viernes, 19 de septiembre de 2025

Prólogo inédito de Andrés Trapiello a sus memorias Próspero viento. Una vida política.

 Andrés Trapiello, Memorias políticas de un hombre libre: "Nunca he aspirado a convencer a todo el mundo, sino a ser escuchado con respeto", en El Mundo, Andrés Trapiello, 18 septiembre 2025:

(Pionero en rescatar la idea de la tercera España, el escritor narra en su nuevo libro, 'Próspero viento', una peripecia vital e ideológica que es la de toda una generación. Adelantamos en exclusiva sus primeras páginas):

En las elecciones de 1977 voté al Pce. Acababa de cumplir veinticuatro años. Para entonces yo ya no era comunista. Con veintiuno o veintidós me habían expulsado de la Joven Guardia Roja del Pce (i). Pero el Pce había sido el principal sostenedor de las luchas contra la dictadura, y me pareció que debía asegurarse su presencia en el Parlamento con el fin de normalizar la vida política española, y en consecuencia eso hice.

Después voté durante casi veinticinco años al Psoe, de los cuales los diez primeros fueron políticamente, en mi opinión, los más hermosos e ilusionantes que haya conocido España en toda su Historia, tal vez los últimos en los que una inmensa mayoría de españoles creyeron y trabajaron en un proyecto común: dejar atrás la dictadura, construir un país moderno y afianzar una democracia de ciudadanos libres e iguales.

Cuando el Psoe organizó los escraches al Pp que dieron la victoria al Psoe, tras los atentados islamistas de 2004, ni siquiera pude votar a Upyd, porque este partido se fundaría tres años después, y cuando Upyd se disolvió, lo hice por Ciudadanos, y hace un año, cuando un nuevo Psoe ya había gobernado con los comunistas, indultado a los golpistas catalanes y pactado en Navarra con los exterroristas de Eta, y Ciudadanos había dejado también de tener relevancia, por el Pp.

En todo momento se ha tenido uno por un hombre libre, como el mendigo al que se refiere Emily Dickinson, pero a las almas bellas, de izquierdas o de derechas, les bastarán los tres primeros párrafos de este prólogo para no seguir leyendo. Lo sentiría, porque si un libro mío me gustaría que llegara a todas partes, es este, en la medida en que lo ha escrito alguien que, aunque en lo principal haya cambiado poco ("Yo era eso que los sociólogos llaman un 'pequeño burgués liberal'", en palabras de Chaves Nogales), también he pasado, como tantos en una vida larga, por distintas estaciones y apeaderos. Si no tuviera una idea clara de mis limitaciones, diría ahora lo de Kant: sapere aude.

Nunca he aspirado a convencer a todo el mundo, sino a ser escuchado con respeto. También ahora.

He arengando en dos ocasiones y media a la multitud: una, hace cuatro años, en la plaza de Colón de Madrid, contra los indultos que pensaba conceder (y de hecho concedió) el presidente del Gobierno a los separatistas catalanes ya condenados por el Tribunal Supremo por sedición y malversación, o sea corrupción; otra, en la plaza de Cibeles, dos años después, contra la amnistía a los mismos y a otros que andaban en busca y captura por parecidos delitos; y la primera, la media, en la plaza de los Balbos, Cáceres, hace once o doce años, contra el referéndum ilegal que pretendía perpetrar (y perpetró) el presidente de la Generalidad de Cataluña.

Esto último (las arengas) no lo había hecho nunca antes, y va contra mi naturaleza. En privado puede uno exaltarse, como todos, si tengo un buen día; ahora, en público raramente, ni en los peores.

Nuestros hijos me conocen bien y esas soflamas inesperadas les dejaron atónitos. A mí un poco también.

Para arengar hace falta levantar la voz; se ha de tener un don especial para forzarla y no perder la razón. El primer enemigo de la verdad es un megáfono. Me entristecía pensar que mis hijos habían pasado un mal rato viendo desaforarse a su padre, y se me vinieron a la cabeza las palabras de César Vallejo: "España, aparta de mí este cáliz". Además, quien había titulado Seré duda a uno de sus libros, igual no era la persona adecuada para dirigirse a nadie.

Ymelda Navajo, editora de La Esfera, me ha pedido este libro.

La idea se la ha sugerido, supongo, verle a uno frecuentar la literatura política en el periódico El Mundo. Pero esta agitación mía es cosa reciente, de cinco años acá, y siempre la he visto como pasajera y circunstancial. Mientras, hago lo que puedo, y escribiendo de política procuro no perder los papeles, la perspectiva.

El enunciado al que debería atenerme sería, según me ha sugerido o yo he creído entender: "La hegemonía cultural de la izquierda".

En "la batalla cultural" (que se extiende no solamente a controversias literarias y culturales, sino a disputas también políticas, de género, medioambientales o sociales), hay quienes ya han partido el campo, y aseguran hallarse en "el lado correcto de la Historia". Yo no sé bien qué lado es ese, pero sí cuál no lo es.

Ignacio Varela ha resumido muy bien a mi entender esta cuestión: "La tan comentada superioridad moral de la izquierda está ligada al secuestro fraudulento del concepto 'progresista', como si una cosa y la otra fueran indisociables. La izquierda, como la derecha, son referencias de topografía política cada vez menos relevantes (…) La Historia ha demostrado que en ambas caben individuos progresistas y reaccionarios, demócratas y totalitarios, pacíficos y belicosos, honrados y canallas, amantes de la verdad y embusteros redomados, generosos y avaros, cultos e iletrados. (…) En las células de los partidos antifranquistas se nos adoctrinaba para aprender que la izquierda defiende ideales e intereses generales mientras la derecha sólo defiende sus negocios e intereses particulares (…) Me pregunto si es tan difícil aceptar que hay interpretaciones distintas del interés general y que todas son igualmente legítimas mientras respeten la dignidad del prójimo".

Aunque quisiera, no podría escribir un libro político ni ocuparme de la batalla cultural en toda su extensión, que me sobrepasa. Poesía aparte, no he escrito otra cosa que literatura. Le han metido a uno en la tradición realista española, que va de Cervantes a Delibes y Jiménez Lozano, pasando por Galdós y Baroja, y no me parece mal, y he tenido como lema lo de Stendhal y lo de Dickens: "Solo hechos" y "Cuando miento me aburro".

Hay tres clases de personas: los que ven azotar a un muchacho, y pasan de largo; los que tratan de impedir esa injusticia, como le ocurrió a don Quijote en su primera salida; y, por último, los que unas veces siguen su camino y otras se detienen e intentan remediarlo. Yo soy de estos. ¿De qué depende desentenderse o intervenir? No lo sé decir. Lo que no he hecho nunca es ponerme del lado del que azota.

Nuestras protestas en aquellos mítines y nuestros deseos y desvelos, por cierto, sirvieron de poco. Cuando Fernando Savater, Fernando Iwasaki y yo nos presentamos al Senado por Upyd en las elecciones de 2015, los del Partido Animalista sacaron más votos que nosotros.

Y como una cosa es pasar esos sofocos intelectuales y sentimentales en la intimidad y otra bien distinta sacarlos a la luz pública y contarlos, al ponerme a escribir ahora esto, se ha oído uno decir muchas mañanas también: "Realidad, aparta de mí este libro".

Con la voz apagada tituló uno de los suyos José Bergamín, y con la voz apagada he tratado de escribir este. No sé la razón por la que tú, lector, lectora, has llegado a él, pero si te vas antes de terminarlo no será porque me hayas oído levantar la voz. Y vale esto también para vosotros, hijos.

Hace cuatro años se escribió La Fuente del Encanto (otro medio encargo) y me gustaría que Próspero viento lo encontraras sacado de una de sus costillas. Y digo "se escribió", porque me pareció que se escribía solo. La Fuente del Encanto trataba de la importancia que ha tenido la poesía en mi vida. Este trata de la que ha tenido en ella la política, o sea, la prosa tal y como la define el diccionario: "Aspecto o parte de las cosas que se contrapone al ideal y a la perfección de ellas". El principal enemigo de la política es la política, y el obstáculo para las buenas políticas son las malas prácticas (una verdad de Perogrullo).

En uno de los libros suyos que prefiero, Unamuno se noveliza, y trata de ser real haciéndose ficción. Esas paradojas de don Miguel. Se titula Cómo se hace una novela, y sugiere engañosamente crítica o preceptiva literaria, pero se trata de un libro autobiográfico, memorialístico, uno de los suyos que prefiero, ya digo. Nació de una de las experiencias personales y políticas más decisivas de su vida: su destierro, en 1923, en Fuerteventura, primero, y luego en París y en Hendaya, víctima de "la tiranía pretoriana española" del general Primo de Rivera, habilitado por el rey Alfonso XIII.

La mayor parte de los intelectuales españoles, aun contrarios al régimen del "borracho" Primo de Rivera y del "epiléptico" Martínez Anido que "ensoecía la vida pública", dejaron solo a Unamuno: "Mis amigos y mis enemigos decían que yo no soy un político, que no tengo temperamento de tal, y menos todavía de revolucionario, que debería consagrarme a escribir poemas y novelas, y dejarme de políticas. ¡Como si hacer política fuese otra cosa que escribir poemas, como si escribir poemas no fuese otra manera de hacer política!". Algunos fueron incluso más lejos, y a ellos se refirió también don Miguel: "Existen desdichados que me aconsejan dejar la política. Lo que ellos con un gesto de fingido desdén, que no es más que miedo, miedo de eunucos o de impotentes o de muertos, llaman política, y me aseguran que debería consagrarme a mis cátedras, a mis estudios, a mis novelas, a mis poemas, a mi vida. No quieren saber que mis cátedras, mis estudios, mis novelas, mis poemas, son política. Que hoy, en mi patria, se trata de luchar por la libertad de la verdad, que es la suprema justicia, por libertar la verdad de la peor de las dictaduras, de la que no dicta nada, de la peor de las tiranías, de la estupidez y la impotencia, de la fuerza pura y sin dirección".

Cuántas veces habré oído estos últimos años, de amigos y enemigos, que dejara de escribir los artículos de El Mundo y el activismo y la materia política, y me dedicara a mis poemas, mis novelas, mis diarios, mis reseñas y empleos tipográficos.

En el libro de Unamuno conviven la lírica y la épica, la acción y la introspección: "Como esto que escribo, lector, es una novela verdadera, un poema verdadero, una creación, y consiste en decirte cómo se hace y no cómo se cuenta una novela, una vida histórica, no tengo por qué satisfacer tu interés folletinesco y frívolo. Todo lector que leyendo una novela se preocupa de saber cómo acabarán los personajes sin preocuparse de saber cómo acabará él, no merece que se satisfaga su curiosidad".

Nuestro gran Unamuno era un extremoso, y no hay por qué ser tan intransigente. ¿Cómo no va a ser legítimo querer saber los finales, si el final de una novela es siempre el del lector en esa novela? ¿No sentimos desgarrarnos por dentro cuando terminamos un libro que nos ha emocionado especialmente? ¿No pensamos que nos acabamos también un poco nosotros mismos con él? ¡Y cuántos habríamos querido que no se nos acabaran nunca los libros que más nos gustan!

"La verdadera vida, la vida al fin descubierta y esclarecida, la única vida por tanto plenamente vivida es la literatura", leemos en el último de los tomos de À la recherche du temps perdu, que es a un tiempo fin y principio de su novela. En ella su autor confiesa que la única salvación del ser humano la encontrará en el arte. Y así lo cree uno también.

"Yo hubiera elegido como lema", decía Baroja en su discurso de entrada en la Rae: "La verdad siempre, el sueño a veces. La verdad como verdad, base de la vida y de la ciencia; la fantasía y el sueño en su esfera. Este entusiasmo por lo verídico y la antipatía por el fraude constante terminan a la larga en la misantropía; el otro camino de la contemporización conduce a la hipocresía y a la vulgaridad".

Aquí tienes, lector, la vida de alguien que ha creído ser libre en todo momento (en parte por haber sido expulsado o señalado políticamente de una manera adversa), alguien que cuando se le preguntaba adónde pensaba ir, respondía lo del vagabundo de Emily Dickinson: "In all the directions", a todas partes. Alguien que se ha dirigido también, cuando ha escrito, a todas las partes y a ninguna. Que ha escrito "para todos, para ninguno".

La vida del escritor es doble, luchar contra la misantropía y combatir la hipocresía y la vulgaridad. No hay otra.

Uno de los cinco grandes poemas de la lírica española era para JRJ "El armador aquel de casas rústicas" del Cancionero de Unamuno. El poema recrea un episodio del que se da cuenta en el evangelio de Mateo (13,1): "Aquel día salió Jesús de su casa y se sentó junto al mar. Se le acercaron numerosas muchedumbres. Él, subiendo a la barca, se sentó, quedando las muchedumbres sobre la playa, y Él les dijo muchas cosas en parábolas. Salió un sembrador a sembrar, y de la simiente, parte cayó junto al camino…".

El armador aquel de casas rústicas,

habló desde la barca,

ellos sobre la grava de la orilla,

él flotando en las aguas.


Y la brisa del lago recogía

de su boca parábolas.

Ojos que ven, oídos que oyen, gozan

de bienaventuranza.


Recién nacían por el aire claro

las semillas aladas,

el sol las revestía con sus rayos,

la brisa las cunaba.


Hasta que al fin cayeron en un libro,

¡ay tragedia del alma!,

ellos tumbados en la grava seca,

y él flotando en las aguas.

Las palabras como semillas. Hay también una parábola del sembrador, y por supuesto que si todas las semillas se parecen bastante, no se parecen en absoluto las plantas y árboles que nacen de ellas. "La paradoja que me fascina en la izquierda es esta: que incluso cuando se cometen los mayores crímenes, cuando se ha hecho en la Unión Soviética o en China, ha sido en nombre del género humano y para que la gente viviera en una sociedad nueva, distinta, igualitaria, en la que todo el mundo tenga la posibilidad de desarrollarse como quiera. Incluso en los momentos más siniestros de la violencia de izquierdas, incluso ahí es posible detectar una motivación moral muy elevada".

El opúsculo donde se incluye esa frase se titula precisamente La superioridad moral de la izquierda, escrito por uno de los ideólogos del sanchismo y colaborador habitual de El País en estos últimos siete años.

De esto se trata aquí: de aquellos que han inmolado (y seguirían haciéndolo si se les dejara) a millones de seres humanos en el altar sacrificial de "la razón progresista". Nunca el progreso ha sido más reaccionario ni la izquierda tan ciega. Y de cómo la superioridad moral precisa en primer término acabar con la libertad, dictando normas políticas y culturales que le aseguren su supremacía. Sin hegemonía no hay tal superioridad. Y si la literatura y el arte han logrado prosperar incluso en los regímenes que las han suprimido o limitado, sin libertad no hay vida que merezca el nombre de humana.

Las palabras aladas de mi vida…

Mi experiencia de comprador de libros viejos me dice, no obstante, que los libros de Historia y de política son más efímeros y acaban antes en las escombreras del Rastro. Los que tratan de la vida tienen más probabilidades de ser leídos.

No ha querido uno ser otra cosa en su vida que un escritor y un poeta, pero seguro que otros me verán como un literato (qué se le va a hacer). Así que me he atenido a lo que decía Proust en el último tomo de su Recherche, el de los recuentos: "Una obra en la que hay teorías, es como un objeto en el que se deja la etiqueta con el precio".

A mis años me hago todavía la ilusión de que mis gustos y mis ideas políticas no están domesticados, una forma como otra cualquiera de no sentirse acabado del todo.

Stendhal decía que sus lectores no habían nacido aún cuando él escribía, que sus escritos habrían de esperar ochenta años. Celebro que tú hayas nacido ya. Tampoco sabemos si dentro de ochenta años quedará nadie, al paso que vamos, con ganas de leer libros, en general, y en concreto este.

(Prólogo del volumen Próspero viento. Una vida política, de Andrés Trapiello, que la editorial La Esfera de los Libros publica el próximo 24 de septiembre).

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