¿Soy un antiguo por considerar que los líderes de tan medievales instituciones deben dar ejemplo o hacerse el harakiri? Por lo menos dimitir, esa palabra antiputinesca, o irse fora, como el aforado y aforrado ex rey, que se ha ido a un soleado exilio informal por cuestiones de vergüenza y mentira. Si esto es el sálvese quien pueda, y no las mujeres y niños, víctimas de siempre, especialmente si son de escaso caudal, las armas deberían ser legales para reclamar nuestro derecho a la igualdad de trato, como en los Estados Unidos. Ahí, no en vano, llamaban al revólver Colt "el Empatador", y no precisamente por la empatía. Y aunque estoy contra las armas y contra cualquier tipo de violencia, las actitudes de algunas personas alérgicas a la ética y a la dimisión a veces me hacen preguntarme si por lo menos no podría permitirme la violencia mínima de asestarles un tartazo de cine mudo en los morros o toserles en la cara; lo cual no quiere decir que iría vestido de ciervo al Congreso, esa manada de venados y de venales.
Las vacunas son pocas. Yo mismo, que pertenezco a un grupo de riesgo, no puedo tomar la que han comprado apresuradamente esos magníficos europeos, porque tengo más de cincuenta y cinco años. Si son pocas, es preciso hacer triaje y cola y aguardar turno. Algo a lo que no están acostumbrados aquellos impacientes a los que les gusta mandar en su provecho.
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