lunes, 13 de diciembre de 2021

Pompeyo Trogo y la dextrocracia

Llevo una semana que no sé. Me hace que estoy perdido por las afueras de la tela de araña del mapa, lejos de la arácnida catedral. Busco y lo único que hallo es que el vacío absoluto (∅={x:x≠x}), esa criatura ontológica, no se halla en la llamada España vacía, sino en cualquier cabeza política española, especialmente en la de un paleolítico nazisista o necionalista, que llega a ser, si se le deja, una empanadilla de Móstoles al estilo Rajoy (empanada gallega, más bien) o a lo más una pompa gargajeante por alguna tubería estreñida de indiscernibles vocales. 

Porque el nacionalismo es siempre indefinido, incomprensible y por contornos vago; carece de solución topológica, como esa flatus vocis, Abascal, un cobrador de beneficio y sin oficio. O sea, un paradón subsidiado como los que dice quiere quitarnos, paradoja que le hace subir tanto en votos como en absurdo. No así la derecha manca de un Castado, el licenciao capaz de aprobar la mitad de una carrera de fláccido Derecho, catorce asnaturas, en cuatro meses, gracias a lo que tanto se estila para llegar a ser alta cumbre, plantar favores para mañana. Eso, o el derecho español es menos que facilito.

Por eso no extraña que se arrepienta y confiese donde solo es posible: en una misa dedicada a Franco, el genocida del santoral de la Iglesia Palmariana, que todo lo perdona, incluso un millón de muertos; seguro que, con semejante habilidad, este hombre que no sabe ni donde estaba resolvía el problema palestino-israelí en menos de una semana y el de España en un quítame allá unas cajas de ahorros. Después de todo, España solo es el gas generado por una mala digestión de naciones, la flatulencia de unos Balcanes a reventar que, cuando menos te lo esperas, te babean de lava cenizoica. Merkel era física nuclear; por aquí nos conformamos con rábulas posesores de una literatura que ojalá llegara a Los tres cerditos.

Así que la vacua identidad de lo designado por avatares de la histeria como Catatonia o Miguelchurria forma una región del espacio euclídeo por entero rodeada, ay Barrymore, de los pudendos abultamientos nacionalistas que un espejito-espejito convexo-cóncavo retuerce al modo Rienmann o al Lobachevski. El quinto postulado de Euclides puede no ser cierto o incluso ser variopinto, pero ambas cosas son lo mismo para los criterios matemático-nacionalistas y el callejón del indeciso gato de Schrödinger. El Pepé y el Pesoe son paralelos y nunca se encuentran, a no ser que el cártel del primero encuentre algún agio mal escondido, como siempre ha hecho esta imparedonable asociación criminal; es la geometría de las mareantes puertas giratorias. Por las paralelas de Euclides, que nunca llegan a un acuerdo, podría circular un tren como el Trans-iberiano. Pero en un lugar como España, donde se discute hasta la dudosa madre que la parió, descarrilaría al momento.

Decía Cela que ese valleinclanesco espejo no tiene marco, ni comienza ni acaba, aunque lo dice al principio de San Camilo 1936, que ya es principio, incluso de guerra civil. Y desde luego la infección del nacionalismo español, catalán o lo que sea (da lo mismo), un viejo que se las da de guaperas, siendo carlistón, quejicoso, derrochón y corruptor de mayores, jovencitos y menores, no tiene pinta de acabar nunca y se reproduce por gemación fractal, esto es, rompiéndose en mil y quitándose espinillas tan gordas como el Vaticano o el Taj Mahal miguelturreño, en cuyo horizonte la mejilla del azul lloró una lágrima. El espejo se ha roto y da mala suerte, y nos mira completos en cada pedazote. Se ve detrás la triste pared de Tapiès. Siendo una forma de unidad, el nacionalismo convoca caros refrendos que excluyen, verbigracia, el Rosellón de la Francia, los pagos impagables de Valencia, las germánicas islas Baleares, el nido de águilas de Andorra, dividido entre un obispo y el Abraracúrcix de turno, el aislado Alguer de Italia y todo lo que se apunte: banduendos, charnegacionistas, barçaconversos mustios, balseros, tabarniosos y rufianes. Que es esperanza común apuntarse uno tras otro al espacio vital del imperio del tres per cent, o incluso más.

Cuando no había balompateo eran los toros: siempre dos bandos principales, Joselito y Belmonte. Como ya decía el historiador Pompeyo Trogo (XLIV, 2.1.2), el más y mejor informado sobre la identidad de los hispanos: "Prefieren la guerra a la inactividad y, si les falta un enemigo fuera, lo buscan en su propia tierra: Bellum quam otium malunt; si extraneus deest, domi hostem quaerunt. Y para hacerse enemigos imitan a los de fuera: en general, todos los prejuicios que esgrimimos contra los franceses y anglos podrían aplicarse a Catatonia, de râler quejendario y que enseña y enseñorea un pelusoso ombligo mental magnifique, muy superior al de otros autistas. Que seamos neurotípicos es para ellos un trastorno o cosa de un universo aparte y por demostrar: les es imposible concebir nada fuera de su abstracta esfera parmenídea, una unidad tan una que se niega a contemplar al resto de los números reales (de verdad). Y esa contabilidad que acaba en uno nos trastorna y nos deja no irreales, sino enteros, en la Zona negativa de los Cuatro fantásticos; ni siquiera cuentan con números primos. Catatonia es como la hiperesfera de Poincaré, algo que ya es asumible gracias a Perelman, pero cuya confusa cirugía nadie logra entender y es capaz de hartar al propio Perelman,  harto de las malas contestaciones de Catatonia. Por desgracia, todo esto paraliza la evolución de la dextrocracia española hacia el abismo al mismo tiempo que la incita, y olé.

Pero hace frío, caen las hojas, y a todos los iluminados nos han subido el papel de la luz. En nuestra energética pobreza uno piensa, castañeteando, que un suministro de gas natural posible y barato podría reunirse ahorrando cuescos desperdiciados en bolsas de Mercadona. Gas más natural que ese no hay, y al paso que vamos tendremos que calentarnos e iluminarnos quemando cuescos, pues ya se encargan otros de quemar los euros, aunque a oscuras. Sánchez hace bien pretendiendo poner gabelas a la industria puteril, pero considero que las ganas andan tan pares de escasez como los bolsillos. 

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