos estos procedimientos, y otros muchos, forman la retórica desinformativa. Especialmente grave es la sobreinformación (ahora mismo La Razón y los mendepocistas del panfleto propagandístico La Tribuna cantan las glorias del PP, el maná caído sobre la tierra que alimentará al pueblo elegido gracias a Yavhé-PP, la promesa de tres millones de puestos de trabajo con que ni siquiera se atrevió a soñar Aznar, las promesas de un mundo mejor de perros atados con longaniza, sin los pagarés a lo Ruiz Mateos / Alibabarcenillas, con una sanidad idílica, una enseñanza gratuita que ni Harvard, un dinero abundante por todas partes, sin recortes macroeconómicos y con crédito bancario a chorros de oro, ya digo, el Paraíso laico, gracias al gran Padre Blanco benefactor de los pobres indios de las praderas de Montiel y Calatrava y la desposada con multículo marido.
El segundo es el hiato o "mirar hacia otro lado". Les ha venido que ni pintado que un piloto nihilista haya perdido el sentido de la vida, como el famoso controlador de vuelo de Breaking Bad o su mismo protagonista, víctima por cierto de una sanidad como la que quiere empeorar el Pepe para hacerla negocio vario de chorizos, catarriberas y peperos. Como si ya la derecha, antaño apocalíptica y hoy beatífica, no nos estuviera tirando encima el propio avión del estado castrante y ahora coercitivo con su famosa Ley mordaza, pensada poco menos que para enviar a la cárcel a todos los que tienen hambre y sed de justicia y hasta, ya que estamos en Semana Santa, a Jesús mismo por alborotador y expulsar a los peperos corruptos del Templo. ¿Os reís? Los dientes sirven para morder, lo otro es inútil ya y no alivia. Y lo han hecho inútil los políticos facinerosos y nefandos del PP y del PSOE. Votarlos, hoy, es una bofetada contra vuestros hijos y contra el futuro.
Debería otorgarse un premio simbólico a la impunidad más "conseguida", aunque hay que reconocer que, en estos menesteres, Rajoy es solo un seguidor frustrado de Franco, su gran maestro de ceremonias. En fin, que sigan con la política de negarlo todo, como hacía el Pseudo Dionisio areopagita, inventor de la teología negativa: no podemos decir que es Dios, solo decir lo que no es. Yo no podría decir qué es el PP, pero sé que en el séptimo círculo del Infierno, o en la séptima planta del cubil de Génova, qué más da, mora un abuelo Cebolleta al que le han crecido los Ciudadanos. Dixi.
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