sábado, 20 de febrero de 2021

De la corrupción a la descomposición

La política que se hace en España se dirige más a los abundantes viejos que a los escasos jóvenes; por eso no pergeña siquiera un futuro para todos, sino solo para los primeros; no digo que un futuro mejor, sino un futuro solamente, que ahora no lo hay, y probablemente no lo habrá, en mucho tiempo, quiero creer ¡ojalá! que porque no sea posible. No en vano tras la Gran Recesión de 2008, consecuencia directa de las políticas antisociales de los neocon, adviene otra peor obra de la cabreada diosa Gea o Gaia.

Esta, o más bien aquella corrupta generación tapón ha dejado a la siguiente huérfana, parada, castrada, cargada con unas estructuras políticas infladas en que no se reconoce, y sin posibilidad de tener trabajo para formar familia o generar riqueza. 

Una educación degradada por la masificación y la acumulación de leyes ilegibles, inaplicables e ineficaces, que no logran integrar al alumno en el tejido productivo de la sociedad y que desmoralizan profundamente a quienes creen (todavía) que se puede hacer algo, ha vuelto irreversible lo que ya era una educación marmotesca orientada a la frustración y el fracaso. Los medios de comunicación de masas, la misma Internet, se han encanallado y encastillado en la ignorancia: ya no se educa en valores, sino en vicios corrosivos para la autoridad, fundamento mismo de la disciplina, del orden y de la voluntad. La memoria importa poco cuando los ejemplos más altos se olvidan de ser coherentes; la hipocresía hace de la memoria algo resbaladizo e inseguro, de usar y tirar. El alumno sale de la trituradora sin personalidad, sin fundamento para construir nada y solo con vicios. No se educa con proyectos: los conocimientos no se aprenden, se contagian de tan repetidos o se meten a martillazos, sin entenderlos. 



La hipocresía es algo general; nunca he visto en España que se ensalce a nadie, mientras que la detracción de los haters es algo público, que causa cohesión social, se fomenta (demasiado) y se ve bien: aumenta los índices de audiencia, mientras que el elogio y el ejemplo hacen mirar a otro lado o se escuchan mal. Solo hay que ver el destino que han sufrido los que han denunciado la corrupción: ni una sola buena acción queda sin su correspondiente castigo. Solo circula y se valora el mal; el elogio o el bien es algo tan aislante y poco comunicado que sin duda se debe guardar en las iglesias, en los bancos o en las colecciones de fósiles.

Sobre las cofradías que forma la hipocresía ya decía Moliére en su Tartufo, hostigado por las trabas que le ponía el partido devoto y su sociedad secreta, la Compagnie du Saint-Sacrement:

El vicio que está de moda viene a ser como una virtud. El mejor papel que se puede desempeñar en estos tiempos es el de hombre de bien. Y el profesar la hipocresía ofrece ventajas admirables. Es un arte cuya impostura se respeta siempre y, aunque se descubra, nadie se atreve a criticarla. Todos los otros vicios están expuestos a la censura y cada cual es libre de atacarlos abiertamente, pero la hipocresía es un vicio privilegiado que amordaza todas las bocas con su mano fuerte y goza en paz de la soberana impunidad [...] Por más que se sepan sus intrigas y se les conozca tal cual son, no dejan de disfrutar de la estima general. Con humillar de vez en cuando la cabeza, lanzar algún que otro suspiro de mortificación o poner los ojos en blanco, hallan perdonados todo desmán comisible. So techo tan favorable pretendo encontrar mi salvación, poniendo mis negocios a buen recaudo [...] Y, si por acaso viniera a ser descubierto, yo vería cómo, sin dar un paso, se interesaban por mí todos los cofrades y salían a defenderme contra quien fuere. En suma, este es el verdadero modo de hacer impune cuanto me apetezca: me convertiré en censor de las acciones ajenas; a todos juzgaré mal y solo tendré buena opinión de mí. [...] Hostigaré a mis enemigos: les acusaré de impíos [...] Así es como hay que aprovecharse de las flaquezas, así es como un hombre juicioso se acomoda a los vicios de su época

Los pocos e infortunados hijos que ha dejado esta malformada generación, víctima de los hipócritas taponadores, se han vuelto intransigentes, descreídos, iracundos, individualistas. Esta segunda y mermada generación no espera sino obstrucción y reacciona con odio y violencia, porque las razones han fallado ya demasiado tiempo; el arco parlamentario se irá fragmentado cada vez más y más, reflejando así la fundamental descomposición de la sociedad española actual. No en vano de la corrupción que no se cura se va a la muerte y a la descomposición. 

En África la televisión pinta una Europa gringolandesa y felicísima; los que de allí vienen a saborearla con muy poco se conforman: son consumidores de imágenes. A los europeos, sin embargo, ahítos de imágenes insustanciales y de consumismo (con su mismo potaje, con su misma camiseta, con su mismo sueldo escaso y troceado) la repetición de todo una y otra vez y de las exageraciones de la hiperburguesía ya les provoca el vómito violento de las pintadas, una resaca salvaje del mobiliario urbano y una general ofrenda de ladrillos a los magnilocuentes y encristalados altares del poder. 

Hemos esperado, yo al menos he esperado, mucho tiempo, no una revolución, sino una evolución social; pero, como esos últimos asqueados de los que estoy hablando, dueños solo de una insatisfacción que les conduce a la violencia, me he convencido de que es imposible mover el estado hacia el futuro; quienes pueden facilitarlo hasta se vendarán los ojos para no verlo y seguir con sus preseas y cauces trillados. Solo haber ingresado en la Unión Europea nos ha permitido sobrevivir a tantos juezastros, politicastros y milicientos truhanescos y sinvergüenzas.  

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