Hace más o menos ciento setenta años, el 16 de mayo de 1844, Félix Mejía editó el primer número de la tercera, última y hasta ahora desconocida época de El Zurriago; como no tenía suficiente dinero para pagar el tremendo depósito que exigía la ley para editar un periódico nuevo, y a pesar de haberlo ya anunciado en un prospecto, decidió imprimirlo sin título como "Suplemento" del principal periódico del Partido Progresista, El Eco del Comercio; por un pleito la anterior redacción se había casi desmantelado por completo y se reconstruyó poco más o menos casi a tientas. El Suplemento se publicó dos veces por semana hasta que lo prohibió el cabreado general Narváez en 1845 con una argucia legal.
Tuve que ahorrar seis meses para poder comprarme una edición más o menos completa del dichoso Suplemento, aunque está disponible en la Hemeroteca Nacional Digital. El decano del periodismo manchego escribió entonces (y de forma anónima, pues su situación de bígamo no le permitía firmar con su nombre sin correr algún riesgo, pese a lo cual dedicó algún artículo a Manuela Echeverría, la esposa que se había traído de América, lo que no impedía que cortejase a una tal Paca, bailaora de mucho tronío) un artículo con el que avisaba de los principios que iban a regir sus artículos hasta el momento bajo uno de los pseudónimos que utilizó en esta publicación, "El Galán Duende"; también uso los de "Perico el de los Palotes", "La Abuela" y "El Campanero de San Pablo", y otros de menor curso. Se identifica como jamancio (del verbo gitano jamar, "comer", esto es, liberal extremista, en alusión a la Jamancia, la revolución barcelonesa de 1843). Y, como mucho de lo que dice se puede aplicar a los periodistas y a la España de hoy, copiaré casi íntegro el artículo liminar, para que disfruten además de su estilo, inimitable mezcla de cultura y gracejo popular:
Si los calores no nos derriten y nuestros enemigos nos dejan medrar, vamos a daros, carísimos hermanos, muestras certeras de nuestro buen humor y cortesanía respondiendo a las cartas que nos dirijáis en vuestros ratos de ocio y festivas inspiraciones, con tal que vengan francas de porte, ya que no es posible que traigan dentro el cuarto del repartidor.
Si esta correspondencia aumenta las suscripciones hasta el punto de poder hombrearnos con los que tienen ayudas de otro género, bien de acá o del extranjis, os daremos de vez en cuando algunos mascarones y os pintaremos algunos monigotes [se refiere a grabados] que a vuestro sabor aplicaréis a quien convenga. Siempre, empero, teniendo presente los decretos-leyes...
Por desgracia no podemos regoldar de ricos, pues somos jamancios y, como tales, las vacas flacas de Egipto que descifró el bueno y casto José nos devoraron y dejaron en los huesos. Tenemos que esperar y ver cómo nos reciben nuestros hermanos y si adquirimos alguna boga para salir de nuestro estado miserable.
Dicen los economistas que la acumulación y abundancia de efectos disminuye los precios y, como en el mercado literario exceden los vendedores a los que compran, llegará el caso de que ni aun por un soneto del señor Salido darán dos cuartos. Esto es lo que tiene haber llegado al siglo ilustrado en el que todos son publicistas, economistas y poetas... Sin embargo, fortuna te dé Dios, hijo, [que el saber poco te vale, dice el refrán], pues todos conocemos a publicistas, economistas y poetas, menos que medianos, que se han hecho poderosos en cuatro meses y convertídose sus casas en palacios. ¡Ah! ¡Si viniese también para nosotros esta fortunilla! Allá veremos. Entretanto, os rogamos que nos dispenséis benevolencia y muchas suscriciones, si es que gustáis de nuestros articulejos olla podrida, que tal será el Suplemento, según la comezón que de escribir tenemos sin la aridez y secatura del vetusto Eco nuestro padre, que ya va rayando en regañón abacio [abacio, en griego, es el que no tiene derecho a voz ni voto]. VALETE, si lo entendéis.
MI CREDO POLÍTICO.
Si hay tres cosas en el mundo que pueda decirse a la orden del día, y sin las cuales seria imposible que pasara esta vida ningún ciudadano español, son el comer, el dormir y el hablar de política. No hay más diferencia entre todas ellas sino el que, mientras para comer puede bastar con un par de reales por día y para dormir no es menester otra cosa que una cama, para darse el gustazo de decir cuatro friolerillas en política se necesitan seis mil durillos disponibles... y lo demás que se calla. Nosotros contamos, a Dios gracias, con ese dinerillo, y mal pudiéramos renunciar a saborearnos algunos ratos con satirizar a los gobernantes y gobernados al mismo tiempo que morderemos caritativamente a nuestros prójimos, sacando a plaza cuanto de ridículo veamos en ellos y en esta bendita sociedad a que pertenecen.
Esto vale tanto como decir que el Suplemento con que El Eco del Comercio obsequiará a sus lectores dos veces por semana desde hoy en adelante contendrá entre otras cosas sus artículos de política-burlesca. Ustedes no lo extrañarán, porque ya habrán visto en otras partes que esto de decir cuatro cosas a tiempo sobre lo que viene de por allá arriba es la comidilla favorita del GALÁN DUENDE. Pero como el oficio de periodista burlón, aun contando con los seis mil duros y todo, no deja de tener sus inconvenientes y sus tropiezos y como yo soy hombre que no gusto de que hoy me busquen, mañana me prendan y pasado mañana me envíen a Fernando Poo, ni mucho menos me acomoda que unos me llamen progresista, otros moderado, otros republicano y otros carlista, sin tomar en cuenta lo de jamancio, ayacucho y mil otros nombres que no entiendo ni sé lo que significan, he resuelto manifestar a mis lectores mis creencias acerca de tan importante materia, comenzando mis tareas con un credo político.
Desde luego me paso por alto todas aquellas verdades que en las altas regiones de la ciencia son de fe, porque esas las creo desde luego a ojos cerrados. Dicen, verbigracia, que el Pontífice romano es infalible y que el Monarca, siempre que habla, dice verdad. Pues ya saben ustedes que, en hablando el Santo Padre y el Rey, me callo y hago cuenta que estoy oyendo verdades como puños. Así que solo voy a manifestar a ustedes lo que yo creo acerca de aquellas cosas en que opina cada uno como mejor le parece.
Creo, lo primero de todo, que no hay en política una sola cosa que se pueda creer en todas sus partes; que la mayor parte de las verdades de esta ciencia engañan porque se presentan a la vista como muy sencillas, siendo así que comprenden, cada una, otra porción de ellas en las cuales viene a encontrarse luego el busilis. Entiendo, por lo mismo, que las cosas políticas deben creerse con su cuenta y razón.
Veo por España y por las demás naciones de Europa muchas escuelas donde se predica que todos los hombres que no somos reyes ni ministros estamos aquí para servirles a estos de agradable entretenimiento, y más en donde se enseña que la rebelión y la anarquía son unos deberes muy santos y muy buenos y que el pueblo debe levantarse contra el gobierno siquiera una vez a la semana; creo que convendría mucho cerrar todas estas cátedras, y abrir escuelas de juicio y de buen sentido en materia de política.
Creo que la mayor parte de las cuestiones de gobierno no son cuestiones de gobierno, sino cuestiones de personas, y que mientras este interés personal no se aleje y separe de ellas enteramente (lo cual no hemos de ver en muchos años en la tierra de la madre Celestina), no habrá una cuestión gubernamental por cuyo fondo se puedan dar seis maravedises en moneda de Castilla.
Creo que a todos los hombres les gusta mucho ser libres y que la libertad es una de aquellas cosas de que todos se hacen lenguas a porfía; la única diferencia que existe entre los hombres bajo este respecto es que unos quieren la libertad para todos al paso que otros no la quieren sino para sí mismos.
Creo que un gobierno que obra fuera del círculo de la ley por evitar obstáculos a su marcha no es gobierno. Que para gobernar es menester contar con que la gente está viva y se ha de menear y bullir; que el regir un estado por medio de la ilegalidad y el terror no tiene maldita la gracia ni revela otro don que el de la incapacidad y que un gobierno elevado sobre semejantes principios es tan efímero cono una pirámide que descansase sobre la punta.
Creo, sin embargo de esto, que mientras se nos ponga entre ceja y ceja que los hombres que mandan, cualesquiera que ellos sean, han de hacer divinidades desde las sillas ministeriales y nos han de pintar pajaritas en el aire, tenemos para rato; y que si nos proponemos hacerles la guerra hasta que no se dejen cosa buena por hacer, no se nos ha de acabar tan pronto el oficio.
Creo que es una insigne locura el imaginar que una constitución política es un talismán misterioso que lleve consigo por sí solo la felicidad de los pueblos; pero creo, al mismo tiempo, que no puede haber mayor calamidad para un país que el convertir la Constitución en un traje de capricho que se muda a placer de cada uno de los ministerios que vayan subiendo al poder. Encargamos, por lo mismo, a los señores secretarios del despacho, que anden a la moda en todo lo que gusten menos en esto.
Creo que es otra locura de marca mayor el figurarse que en este país andamos todos discordes y desalentados hasta el extremo de no convenir en cosa alguna sobre materias políticas. Precisamente es todo lo contrario: aquí los hombres, todos, cualesquiera que sean sus doctrinas y su color político, desean una sola y única cosa: el poder para ellos y sus amigos.
Creo que la monarquía absoluta y las formas inquisitoriales se han gastado hace mucho tiempo; que no estamos aquí dispuestos para república y que esa teoría popular tiene más de agradable al oído que de otra cosa; entiendo, por lo mismo, que los gobiernos mixtos son los mejores de todos ellos y creo que los que se obstinan en negar esta verdad no han saludado la historia o han empleado inútilmente todo el tiempo que han gastado en leerla.
Creo que no hay un partido político capaz de hacer por sí solo la felicidad de la España; creo también que no habrá por ahora coalición alguna que pueda durar arriba de un mes. Esto vale tanto como decir que yo creo imposible el que eso que llaman algunos felicidad dure más de treinta días seguidos en la España de estos tiempos. Así como así, en estas materias, es muy dueño cada uno de creer lo que le acomode.
Creo que los que se van a Roma en busca de libertad no son muy fuertes en la historia de aquel pueblo de esclavos y señores; que los que se van a Grecia por una carga de virtudes cívicas para traerlas a esta tierra han soñado sin duda en alguna hora tonta con los espartanos y con el paso de las Termópilas, y que los que andan a caza de gangas en los Estados Unidos para importarnos aquí buenas semillas no conocen ni con cien leguas el estado de su pobre patria. Partiendo, por lo mismo, que aquí debemos tomar las cosas como están y no soñar con Grecia ni con Roma, que nada tienen que ver con lo que ahora está pasando en la tierra de don Pelayo.
Creo que la instrucción pública es una de aquellas cosas que en España se encuentran en mejor estado y hacen más rápidos y asombrosos progresos. Tanto que, si seguimos como hasta aquí, estoy seguro de que los escritores públicos que deseamos ser entendidos no solo debemos abstenernos de hojear en adelante libro alguno, sino que hemos de aplicarnos a olvidar lo poquillo que hasta ahora tenemos estudiado.
Creo que nuestra expedición a Marruecos se parece mucho a la influencia política de la Rusia en la balanza europea: con otros podríamos hacer allí cosas muy buenas y de mucho gusto, no contando con quienes son los marroquíes y con las habilidades que allí se estilan. La Rusia también pudiera hacer mucho bueno por la Europa y por el Asia, no contando con quienes son los rusos. Cuando ellos sean mejores de condición, creo que ya estaremos nosotros en estado de marchar hacia Marruecos.
Creo por fin otra porción de cosas, tanto en esto que llaman política general como en nuestros asuntos de política particular, las cuales ni tengo tiempo de enumerarlas más despacio ni me parece preciso decírselas hoy a mis lectores. El tiempo les irá enseñando poco a poco lo que yo pienso acerca de nuestras cosas y cuáles son mis opiniones en la ciencia gubernamental, aplicada al estado de nuestra patria. Únicamente les suplico desde ahora que cuando oigan por ahí a mis prójimos bautizarme con alguno de los nombres que distinguen a los ciento y tantos colores políticos que hay en España, lean antes de conformarse con esta denominación mi Credo político. Y solo me la apliquen cuando vean que concuerda con los principios que en él deja sentados.
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