domingo, 20 de agosto de 2017

El terrorista, esa persona

Lo realmente curioso de todos esos terroristas abatidos es que eran chicos excelentes, morales, serios, respetuosos y despabilados hasta que, de repente, se transforman (a nuestros ojos) en satanes desquiciados. No eran los peores de la clase (y algunos de hecho estaban recién salidos de la ESO), sino todo lo contrario. La gente no se lo explica... Pero ya lo dije yo hace unos días: son los hermanos hartos de la parábola del hijo pródigo. Observan (y padecen) el caos, la inmoralidad,  la suciedad y la inseguridad de lo que ocurre, de repente se sienten abandonados por lo que creen más sólido y deciden que ya han aguantado lo suficiente y que hay que limpiar la casa. Se comparan con otras personas nada puras y salen perdiendo en todo. Eso los trastorna. El ideólogo chalado de Seven es el ejemplo más parecido que encuentro para darles un correlato humano que ustedes puedan evocar. 

Anoche vi un documental en el que diversos sociólogos y psicólogos comentaban cuál es el retrato robot de un terrorista islámico; más o menos venían a afirmar lo mismo. Es gente que aguanta hasta un punto y después, agotada su tolerancia a la incertidumbre, padecen lo que los técnicos llaman un "cierre cognitivo". No pueden tolerar ni vivir en la complejidad ni la ambigüedad y son absolutamente reacios a enfangarse. Por eso suelen estar de más en las democracias y de hecho terminan enfrentados a ellas. Porque la democracia es dolorosa, relativa y sucia, y les exige un nivel de empatía al que no pueden llegar ellos solos de ningún modo. Ese empobrecido cierre cognitivo reviste a menudo formas religiosas y sexistas o se obsesiona con un pasado mitificado.

La única salida para ellos es lo que Freud llamaba pulsión de muerte, la paz del místico, el retorno al claustro materno, la nostalgia de la armonía perdida. La paz que da la muerte. Porque hay gente que no quiere ser feliz, solo quiere estar tranquila.

Y, ahora que hemos visto por qué estas personas se producen, habrá que pensar en el tipo de sociedad que las fomenta. Una sociedad histérica, sin valores, sin ejemplos, donde todo el mundo miente y donde, en un océano de publicidad, es imposible encontrar serenidad, paz y armonía. Una sociedad como la que ustedes permiten. Y perdonen la manera de señalar: uno tiene también su poco de terrorista.

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