viernes, 8 de diciembre de 2017

La hipocresía fundamental. La verdad es lo que dicen los que mandan

Juan José Millás, "Perro mundo. Cuando Nevenka Fernández denunció el acoso sexual del entonces alcalde de Ponferrada, sufrió el aislamiento de la izquierda y los movimientos feministas, seguramente porque era de derechas, guapa e inteligente", en El País, 8-XII-2017:

“Esta es la historia de una mujer sensata que cuando se dio cuenta de que todo lo que le habían contado era mentira, fue al juzgado, denunció los hechos y lo puso todo patas arriba”.

Lo que hizo la joven al revelar su caso fue evidenciar la doble moral de la sociedad en la que vivía

De ese modo comienza mi libro sobre Nevenka (Hay algo que no es como me dicen, editado por Aguilar y ahora reeditado por DeBolsillo), pues lo primero que me llamó la atención cuando la conocí fue su sentido común y la capacidad de ese sentido para desbaratar el fraude. En efecto, lo que hizo la joven al revelar su caso fue evidenciar la doble moral de la sociedad en la que vivía, en general, y la del PP, partido al que pertenecía, en particular. Desde la perspectiva de hoy puede resultar increíble, pero lo cierto es que los dirigentes de ese partido se pusieron de inmediato al lado de Ismael Álvarez, el acalde acosador. Cuando digo los dirigentes, quiero decir asimismo las dirigentes (el genérico, que no siempre llega), entre las que se contaba Ana Botella, que (también desde la perspectiva actual parece alucinante) enseguida sería concejala de Asuntos Sociales de la Comunidad de Madrid y más tarde su alcaldesa. Los suyos le dieron la espalda, en fin, por quitarles la careta.

Lo que percibí entonces en Nevenka fue una suerte de extrañamiento de sí misma y de su identidad, como si se preguntara cómo podía haber pertenecido a ese mundo, cómo podía haber sido uno de ellos, una de ellas (otra vez, las insuficiencias del genérico). Me recordó en ese sentido al protagonista de la película Missing, de Costa Gavras, interpretado por Jack Lemmon y basada en una historia real. Si ustedes se acuerdan, Lemmon hace el papel de un norteamericano conservador cuyo hijo ha desaparecido bajo la dictadura de Pinochet. El hombre, desoyendo numerosas advertencias, decide viajar a Chile para averiguar qué ha ocurrido. Como su ideología no está muy alejada de la de los golpistas, piensa que le ayudarán y que resolverá enseguida el problema. Cuando llega a Santiago y comienza a ir de un ministerio a otro, de una ventanilla a otra, y va haciéndose cargo de la corrupción moral de aquellos a quienes había tomado por correligionarios, se extraña de sí mismo y vuelve a los EE UU convertido en otro. ¿Cómo he podido ser uno de ellos?, se pregunta.

Rechazada por unos y por otros, con una atención mediática más interesada en los aspectos superficiales del caso, la joven alcanzó un grado de soledad terrible

Tal extrañamiento proporciona un grado de soledad extraordinario que crece de forma exponencial si tampoco recibes apoyo de quienes hasta entonces fueron tus adversarios políticos. Tal fue el caso de Nevenka, que no fue acogida por la izquierda ni por los movimientos feministas, seguramente porque era de derechas, también porque era guapa. Peor aún: porque era inteligente, Que se joda o que no hubiera sido de derechas, vinieron a decir. Que no hubiera sido guapa. Que no hubiera sido inteligente.

Rechazada por unos y por otros, con una atención mediática más interesada en los aspectos superficiales del caso que en su sustancia, la joven alcanzó un grado de soledad terrible, en el que milagrosamente consiguió hacerse fuerte y desde el que obtuvo el impulso moral, primero, para volver a armarse con materiales psíquicos distintos de aquellos que se le habían venido abajo, y para denunciar luego públicamente su calvario. El proceso, como es de sobra conocido, estuvo repleto de incidencias entre las que destacó aquella joya verbal de José Luis García Ancos, fiscal jefe del Tribunal Superior de Castilla y León, según la cual resultaba dudoso que Nevenka hubiera sido acosada al no tratarse de “una cajera de Hipercor que tuviera que dejarse tocar el culo para asegurar el pan de sus hijos”. ¿Una anécdota? Para nada, tales eran las categorías en las que nos movíamos hasta anteayer y que quizá aún no hemos abandonado. No del todo.

No produjo escándalo que la víctima hubiera tenido que exiliarse mientras que el verdugo leía el pregón de las fiestas de su pueblo

Los políticos que habían preferido no opinar sobre el asunto hasta que la justicia se manifestara, permanecieron mudos cuando el Supremo confirmó la sentencia condenatoria contra Ismael Álvarez. “La noticia”, dije en el epílogo de mi libro, “cayó como en el interior de una campana de vacío, sin que se produjera ningún eco, ninguna reacción”. No recuerdo haber leído ningún editorial de interés sobre el asunto. Tampoco produjo escándalo que la víctima hubiera tenido que exiliarse mientras que el verdugo leía el pregón de las fiestas de su pueblo.

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