Es muy conocida la parábola "Ante la Ley" de Kafka. Él aporta al apólogo clásico la falta de moraleja y de sentido, transformación poética que lo vuelve, amputando su referente abstracto y alegórico y dejándolo en cueros, en mera narrativa o "cuerpo" sin alma, que diría La Fontaine, en algo trascendente, existencial y absurdo, en algo que es adfabulación o moraleja por sí mismo y al mismo tiempo no lo es, esto es, pura contemporaneidad nihilista. Pero hay que buscarle el sinsentido también en su contexto bíblico, pues el parabólico Kafka era, y no poco, solo un judío askenazí. En la literatura talmúdica, toda ella de transmisión oral, y dentro de la hagadá, hay un género parenético que aparece desperdigado por la Biblia y cultivó el propio Jesucristo en sus llamadas parábolas o relatos simbólicos, el mashal. Y en "hijo de hombre" Ezequiel, el primero de los profetas puramente místicos, cabeza del movimiento posterior llamado cábala, encuentro los referentes debidos. Ezequiel es una figura simpática, por más que se comiera los libros como rollitos de primavera y usara "lengua oscura y difícil"; un Góngora, vamos.
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