Se está vendiendo mucho disco duro estas Navidades; antes un "tera" abarcaba muchísimo espacio de memoria, ahora ya es insuficiente. ¿Por qué motivo? Porque la gente quiere archivar imágenes, casi siempre de sí mismos o de sus imitaciones genéticas. La imagen sirve así para vender equipos informáticos y móviles más potentes y, por tanto, más caros. Antieconómico parece el texto: ocupa poca memoria y suele contener ideas nefandas y críticas y más viejas que el capitalismo o el hambre (no hay nada más antiguo que eso). Así que las innovaciones sobre los textos son despreciadas olímpicamente por la tecnología. Porque las ideas siempre son iguales, farrucas y desafiantes: carecen de la jeta y gestualidad de los que llamaban en el XIX "cambiacolores" y hoy chaqueteros, que todo es moda en chaquetas y envoltorios y aplicaciones. Todo se reduce a colorines y dibujitos y merchandising, todo se varía sobre fondo calcado, incluso Star wars, ahora incluso con matanza de padre incluida y chica en vez de chico. Las ideas "no se venden", es más, algunos las confunden con los vulgares y persistentes dolores de cabeza.
Es, por ejemplo, mucho más barato tener un sistema operativo Linux que cualquiera con obsolescencia programada (Windows, por caso) cuya única diferencia consiste en el relumbrón y, sobre todo, la "visibilidad" publicitaria, algo que también llaman "viralidad"; la tiranía de lo que está más visto (como el ¡otra vez! desaparecido y reflotado Windows "Vista"), o lo más vistoso: no en vano no existe el adjetivo "ideoso". El Giligates es tan "fecundo en imágenes" como Ulises era "fecundo en ardides".
Todo el mundo se ha vuelto ahora fotógrafo y lo fotografea todo; es tan rentable para el ego como para el capitalismo, aunque no lo sea para nuestra salud mental o la de los demás eso de ser mismo a todas horas. La publicidad ponzoñosa y tóxica se ha adueñado incluso de nuestro espíritu (aunque eso le importe menos que nuestro bolsillo) y lo es todo, incluso en política: una capa, un vestido con trasparentes en el programa más "visto" del año no vende ideas, no vende nada: solo vende a su propietario; ¿quién vendería unas ideas honestas y cabezonas a lo Julio Anguita o, para ser ciudarrealeños, Emilio Calatayud? ¿Recordáis una sola frase memorable y persistente de un presentador de cualquier canal de televisión en la última semana o solamente su maldita estampa o el modelito que lució? El alzhéimer del concepto caracteriza la cultura de la imagen e incluso la cultura política, que es solo imagen. Se vende en ellos solo la "buena presencia" que piden los mezquinos anuncios de empleo, o la vulgar "jeta" del que se autovende como las putas.
Y de la venta de imagen tienen también una gran culpa algunas mujeres que fomentan esta moral torticera de la falta de intimidad enseñando todo lo que pueden con su forma de vestir en vez de cultivar la simpatía, el don de gentes, los modales, la cultura, la inteligencia, la comprensión o la sensibilidad; se hacen mirar por detrás porque ya sabemos que de la gran mayoría solo podemos esperar un habla (no digo ya escritura) de alabardero: solo es posible mirarlas por el envés, pues tienen tanto culo como el diario deportivo As. La hola de pseudomariconería que nos embarga tiene origen en lo comercial que es la manera de ser de las mujeres, lo que vende su narcisismo y su costumbre de cambiar de imagen.
Es, por ejemplo, mucho más barato tener un sistema operativo Linux que cualquiera con obsolescencia programada (Windows, por caso) cuya única diferencia consiste en el relumbrón y, sobre todo, la "visibilidad" publicitaria, algo que también llaman "viralidad"; la tiranía de lo que está más visto (como el ¡otra vez! desaparecido y reflotado Windows "Vista"), o lo más vistoso: no en vano no existe el adjetivo "ideoso". El Giligates es tan "fecundo en imágenes" como Ulises era "fecundo en ardides".
Todo el mundo se ha vuelto ahora fotógrafo y lo fotografea todo; es tan rentable para el ego como para el capitalismo, aunque no lo sea para nuestra salud mental o la de los demás eso de ser mismo a todas horas. La publicidad ponzoñosa y tóxica se ha adueñado incluso de nuestro espíritu (aunque eso le importe menos que nuestro bolsillo) y lo es todo, incluso en política: una capa, un vestido con trasparentes en el programa más "visto" del año no vende ideas, no vende nada: solo vende a su propietario; ¿quién vendería unas ideas honestas y cabezonas a lo Julio Anguita o, para ser ciudarrealeños, Emilio Calatayud? ¿Recordáis una sola frase memorable y persistente de un presentador de cualquier canal de televisión en la última semana o solamente su maldita estampa o el modelito que lució? El alzhéimer del concepto caracteriza la cultura de la imagen e incluso la cultura política, que es solo imagen. Se vende en ellos solo la "buena presencia" que piden los mezquinos anuncios de empleo, o la vulgar "jeta" del que se autovende como las putas.
Y de la venta de imagen tienen también una gran culpa algunas mujeres que fomentan esta moral torticera de la falta de intimidad enseñando todo lo que pueden con su forma de vestir en vez de cultivar la simpatía, el don de gentes, los modales, la cultura, la inteligencia, la comprensión o la sensibilidad; se hacen mirar por detrás porque ya sabemos que de la gran mayoría solo podemos esperar un habla (no digo ya escritura) de alabardero: solo es posible mirarlas por el envés, pues tienen tanto culo como el diario deportivo As. La hola de pseudomariconería que nos embarga tiene origen en lo comercial que es la manera de ser de las mujeres, lo que vende su narcisismo y su costumbre de cambiar de imagen.
En retórica a esto se le llama "ethos". Si se quiere extraer el voto a un grupo, los retóricos sabemos que podemos intentarlo con tres tipos de palancas: el logos, el pathos y el ethos. El logos son simplemente las razones, que mueven según los sociólogos al veinte por ciento de la gente. El pathos (las emociones) y el ethos, (la apariencia, conducta y ejemplo), mueven al setenta por ciento restante. El diez por ciento restante corresponde a psicópatas y nihilistas que solo actúan impulsados por sus propios intereses egoístas; su característica más asentada es saber engañar e imitar estupendamente al otro noventa por ciento; muchos de ellos son delincuentes, pero también hay, y eso se sabe desde hace poco, bastantes políticos: saben imitar como nadie el ethos, el pathos y el logos... para aprovecharse de ellos.
Los suecos, que sabían que no podían competir con los americanos en tecnología ni con los chinos en salarios bajos, inventaron Ikea: una empresa que te vende solo los elementos de una idea de forma que tengas que armarla tú y aprendas a valerte por ti mismo y a saber lo que cuesta el peine. Así venden solo materiales y elementos sueltos y ahorran salarios y costes de producción, dejando que la plusvalía se quede en el que compra. ¡Qué marca más educativa y antimoderna! ¡Al estilo del filósofo anarquista americano Henry David Thoreau! ¡Como los libros que dicen son objetos obsoletos pero son más baratos, no consumen energía ni pilas, son biodegradables y no contaminan ni se estropean ni se actualizan en cinco siglos! Otro invento mucho tan antiguo que parece casi fruto de la más audaz modernidad es el dinero en papel, o sea, el billete, así, como suena. ¡Qué ventajas tiene frente a la tarjeta! No te cobran comisiones por él, no te manipulan estadísticamente ni pueden hacer con él gráficas de consumo, no pueden usar tus datos para engañarte mejor. Ni siquiera se estropea o da problemas como las tarjetas, esos distintivos con número de campo de concentración. ¿Para qué tarjetas, si ahora es más fácil falsificar una tarjeta que un billete? Pero, claro, nuestra sociedad capitalista se mueve por intereses, no por ideas. Y por intereses de mangantes, que es lo peor.
Imaginemos que tenemos un gobierno al estilo de Ikea: nos gobernamos a nosotros mismos sin distancia respecto a los problemas y los resolvemos sin tener que contar con esos costosos chorizos intermediarios que viven de la política y permanecen hasta cuarenta años corrompiéndose en los tres poderes (el poder corrompe, y el poder que dura demasiado corrompe absolutamente). Esos, los políticos profesionales, que viven del cuento político o son incluso personajes de cuento, como el rey o las princesas, y no se ganan la vida con un medio honesto sin tentaciones de ruindad (algunos incluso carecen de trabajo reconocido que no sea el político y son meras larvas, garrapatas o rémoras del estado o del sistema). Imaginaos, como imaginó John Lennon, que nos gobernamos como en la pacifista Suiza, sin corruptos gobiernos intermediarios, consultando al pueblo de un modo que incluso ahora sería más fácil y económico hacer, mediante Internet. Pero ¡nada! nuestros profesionales de la política son tan antiguos que hay que dárselo todito hecho: sin respuestas, sin remedios, sin... vergüenza. La imaginación (que nunca irá al poder), la inteligencia se les gasta en chanchullos y no en resolver problemas que nunca estarían mejor resueltos que con nosotros. "Tenemos experiencia", dicen, pero lo que han tenido y tienen es todo el tiempo posible y aún más para corromperse. Lo dicho: hagamos a nuestros políticos en Ikea, dejémonos de dedazos y de políticos profesionaes y dejemos a los profesionales de la materra en el parque infantil mordiéndose, escupiéndose y cagándose unos en otros, funciones propias de su altísimo intelecto y sus gustos narcisistas.
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