Como habían sacado de la larga y honda caverna del infierno toda la oscuridad para la noche, se podía ver un poco más lejos de lo que era costumbre, y Don Juan de Tassis y Peralta, segundo Conde de Villamediana, por más que reducido a un simple y calvo esqueleto, salió de su zanja y procuró atisbar algo con las vacuas cuencas de sus ojos a la escasa luz de las mortecinas brasas del infierno.
"Parece que con mis ojos
se abrasan los horizones"
El infierno estaba un poco abandonado desde que lo dejó el Dante. Don Juan habitaba el desierto llameante de los sodomitas, aunque había habido gran disputa entre Éaco y Radamanto sobre el hecho; Éaco creía que le correspondía mejor estar en el círculo de los soberbios y Radamanto en el de los lujuriosos; al fin prevaleció la opinión de Minos, que se inclinaba por llevarlo al de los sodomitas, pero, queriendo congraciarlos, falló que pasara cada veinticuatro horas de eternidad en cada uno. Pero mientras iba de uno a otro se encontró con el asesino que lo había matado con una vira de ballesta en plena calle Real. Cuando iba a pelearse un demonio se lo impidió.
-Aquí las venganzas ya no tienen sentido. Esa será tu nueva y suplementaria tortura.
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