jueves, 23 de noviembre de 2017

La vejez, ese dolor

Cuando andaba por los treinta empecé a sentir una molestia en la espalda que me impedía dormir. Nada que media aspirina no pudiera borrar. Y así pasaron los años. Pero una noche la molestia se agigantó hasta ser un hachazo cruel y despiadado; tuve que recurrir al tramadol. No solo eso: al poco se sumó de golpe una molesta diabetes entre otros achaques y empecé a olvidar a veces lo que había hecho hacía un momento.

Comprendí que no solo mi cuerpo, mi mente se había vuelto vieja y que esto acaecía de súbito, como caer en una trampa; no es gradual, como se suele pensar. Mis largos y elaborados planes ya no tenían sentido: el futuro era ya escaso y contado. Mi horizonte se había acercado de una manera agobiante. Menos que horizonte era un muro. Que un día me cercará la garganta y me estrangulará con el ahogo de la muerte.

El horizonte se volverá esa caja de zapatos, la tumba. La lengua es muy sabia: dice que hay veinteañeros y treintañeros; pero luego cuarentones y cincuentones y al cabo sexagenarios y septuagenarios. Yo me cuento "solo" cincuenta y cinco años. Estoy a medio pudrir por los achaques. Además, acosa la soledad: la gente de tu signo o a la que aprecias ha desaparecido o no está en condiciones de ir a verte.

Un poeta posromántico español dijo aquello de que quien sabe de dolor, todo lo sabe (no es de Dante, como se suele creer). No especificó si era su propio dolor o el de los demás. Lo peor que puede hacer la empatía es agrandar el dolor. Los posrománticos intentaban resolver la contradicción imposible entre realismo y romanticismo y no pudieron. De sus muy diversas y fracasadas opciones surgieron en 1909 las Vanguardias, reinicializándolo todo. Haciendo tabla rasa pretendían olvidar lo duro que había sido no llegar a ningún sitio, la angustia final. 

Fue el momento del mentiroso y feliz interregno eduardiano, en que pudo escribir Wodehouse sus despreocupados relatos de humor inglés antes de Auchwitz y el fracaso definitivo de la optimista Ilustración de Kant, como proclamaron después los de la Escuela de Frankfurt, que para respetar la nueva y discutible ortografía llamaremos escuela de Frankfurt.

Evidentemente, los políticos no saben de dolor y por eso no saben nada. Han olvidado y olvidan el dolor antiguo y les da igual el moderno. Las guerras, civiles o no; la miseria, propia o ajena. De un funcionario se dice que funciona cuando sirve. Su labor es resolver problemas más o menos dolorosos, no crearlos. Pero la vejez va depauperando las instituciones y las va convirtiendo en a su vez en problemas cada vez más dolorosos, es más, crea nuevos problemas, largos, pesados, contenciosos dolores de espalda que empezaron siendo dolorcillos o minucias, como el nacionalismo. Para eso se sirve de los mismos mecanismos que el cáncer, que puede anunciarse a las claras o, más a menudo, ser traidor y silencioso. La Constitución española ahora es un cáncer y Rajoy una recidiva.

La narcisista juventud de ahora es igual que los políticos: se limita a disfrutar y no siente, o evade, el dolor; ni el suyo ni el de los demás. Su umbral de frustración es bajísimo. Estoy seguro de que no podrían soportar una película tan educativa como Johnny cogió su fusil. Es el tipo de cine que un adolescente considera intolerable, porque plantea todo lo que importa y reduce al joven a lo que de ninguna manera quiere ver o saber. Sin embargo, su protagonista es de verdad como ellos solo se creen: no puede hacer nada y solo quiere sentir el sol en la piel.

No hay una cuarta edad. Debemos acostumbrarnos a ser viejos, pero no vegetales. Porque no nos hacemos viejos, sino que se nos hace. No es voz media, sino pasiva: nos es hecho por la fisiología. Pero a pesar de que quizá podamos ralentizar su proceso, no lo es detenerlo: forma parte de nuestra programación genética. A cambio tenemos estos pobres consuelos: tardamos más, pero nos equivocamos menos y vemos la relatividad de las cosas. Desde las alturas de la pirámide de la población se atisba bastante más lejos que en su base. Los viejos solo pueden dar buen ejemplo porque ya no están en condiciones de darlo malo, supongo. Tiene entonces mucha validez ese refrán: "La gente joven dice lo que hace, la gente vieja lo que hizo y los tontos lo que les gustaría hacer".

Pero a nadie le gusta oír batallitas.

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