viernes, 4 de septiembre de 2020

Laberinto catalán, de José Rivero

José Rivero,  Laberinto catalán. En Mi Ciudad Real,  4 septiembre, 2020

Si Gerald Brenan se refirió a los años de la República y la Guerra Civil como el título de su libro daba a entender, El laberinto español, sin duda que al día de hoy podemos hablar con propiedad de otro laberinto, menor en extensión y población, pero de complejidad elevada, como resulta ser el Laberinto catalán.

Fracturas políticas de formaciones que habían estructurado su armadura civil durante años, quiebra social creciente y segregación de los no adictos, procesos de declaración de independencia anticonstitucionales, depresión económica con huida de empresas, descabezamiento –por condena penal y posterior prisión– de líderes políticos, incapacitación del actual titular de la gobernación –Torra, por ratificación de la inhabilitación ya dictada por el TSJC– y un proceso electoral en el horizonte menor.

Todo ello adobado por la reedición del trabajo de Arcadi Espada, Contra Cataluña, que no deja lugar a dudas del posicionamiento que ya anticipaba en 1997 y que hoy ratifica y corrobora, con la contundente afirmación de que “La con­clu­sión es que el nacio­na­lismo es una idea maligna que no debe triun­far”. Que más tarde desmenuza: “no hay una cues­tión más pro­funda o impor­tante que esta. El nacio­na­lismo no pude ganar. Los nacio­na­lis­tas no pue­den ganar. Por­que si ganan sig­ni­fica que gana el mal. Que gana aque­llo que dis­grega. Aque­llo que miente. Aque­llo que ha lle­vado a la ruina sis­te­má­tica a las socie­da­des huma­nas durante muchos mile­nios. No habla­mos solo de Europa. El nacio­na­lismo es el res­pon­sa­ble máximo, junto con la reli­gión, que es su com­ple­mento, de la ruina humana”. Incluso la derivada, no menor y concatenada “El prin­ci­pal esco­llo para que los hom­bres avan­cen es el tri­ba­lismo”. Y como colofón: “La per­sona que piensa en tér­mi­nos iden­ti­ta­rios es alguien que no com­prende bien el mundo, que no advierte, o sí pero con mucha mayor difi­cul­tad, los ses­gos de su punto de vista. Esto es cru­cial, por­que el prin­ci­pal pro­blema que tene­mos las per­so­nas para enten­der el mundo son nues­tros ses­gos. Esta­mos obli­ga­dos a ven­cer­los. Las per­so­nas inmer­sas en un marco abso­lu­ta­mente rígido de creen­cias, e indis­cu­ti­ble, y que fuera del marco no se avie­nen a la dis­cu­sión, sino que expul­san del marco a quien no piense como ellas, esas per­so­nas, aparte de la inmo­ra­li­dad de su razo­na­miento, sufren un impe­di­mento téc­nico para com­pren­der el mundo. Son víc­ti­mas de la seduc­ción tri­bal, o tri­ba­lesca”. Pues este es el escenario y esa la representación.

Las vísperas catalanas de la Diada 2020 se presentan, por tanto, como un auténtico trabalenguas, un verdadero acertijo y un enorme disparate. Por si había dudas previas, sobre todo para todos aquellos que filosofan y pontifican sobre derechos preexistentes, sobre nacionalismos patanegra y sobre derechos preconstitucionales. Que callan en momentos de confusión propia de un sainete o de un vaudeville, e impropia de instituciones democráticas –por poco que lo aparente–.

Basta leer la prensa –y seguro que esos filósofos y pontífices citados antes, pondrán el adjetivo oportuno a esa prensa, para minimizar la situación y simplificar las cosas– en relación con la deriva catalana para concluir juicios similares a los referidos. Lo cierto es que a los tres años del hipogeo del Procés, el laberinto catalán no cesa de enrocarse, como demuestra el gesto entre insólito y esperpéntico de Puigdemont rompiendo el carné del teórico partido en el que militaba el PDeCAT. Para dar paso a una formación, que copia siglas de la coalición de 2017 Junts per Catalunya. Y todo ello con la doble singularidad de haberse proclamado Presidente del nuevo partido, sin haber terminado el proceso congresual y sin haber elegido aún. Hermetismo democrático.

La voracidad política de Cataluña queda clara si visualizamos el proceso de extinción y transformación de la forma gobernante durante años en la comunidad catalana. Y que, bajo el mando, largo mando y largo mandato, del imputado y comisionista Jordi Pujol se denominaba Convergencia democrática de Cataluña (CDC), que coaligada con Unión democrática de Cataluña (UDC), surtió la fórmula del éxito de CiU, tanto en Madrid como en Barcelona. Tras los años de gobierno del tripartito, CiU mutó hacia la insignificancia y hasta su posterior desaparición formal. CDC aventó la formula kennedyana de Artur Más –el heredero de la fórmula Pujol– que aventuró una denominación más aséptica, como esa de PDeCAT. Cuyo último eslabón en la gobernación de la Generalitat, fue el huido y ahora bendecido Puigdemont. La trituración de CDC puede observarse como paralela a la de la propia sociedad catalana. Una fragmentación visible en el campo del centroderecha –que es la forma representada por CDC– y que ha alumbrado formas políticas coexistentes, como el Junts puigdemoniano, el original PDeCAT de David Bonheví, el escindido Partido Nacionalista de Cataluña de Marta Pascal y las plataformas colaterales creadas por Puigdemont desde Waterloo y aún no disueltas.

Mientras se reparten el cadáver de siglas y vísceras, las economía catalana demuestra una fatiga tal que es adelantada por la iniciativa madrileña –espejo donde mirarse–. De tal suerte que la participación catalana en el PIB de España decae, al tiempo que es sobrepasada por la participación de Madrid. De igual forma que –y es mucho más ostensible e ilustrativo– la inversión extranjera en la comunidad de Madrid casi cuadriplica a la catalana, según el estudio realizado por la London School of Economics. Todo ello adobado por los datos publicados por El País (31 agosto, 2020) ‘Cataluña recorto el gasto social un 8,8% durante los años del procés’. Y para postre, un huevo. La crisis esperpéntica realizada el 2 de septiembre por Quim Torra, destituyendo a tres de sus consellers. Que, a juicio de los miembros del PDeCAT, sólo encubre una maniobra de depuración y purga. Por parte de alguien, que pide que caso de ser inhabilitado no se cubre el puesto de President de la Generalitat.

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