sábado, 1 de julio de 2023

Anaïs Nin

I

Chica opina sobre Anaïs Nin

II

María Unanue, "Adoro a Anaïs Nin, ergo, soy una cotilla, ergo adoro a Anaïs Nin",  Pikara Magazine, 13/04/2015

La escritora, una de las pioneras de la novela erótica, es la tía más interesante y clara que no-conozco. Yo, por ahora sólo la conozco por sus diarios. La mujer te cuenta su vida sin florituras ni tapujos, y además queda bonito. La conocí a través de ‘La club de lectura’ en la que participo. Una alternativa al club de lectura en el que las chicas jóvenes permanecen prácticamente calladas, siempre a punto de decir algo que les revolotea dentro.

Estoy obsesionada con Anaïs Nin. Esto no es nuevo. Entre mis múltiples virtudes encontramos que tengo un trastorno obsesivo compulsivo de caballo y una obsesividad compulsiva digna de manual. Afortunadamente, mi personalidad volátil me ayuda bastante a no terminar nada de lo que empiezo y, por supuesto, a parecer más loca de lo que soy. O estoy. O como sea que se llame esto. El caso es que llegué a Anaïs mediante la recomendación de una amiga de mi amiga Nerea. El año pasado, unas cuantas zumbadas sin nada mejor que hacer, creamos una especie de grupo para comentar lecturas, al que muy originalmente y sin un ápice de reflexión ni pretensión, denominamos ‘La Club de Lectura’. Parece muy exquisito, ¿verdad? ¿A que os da envidia y queréis montar una Club? A mí se me ocurrió una vez mientras tomaba té sola en una cafetería en Nebraska. Mojava, creo que se llamaba. Allí, en el medio-oeste, son tan ultracatólicosderechistas como modernos. Es lo que tiene USA, (y aquí haré uso de un topicazo) que ”como es tan grande, tiene de todo”. En realidad, sé que lo dice todo el mundo, pero yo flipé con la falta de término medio de un estado como aquel, en el que los infinitos maizales transgénicos eran prácticamente todo lo que había que ver. Desde aquí les mando un morreo con lengua a Toño, Susan y Vero, que todavía siguen allí felizmente atascados, nadie sabe muy bien por qué. Como decía, mientras tomaba té sentada en uno de esos sofás como los que salen en la serie Friends, vi llegar a un grupo de personas a cuentagotas. De todas las edades. Todo cristo era caucásico, eso sí tengo que apuntarlo. Iban sentándose en una especie de círculo mal hecho y abrían libros sobre sus rodillas. Yo, que por muuuuuuucho que me guste aprender, en vez de estudiar, estaba deseosa de hacer lo que fuera necesario para distraerme, me pasé un par de horas escuchando lo que decían. Era un grupo de lectura. No recuerdo qué novela era la que comentaban, pero sí recuerdo que el viejillo de turno hablaba más que el resto y las jovencitas permanecían prácticamente calladas. Una de ellas movía mucho la pierna como si estuviera siempre a punto de decir algo que llevaba revoloteándole dentro. Pero nunca decía nada. Asentía con vehemencia, eso sí. A veces hasta se ruborizaba y todo. Pero no hablaba. Me sentí bastante identificada con ella.

¿Cuántas veces en charlas/debates/encuentros (redondéese lo que proceda) quieres preguntar, comentar, o decir cualquier cosa, pero cuanto más la repites en tu cabeza para formularla de una manera que tenga sentido, la ansiedad que te crea decirlo es directamente proporcional a las ganas que tienes de soltarlo y al final acabas echando la pota en el wc más cercano mientras te inyectan algo en vena y te abrochan la camisa de fuerza? ¿Qué has dicho? ¿Eh? ¿Yo? Nada. Bien. También sentí mucha envidia. Quise ser ellxs. Pero por h o por g, la vida no parecía permitirme sacar tiempo para nada que no fuera…x. No sé qué coño hago con mi tiempo, francamente. Así que a partir de ahora mis quehaceres se llamarán x. Bueno, la idea de juntarnos chicas más o menos de la misma edad y contexto socioeconómico en La Club de Lectura, era preciosa: todas somos muy majas y nos gustaba reunirnos en la salita de mi casa, que tiene moqueta llena de pelos de perro, una decoración de lo más ecléctica, y libros y cuadros a partes iguales que casi no permiten ver la pared. Esta es mi idealización de mi salita, lógicamente. En realidad es un cutrechurro sobrecargado que agobia a todo ser viviente que entra por la puerta, porque posiblemente tenga síndrome de Diógenes confeso además de tendencia a la extravagancia y lo rococó. Por supuesto, los cuadros, no nos creamos que son nada del otro mundo. Más bien, bonitas fotos más o menos raras, sacadas por otra gente, metidas a la fuerza en marcos de 50 céntimos, que se suicidan desde mi pared bastante más habitualmente de lo que suele ser normal. Yo creo que quieren decirme algo. Seguro que es muy bueno. Así que estoy tranquila. El caso es que en ‘La Club’, nos juntábamos para comer ensalada sin aceite de oliva, mientras pasando páginas de diferentes libros abiertos y medio subrayados sobre la mesa, nos contábamos nuestras vidas en una especie de terapia de grupo donde sólo hacíamos caso a la lectura programada los primeros tres minutos de la reunión. Luego acabábamos riéndonos a carcajadas, contando confidencias, llorando, o a veces hasta medio discutiendo.

Yo no sé qué tuvo ‘Ética promísuca’, pero nos dejó a todas medio pa’ allá. ¿Y qué tiene que ver Anaïs Nin en todo esto? Pues que Bea, la amiga de mi amiga Nerea, al enterarse de que teníamos ‘La Club’, dijo la frase “Seguro que ya la tienen en la lista, pero recomiéndales a Anaïs”. Siempre me pongo a temblar cada vez que alguien empieza frases con “Seguro que ya lo sabes…” o cosas del estilo. Nunca suelo tener ni puñetera idea de lo que me están hablando. Así que no. No había escuchado hablar de Anaïs. Eso sí, ahora quiero llamar así a mi futura hija invisible que nunca se materializará. Y diréis: ¿y a mí que leches me importa? Ya, ya. Al grano: Anaïs Nin fue una estadounidense de padre español (creo) y madre cubanafrancesa, que vivió en París. Como la vida es así, y no la he inventado yo, tengo que añadir la mierda de comentario de que se codeó con gente de la talla de Henry Miller, al que, yo no sé si en los libros de texto aparece en alguna parte, pero como dice mi amiga Tania, básicamente le hizo todo “el trabajo sucio”: darle su máquina de escribir, rescatar sus escritos de entre la mierda de caos que tenía, ordenarlos, llevárselo a publicar, y en definitiva, babero incluido, darle cucharadas de fama y prestigio polémico a la boquita, haciendo el avión. Bueno, para no variar, a mí este señor no me cae bien. Seguro que es un genio. No lo dudo. Pero yo he venido aquí a hablar de Anaïs. ¿Entonces por qué hablas de Henry? No sé. Ya me lo miraré. Anaïs empezó a escribir sus diarios cuando era una preadolescente y siguió haciéndolo toda su vida. Me consta que además de ensayos (La casa del incesto o La Delta de Venus, son las más conocidas), también ha escrito novela (al uso) y novela erótica (dicen que fue una de las pioneras en hacerlo, pero a saber). Sea como fuere, yo, por ahora sólo la conozco por sus diarios. Es brillante. Es fascinante. Es la tía más interesante y clara que no-conozco. La mujer te cuenta su vida sin florituras ni tapujos, y además queda bonito. Es la hostia. Te crees que eres ella. Vives cada anécdota como si fuera tuya. Disfrutas cuando se divierte y se morrea con June (por alguna extraña razón tengo que añadir que es la esposa de Miller, definitivamente tengo que hacérmelo mirar, ¡joder!) en medio de la pista de baile de un bar. Parece que su psicoanalista te habla a ti cuando le da pistas sobre el posible significado de su extravagante y nada sórdido atuendo.

Te pones las manos en la cabeza y hasta un poco cachonda, cuando la tía, en una pseudo ida de olla, le enseña las tetas a su psicoanalista, con el único fin de comprobar que la percepción que tiene Nin de su delantera no está distorsionada por agentes externos. Voy a decirlo yo antes que el resto: sí, soy un pobre ser muy impresionable. Pero sigamos. Afortunadamente, Nin es una de esas escritoras que hace referencias bibliográficas a diestro y siniestro. Cada vez que se atusa el pelo, se le cae un nombre. Gracias a ello, además de cotillear su vida (¡¡¡adooooooooooooooooro que transcriba páginas y páginas de su terapia, sin un ápice de pudor, como si nadie lo estuviera leyendo!!!) y reflexionar con sus ocurrencias, puedes ir apuntando futuras lecturas en ese cuaderno inexistente de las cosas que queremos recordar (para nunca decirlas en charlas/debates/encuentros a los que vamos), que todas tenemos al lado mientras leemos cosas interesantes. Yo que veo señales divinas por todas partes, os cuento que la edición del libro que yo tengo entre manos es de 1984, lo cual quiere decir que esta tercera edición del primer diario de Anaïs nació el mismo año que yo…  ser mío. Por si alguien tiene alguna duda, explico que mi familia no me hacía ni caso de pequeña, por eso me invento cosas y hablo tanto de mí misma. Volviendo a lo que nos concierne, y para más inri, en el primer tomo, cuenta sus andanzas durante los años 1931-1934 y parece que la buena mujer te escribe metida en su nave espacial, desde el futuro en el año 2698. Ni más, ni menos. Me cuesta entender cómo alguien que nació en 1903 da doce mil quinientas vueltas a todo quisqui en apertura de mente y brillantez. Pues lo dicho, que no sé si porque soy una cotilla adoro a la Nin, o si porque adoro a la Nin, soy una cotilla. Pero el caso es que llevo un par de días soñando con esta maravillosa mujer, y me tiene loca de alegría. Literalmente: me creo que soy ella. Yo, realmente, no sé mucho de casi nada, pero me permito deciros que si no sabéis que leer, ¡Anaïs Nin is the answer!

PD: By the way, si hay alguien a quien le interesen sus diarios, sólo decir que están descatalogados de todas partes. Tania y yo conseguimos nuestros ejemplares en iberlibro. No sé si se pueden decir estas cosas propagandísticas sin que sean amigxs de Pikara. ¿Se puede? Tampoco sé si en iberlibro son lo peor y deberían caerme mal, pero en realidad, yo siempre que busco algo, lo encuentro milagrosamente allí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario