Cualquier política encuentra tasa y límite en las circunstancias. Las nuestras no permiten alegrías, sobre todo en aspectos económicos, pero sí, por ejemplo, reformas en las leyes para aumentar la democracia y la justicia. ¿Quién hay tan tonto, o tan egoísta, que se oponga a que exista más justicia? Sin embargo, esto es siempre lo que se pospone cuando, facilitando una reforma de la misma, es posible no solo ahorrar en corrupción, sino ahorrar también en todo lo demás para que el bien común pueda prevalecer sobre el de unos pocos.
Pedir más justicia distributiva redunda en que advenga una justicia económica. Quien gane las elecciones, pues, si tiene la vista clara, debe reformar primero las leyes y garantizar una justicia equitativa, rápida y real para que luego sea posible cumplir cualquier compromiso económico. Pero la reforma de la justicia debe ser siempre lo primero que se debe hacer; la ética es previa a todo lo demás, es de hecho la propedéutica de todo lo demás: las leyes deben ser más democráticas y menos para unos pocos, porque en el fondo lo que vota la mayoría de la gente no es una ideología concreta, sino solo más democracia. Todos los males de la democracia se curan con más democracia, lo que no por ser un tópico es menos cierto, sobre todo en España. Pero la Constitución está hecha para que no pueda reformarse jamás en busca de más democracia. Todos sabemos por qué. Está atada y bien atada.
Pedir más justicia distributiva redunda en que advenga una justicia económica. Quien gane las elecciones, pues, si tiene la vista clara, debe reformar primero las leyes y garantizar una justicia equitativa, rápida y real para que luego sea posible cumplir cualquier compromiso económico. Pero la reforma de la justicia debe ser siempre lo primero que se debe hacer; la ética es previa a todo lo demás, es de hecho la propedéutica de todo lo demás: las leyes deben ser más democráticas y menos para unos pocos, porque en el fondo lo que vota la mayoría de la gente no es una ideología concreta, sino solo más democracia. Todos los males de la democracia se curan con más democracia, lo que no por ser un tópico es menos cierto, sobre todo en España. Pero la Constitución está hecha para que no pueda reformarse jamás en busca de más democracia. Todos sabemos por qué. Está atada y bien atada.
Por desgracia, los políticos insisten siempre en reducir las cosas a personas. La política ha sido y es, especialmente entre nosotros, un baile de máscaras de carnaval: todo se reduce a cuestión de jetas o morros y por eso al final el retrato colectivo se parece bastante al de la familia Monster. Da repeluco que la política se reduzca solo a eso, a mero pathos en vez de a ethos y logos. Pero eso es lo que vemos en los carteles electorales: ni una sola idea y muy poco ejemplo, solo postureo, que es el modismo de moda, y declamación.
Ante esto, ¿qué hacer? Hay mucha gente confusa al respecto. Pues les puedo dar un buen criterio, una buena brújula de orientación: vote usted a quien haga la reforma de la justicia más profunda y más extensa, vote usted a quien le permita votar más, vote usted al más demócrata (o al menos antipúblico), vote usted a quien se parezca más a la idea que debería tener de sí mismo. Y si no le gusta el resultado... igual es que tenemos lo que nos merecemos.
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