jueves, 11 de febrero de 2021

El hundimiento del Hispánic

Cuando un iceberg hundió el Titánic, la única clase que pudo largarse de allí fue la primera; no estaba prevista otra cosa. Cuando el coronavirus nos hundió, los únicos que se vacunaron como el rayo fueron los militares de más alta graduación (unos cuantos quisieron pasarnos por el paredón hace poco), y, sin respetar el protocolo y mintiendo (faltando al octavo, que es su propio protocolo), un ex arzobispo, un par de obispos y un canónigo que sepamos, así como numerosos próceres de izquierda y derecha elegidos por listas cerradas, ya que son el pueblo elegido y por tanto mejores que nosotros y las leyes. Se consideran tan necesarios como el culo.

¿Soy un antiguo por considerar que los líderes de tan medievales instituciones deben dar ejemplo o hacerse el harakiri? Por lo menos dimitir, esa palabra antiputinesca, o irse fora, como el aforado y aforrado ex rey, que se ha ido a un soleado exilio informal por cuestiones de vergüenza y mentira. Si esto es el sálvese quien pueda, y no las mujeres y niños, víctimas de siempre, especialmente si son de escaso caudal, las armas deberían ser legales para reclamar nuestro derecho a la igualdad de trato, como en los Estados Unidos. Ahí, no en vano, llamaban al revólver Colt "el Empatador", y no precisamente por la empatía. Y aunque estoy contra las armas y contra cualquier tipo de violencia, las actitudes de algunas personas alérgicas a la ética y a la dimisión a veces me hacen preguntarme si por lo menos no podría permitirme la violencia mínima de asestarles un tartazo de cine mudo en los morros o toserles en la cara; lo cual no quiere decir que iría vestido de ciervo al Congreso, esa manada de venados y de venales. 

Las vacunas son pocas. Yo mismo, que pertenezco a un grupo de riesgo, no puedo tomar la que han comprado apresuradamente esos magníficos europeos, porque tengo más de cincuenta y cinco años. Si son pocas, es preciso hacer triaje y cola y aguardar turno. Algo a lo que no están acostumbrados aquellos impacientes a los que les gusta mandar en su provecho.

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