martes, 16 de febrero de 2021

Para entender a los adolescentes

De Lola Álvarez Romano, en "Sapos y princesas", El Mundo, hoy:

Claves para entender la adolescencia y ser un apoyo para nuestros hijos

Entender la adolescencia resulta, a menudo, muy complicado. Es una etapa mágica, de gran ebullición, de vigor, de cambio, de atrevimiento, en la que se vislumbra esa persona que va a ser en el futuro. Este período suele tener muy mala fama, casi siempre debido al ímpetu que lo caracteriza. Pero la realidad es que muchos de los contratiempos se pueden gestionar de una forma constructiva. Esto se consigue cuando los padres aprenden a comunicarse con sus hijos y a entender qué está ocurriendo con ellos.

Detrás de una conducta adolescente problemática casi siempre hay una inseguridad, un conflicto o una ansiedad. En ocasiones existen cuadros clínicos más preocupantes que tal vez el joven no sepa cómo resolver. Para empezar, hay que brindarles oportunidades de conocer otros entornos y dejarles espacio para poder explorar su identidad, siempre dentro de unos límites en los que tanto padres como hijos se sientan seguros.

Una etapa de cambios

Hay cosas que nos ayudan bastante a entender la adolescencia. Una de ellas es comprender que conlleva, por un lado, una transformación física muy repentina, externa y visible en su aspecto físico. Pero también una interna, a nivel hormonal y cerebral. Ello hace que ni siquiera el joven tenga mucho control de su propio cuerpo ni entienda del todo lo que le está ocurriendo.

Los padres, por su parte, están siguiendo su propio proceso. Necesitan acostumbrarse a ese cambio tan radical que a muchos todavía coge por sorpresa. Y es que, de repente, su hijito dócil ha desaparecido y en su lugar hay un individuo con el que les cuesta comunicarse. El paso del tiempo es inexorable y puede haber una resistencia a aceptar este hecho. No solo con relación al crecimiento de sus pequeños, sino a su propio envejecimiento.

Esta nueva situación crea sorpresa y ansiedad a todos los implicados. Por lo tanto, es fácil que, con tantas inseguridades por ambas partes, se produzcan desencuentros o conflictos. Estos ocurren de formas muy diversas. Algunos se manifiestan abiertamente, por ejemplo, cuando el joven tiene enfrentamientos con la autoridad de padres o profesores. Otros, por el contrario, se desarrollan de forma más oculta. Puede ser que empiece a consumir alcohol o drogas, a padecer trastornos alimentarios o, tal vez, a caer en una depresión.

Lo que de verdad importa

Resulta esencial ‘elegir las batallas’ con cuidado. Muchos de los enfrentamientos que se tienen con los hijos a menudo son por nimiedades o diferencias de opinión sin mayor trascendencia. Pero el adolescente suele manifestar su punto de vista con vehemencia y ello puede generar discusiones.

En caso de que esté tomando decisiones preocupantes de mayor envergadura, tal vez los padres tengan que intentar disuadirlo. Pero probablemente no valga la pena discutir con ellos por su corte de pelo o su atuendo. Sea cual sea la cuestión, todas ellas se han de abordar con serenidad (y si es posible, con humor). No obstante, es preciso distinguir una crisis transitoria de una situación crónica. Para resolver esta última se necesita recurrir a la asistencia profesional.

Hay que hablar mucho con ellos

Para entender la adolescencia lo fundamental es mantener una comunicación ágil entre padres e hijos. Estar abiertos a lo que se pueda presentar sin hacer demasiados aspavientos. Y ayudarles a identificar y a gestionar las situaciones en las que es posible que necesiten su apoyo.

De hecho, la comunicación fluida es extremadamente importante desde la infancia. Es bueno acostumbrarse a hablar con ellos de forma habitual. En los trayectos de coche, en la mesa, mientras ven una película juntos. Hablando de nada y de todo se van conociendo sus actitudes, sus puntos de vista, lo que le gusta y lo que no, sus planes de futuro, sus preocupaciones.

Cuanto más se conoce a los hijos, menos sorpresas desagradables habrá más adelante. En cuanto a ellos, tener padres accesibles y abiertos a escucharlos es la mayor ayuda posible. Aunque los progenitores no den siempre en el clavo, para los hijos es esencial saber que siempre están ahí, dispuestos a echarles una mano.

Los peligros que les acechan

1. La importancia de la imagen en las redes sociales

La actividad en redes ha agudizado muchas de las dificultades a las que se enfrentan hoy en día los adolescentes. La búsqueda incesante de likes puede afectar seriamente su autoestima. Estamos comprobando que el culto a la imagen está causando serios problemas entre los jóvenes, sobre todo entre las chicas.

2. El acceso a determinados contenidos

Además, Internet también es una fuente de acceso a material poco recomendable como la pornografía, perversiones de todo tipo, radicalización política, etc. Es posible que el adolescente no comparta esas ‘aficiones’ o hable de ellas con nadie de su entorno real. Si se relaciona con esos mundos en la soledad de su habitación, las consecuencias pueden ser muy nocivas para su desarrollo. Todavía carecen de la madurez psicológica para gestionar el vaivén emocional que les producen todos estos estímulos. Esto podría sumirles en una gran confusión y crearles ansiedad.

3. El consumo de drogas

Tampoco hay que olvidar que la inseguridad y la rebelión propia de esta etapa propicia el uso de sustancias tóxicas durante este periodo. Es común la normalización del uso de tabaco, alcohol y cannabis entre los adultos, incluidos los padres de muchos adolescentes. Esto crea una incongruencia cuando se intenta educar a los jóvenes sobre sus posibles efectos nocivos. Además, existe otro peligro añadido. Y es que, para obtener la droga corren el riesgo, además, de involucrarse en conductas poco deseables o delictivas.

Signos de alarma

Es importante estar atento a las ‘banderas rojas’ que pueden denotar una situación problemática para el adolescente. Hay un sinfín de señales de advertencia, a las que veces no se les da importancia, que suelen salir a la luz durante la consulta con un profesional. Estas son algunas de las más habituales:

Las conductas nuevas o inusuales

El hermetismo en alguien que antes se mostraba abierto

La actitud evasiva

Que salga sin saber a dónde va ni con quién se junta

Las bajadas en el rendimiento escolar

Hay quien lo considera ‘cosas de jóvenes’ y no sabe ver que puede ser algo preocupante. Lo fundamental es que haya un diálogo honesto al respecto entre padres e hijos, sean de la edad que sean. Mientras los canales de comunicación se mantengan abiertos, el riesgo siempre será mucho menor.

Si esto no es posible, tal vez sea el momento de recurrir a la ayuda de un profesional. El vínculo paternofilial es muy fuerte, si hay conflictos o desencuentros siempre podrán crearse otras oportunidades para enderezar las cosas. ¡Nunca hay que rendirse!

Lola Álvarez Romano

Pedagoga y psicoterapeuta de niños y adolescentes

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