Ayer, cuando estábamos paseando el poeta Javier Lumbreras y yo por las afueras de Ciudad Real, se me ocurrió acercarnos a hacer una visita a Joaquín González Cuenca en su dacha "La querencia". Estaba también el catedrático de Málaga Manuel Alberca, que es un manchego de Arenales de San Gregorio y obtuvo el premio Comillas de biografía (sustancioso: 20.000 euros de adelanto en derechos de autor) por una biografía de Valle-Inclán muy documentada, aunque le pasa lo que a la de Quevedo de Jauralde: que en su afán positivista termina por soslayar los textos meramente literarios del autor. En fin, le tenemos envidia otros biógrafos con peor suerte, como Joaquín y yo, entregados a personajes que merecerían también alguna fama y fueron marginados por su ideología progresista.
Cuando los pillamos, Joaquín estaba durmiendo la siesta en un sofá. Se interesó por el estado de mi mujer, que ahora anda en el hospital y a la que atendemos en turnos de ocho horas. Me leyó los agradecimientos de su biografía inédita en dos tomos del cervantista (y otras cosas) Nicolás Díaz de Benjumea, donde me llama "incombustible e ilustrado". Muy halagador. Desde luego, hay que ser incombustible para no quemarse con sus continuos cigarrillos, aunque tal vez él lo dijo aliquibus... Me pasé el verano pasado corrigiéndole el texto. Él correspondía con sus virtudes de cocinero genial, aunque no llegué a ingerir el congrio del que tanto presume, porque prefiero otros platos.
Para él no hay izquierda ni derecha, solo arriba y abajo. No cree en revelaciones, sino en filologías. Abomina como yo de las patrañas teológicas, aunque es creyente. Se quedó huérfano de madre a los cuatro años y de padre a los diez. Una vida larga y dura, la suya, pero con bastantes satisfacciones. Disfruta ahora de su bien acompañada soledad y se entretiene con la edición de una obra histórica de un toledano de fines del siglo XVI. Se tiene por desordenado, pero alguien que hace miles de fichas lexicográficas sobre el vocabulario de san Isidoro de Sevilla es imposible que sea desordenado. Sus meticulosísimas ediciones así lo atestiguan. El Cancionero de Hernando del Castillo en cinco tomos, por ejemplo, que recibió el premio de edición de la Real Academia y que yo le ayudé también a corregir.
Alberca, González Cuenca y yo, tres biógrafos manchegos juntos por mera casualidad. Alberca se puso a hablar con Lumbreras de Málaga, donde han estado viviendo. Alberca y González empezaron a hablar de Rafael Pérez Estrada, un poeta malagueño bastante bueno pero tan vanidoso que todos los años hacía un discurso de aceptación del Nobel (y es verdad que alguna academia lo había propuesto); yo lo desconocía y pensé que estaban hablando de José González Estrada, el poeta decimonónico raro autor de laberintos acrósticos y poesía ludolingüística. Tampoco tenían ni idea. Y es que unos vivimos en el siglo XIX y otros en el XX, ya se ve.
La biografía de Manuel Alberca descubre que Valle-Inclán no solo era carlista "por estética", sino un facha redomado de Comunión Tradicionalista, y un hijo de buena familia que nunca pasó apuros económicos, como las leyendas sobre su bohemia han hecho creer. Era fundamentalmente un antiburgués que se acercó luego a Eduardo Dato, se presentó a las elecciones con Lerroux y después se acercó a republicanos y socialistas. Y la anécdota del bastonazo de Manuel Bueno que le infectó el brazo a Valle que le acabaron amputando es una filfa: Bueno le dio tal paliza que casi lo mata, por deslenguado, y estuvo en el hospital luchando por sobrevivir.
Y hablando de hospitales, mencioné que me había leído en él tres libros de Fernando Savater, quien por cierto ha perdido las ganas de escribir tras perder de un tumor cerebral a su esposa. Joaquín, que tiene setenta años como Fernando Savater y estaba en su misma clase de comunes en la Complutense, nos contó una anécdota sobre el filósofo. Resultó que Ángel Valbuena Prat se cabreó porque nadie tenía un ejemplar de la famosa novela medieval El caballero Cifar (era porque solía divagar sin programa en sus clases y, como es lógico, nadie sabía con qué iba a salir entonces) y le pareció que, con esa cara tan peculiar, Savater se estaba riendo de él. Y lo echó de la clase. Luego lo expulsarían de la Universidad con mayor motivo, aunque también impropio, y aún pasaría un mes en la cárcel, pero se puede decir que ya por entonces incomodaba. Entones Savater era un alumno de buena familia con dinero para irse a Francia y vivir y leer allí. Ahora es simplemente un liberal desilusionado y triste que escribe y piensa bien.
Javier Lumbreras, poeta y profesor de filosofía, se marcha a Motril. Le regalé un ejemplar que deseaba de mi librería: una edición de medio siglo de las Escenas de la vida en Bohemia del tuberculoso romántico Henri Murger. Y mira que me costó deshacerme de él: adoro a ese autor. Y por cierto que van a retransmitir en Las Vías La bohème de Puccini, inspirada en esta obra. Otro gran profesor de filosofía y amigo, Santiago Sánchez-Migallón, autor de una maravillosa bitácora o blog, se va también destinado a Granada. No dudo que ambos les irá mejor que aquí.
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