martes, 20 de octubre de 2020

Viejos con viruelas

Cuando el Sida pandemiaba, y con muy mala uva, los nada evangélicos retrolitigiosos jeremiaban que era un castigo divino contra gays y demás elegebeteces. Ahora que pega fuerte el Covid contra vejetes carcundas como Johnson, Bolsonaro o Trump, callan porque no les sale la teología. De donde les salga. Puro estreñimiento mental, si tuvieran mente y no la pasión asesina del rencor. Por eso le sacan un origen comunista y no acidonucleico al virus: son unos tramposones, no unos transposones. Ellos si que no mutan, pero los tiempos cambian: es la misma leyenda urbana que con el Sida, pero entonces se acusaba a los useños, ergo ha cambiado de sesgo la superestructura, el mainstream o la hegemonía cultural, comoquiera se llame ahora. 

Debería apercibirse que el virus es un enemigo de la especie humana; el humanismo es la única ideología que nos puede ayudar, porque no es una ideología: no corrompe ni fragmenta como un credo político o un nacionalismo. El virus persigue y encuentra a los ancianos, porque van a pata coja; hay que apreciarlos debidamente, ahora que nos necesitan; todos y yo mismo queremos llegar a ser uno de ellos.

Van despacio, pero muchos presuntamente inválidos podrían pasar de reválida; aunque tarden se equivocan menos, y aunque les falle la vista, alcanzan más lejos. La cercanía del fin es lo que tiene: dejan de lado lo que no cuenta (qué capitalista es el verbo) porque la muerte resta que es una barbaridad. Tan cerca están del punto de fuga que apenas se los distingue, pero se hallan en el privilegiado centro del cuadro, con vistas a todo. Un ancianito es una conclusión viva y, por tanto, tiene sentido, esto es, indica una dirección que carece de tontas premisas, que es cuanto necesitaba Wittgenstein (el sin bragas) para derribar su escalera. Un ejemplo bien ejemplar: un cantabrón montés como Revilla, señor no solo antiguo, sino lejano, acuñado en una ceca vetusta, con hidalguía, que habla con peso y conocimiento y calla cuando debe, como antaño; eso es tener sentido del tacto y no del taco. Podríamos haberlo recogido de un huerto, tan maduro y natural se muestra: está educado, no caducado; no es un Contreras charlistán y urbanificado, ni un enene que se crece y vocifera deponiendo por toda la pantalla y no tras ella y agachado.

Hay ancianos admirables en España, aunque a la mayoría los conculquen con la pretextontez de haberles vencido el cuerpo. A mí me parecen, al menos, menos rancios que la asustadiza y avestruzada juventud de hogaño, a la que solo las calorías les importan algo. Pero a nuestros viejos los desaparece el ninguneo antes de que se desnazcan de facto. 

Se nos murieron casi de asco José Luis Sampedro o Julio Anguita, a los que uno tenía que desempolvar el adjetivo cívico para calificar; se nos morirá también Escohotado, al que le ha costado (que capitalista es el verbo) años de lectura y de tripis pasar del Vietcong al calvinismo capitalista; si hubiera empezado al revés ahora estaría en el mismo sitio, pues se es solo la mayor parte de lo que se ha vivido y se busca siempre lo contrario de lo que eres, y pocas veces lo alcanzas. 

Es natural que los viejos no se corrompan; una tierra nada leve los despojará dejando tan solo el hueso de sus palabras en algún estrato perdido y solo para algún arqueólogo. Nada les va ya en ello y por eso les rodea la verdad, aunque también haya maravillas de vicio que no se creen que han crecido y se ven inmortales como niñatos grandes, cabezudos o gigantes de carnaval puros como los dementados Johnson, Bolsonaro o Trump, sumidos en un narcisismo adolescente que vende, pero no vale nada.

Se nos están acabando los ancianos venerables. No me refiero a los vegetales, los fósiles extinguidos de La Razón, que uno puede ver abriendo las dos láminas de papel en que se guardan, como en un herbolario seco y sin fruto. Los viejos que sí saben donde van a parar son sabios, incluso a la fuerza, porque si no han aprendido por caletre lo han hecho con el tiempo y por las malas; nadie se ha equivocado tanto como ellos, nadie mejor que ellos para conocer la relatividad de las cosas. Nunca se dejarán intoxicar de juvenicisismo milenial y consumista.

Trituro la morfología de las palabras de esta monarquía bananera para que tengan la calidad de la pintura, cuyos pigmentos se trituran y mezclan para poder configurar una pincelada ajustable a una sociedad desajustada como es la nuestra. Ut pictura poesis

Pero si tengo que describir a la juventud me quedo inánime, fané y descangallado. ¿Qué hace la juventud? Sencillamente, no está, no se la halla, no sale en pantalla alguna sino bebiendo y huyendo. Si sale, es de España; durante la Movida salía más que ahora, cuando todos los aprovechables se han ido de Erasmus para no volver. Los Erasmus que vienen de fuera solo vienen a tomar tapas de tortilla. Qué país más estéril y sin oportunidades: no se escucha a nadie aunque se hable más de la cuenta. Pero quiero ser pesimista: siempre nos quedará el fútbol.

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