miércoles, 10 de diciembre de 2025

14 dolencias mentales comparten el mismo origen genético. Dossier.

  Dossier

I

 Enfermedades mentales. El ‘parentesco molecular’ de las enfermedades mentales: 14 trastornos comparten variantes genéticas de riesgo, en El País, por Jessica Mouzo, 10 DIC 2025:

Un estudio basado en datos de ADN de un millón de personas alumbra una clave biológica para ayudar a comprender estas dolencias y mejorar el diagnóstico.

Existen unos lazos genéticos muy estrechos entre algunos trastornos psiquiátricos. Se ve en la clínica, cuando a los médicos les cuesta etiquetar una dolencia concreta o se encuentran con que un paciente con depresión desarrolla también ansiedad, por ejemplo. Las fronteras entre unas afecciones mentales y otras son, en ocasiones, confusas a pie de consulta y eso tiene una explicación a nivel molecular: hay una especie de parentesco genético, variantes de riesgo comunes entre dolencias. Un nuevo estudio, publicado este miércoles en la revista Nature y basado en el análisis de ADN de más de un millón de personas, ha ahondado en este campo y ha alumbrado ese hilo molecular que conecta una quincena de trastornos mentales.

En concreto, esta investigación internacional ha descubierto que 14 dolencias comparten, en mayor o menor medida, variantes genéticas de riesgo. Esto es, señales moleculares que predisponen a desarrollar estas afecciones mentales. Los autores identificaron, específicamente, cinco grupos de enfermedades que tienen una alta correlación genética: sucede, por ejemplo, entre esquizofrenia y trastorno bipolar; o entre ansiedad, depresión y estrés postraumático; o entre autismo y trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Los hallazgos sugieren que las marcas genéticas compartidas están muy vinculadas a las primeras etapas del desarrollo cerebral y estudiarlas en profundidad podría ayudar a comprender mejor los trastornos de la mente, mejorar el diagnóstico y alentar nuevos tratamientos. Esta investigación sigue la estela de otros estudios que ya han ido alumbrando en los últimos años retazos de esos lazos genéticos entre las enfermedades del cerebro. “Se trata de ir desentrañando todas las piezas del puzle genético para hacer una medicina de precisión y predicción”, explica Antoni Ramos Quiroga, jefe de Psiquiatría del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona e investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM). El médico, que ha participado en esta y otras investigaciones del mismo campo, asegura que estudios como estos “ayudarán a redefinir los trastornos mentales, no solo en función de síntomas, sino también según variables genéticas”.

En este caso, los autores identificaron cinco categorías que conectan grupos de enfermedades mentales con un alto grado de riesgo genético compartido. Así, el “factor compulsivo” engloba la anorexia nerviosa, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y el síndrome de Tourette en el mismo grupo; el llamado “factor internalizante” aglutina depresión, ansiedad y estrés postraumático; otra categoría es la del tándem esquizofrenia y trastorno bipolar; el “factor del neurodesarrollo” contempla autismo y TDAH; y la última categoría con fuertes vínculos genéticos en común es el de las sustancias de abuso, donde se agrupan las adicciones al tabaco, el alcohol, el cannabis y los opioides. La correlación más fuerte se ve dentro de cada grupo, pero también existen señales genéticas compartidas entre dolencias ubicadas en distintas categorías.

“Por ejemplo, entre TDAH y depresión hay un porcentaje [de variantes genéticas compartidas] elevado”, ejemplifica Ramos Quiroga. Los hallazgos, insiste, coincide con “la realidad clínica” que observan en la consulta.

Estas señales genéticas compartidas, aclara Ramos Quiroga, son “factores de predisposición”. Es decir, que aumentan el riesgo. Pero recuerda que tener una de estas variables no significa que una persona vaya a desarrollar alguna de esas enfermedades.

En la construcción de trastornos mentales intervienen muchos genes, pero también el ambiente. Hay “una interacción entre factores”, recuerda el psiquiatra de Vall d’Hebron: “Hay factores desde el origen que nos predisponen, pero también hay que poner el foco en el ambiente y luchar contra las agresiones sexuales o el abuso de tóxicos, por ejemplo, [estas circunstancias elevan el riesgo de peor salud mental]”.

Primeras etapas del desarrollo cerebral

Los autores del artículo publicado en Nature deslizan que las variantes de riesgo identificadas desempeñan un papel en las primeras etapas del desarrollo cerebral. “Esto nos indica que esos factores genéticos están marcando cómo se va a desarrollar la conexión neuronal en el cerebro y puede que haya una alteración desde el inicio”, reflexiona Ramos Quiroga.

En un comentario adjunto, Abdel Abdellaoui, investigador del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Amsterdam, hace hincapié en esto también: “En todos los factores, los genes asociados muestran una expresión máxima durante el desarrollo fetal, lo que destaca la importancia de los procesos de desarrollo temprano en el riesgo psiquiátrico”.

Con todo, Ramos Quiroga pide no perder de vista la complejidad de estos trastornos y recuerda que son multifactoriales: “Si tienes una susceptibilidad y le pones otros factores que aumentan esa susceptibilidad, es peor: hay factores genéticos que te confieren más riesgo y tienen que ver con cómo se desarrolla el cerebro, pero también hay otras variables relacionadas con factores inmunológicos; y, además, el entorno también influye porque, por ejemplo, si te genera estrés, eso afecta a nivel inmunológico”, subraya.

Abdellaoui coincide y apunta a que estos trastornos psiquiátricos parecen surgir cuando “ciertas combinaciones de genes y experiencias vitales se combinan de forma desfavorable”. “Esto debería replantear las enfermedades mentales no como una biología defectuosa, sino como la desafortunada intersección de la variación natural y el estrés ambiental”, defiende.

Redefinir el diagnóstico

Abdellaoui sostiene, por otra parte, que esas variantes genéticas están agrupadas en cinco categorías “que trascienden los límites diagnósticos actuales” y plantea si estos patrones genéticos compartidos entre 14 trastornos psiquiátricos pueden hacer repensar el marco diagnóstico de las enfermedades mentales. “Pocas variantes genéticas son exclusivas de un solo diagnóstico, lo que sugiere que las categorías del Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM; la herramienta convencional para el diagnóstico de trastornos psiquiátricos) podrían ser útiles clínicamente, pero son aparentemente arbitrarias a nivel biológico”, conviene.

Francina Fonseca, jefa de Psiquiatría del Hospital del Mar de Barcelona, defiende que las clasificaciones actuales siguen sirviendo porque ayudan a los profesionales a entenderse, a hablar el mismo lenguaje. Pero asume que hay que “hacer autocrítica, ser humildes y rigurosos” e intentar afinar cada vez más los diagnósticos.

La psiquiatra matiza que esta investigación, en la que no ha participado, no tendrá una repercusión inmediata en la práctica clínica, pero sí ayudará a clasificar mejor estas enfermedades: “En salud mental no tenemos pruebas de laboratorio o de neuroimagen que nos permita hacer un diagnóstico de lo que pasa en el cerebro. Nos centramos en síntomas, que pueden estar basados en la subjetividad de quien los sufre o los interpreta. Pero para alcanzar un buen abordaje diagnóstico y terapéutico, necesitamos encontrar la alteración fisiológica, qué circuitos cerebrales están alterados”.

Ramos Quiroga concuerda con que toda esta línea de investigación “ayudará a tener una clasificación de los trastornos mentales más vinculada a factores biológicos” y añade que también abre una puerta para identificar dianas moleculares sobre las que desarrollar nuevos fármacos.

II

Salud mental. Una revisión de estudios concluye que los hijos de personas con trastornos mentales tienen mayor riesgo de sufrirlos, en El País, por Daniel Mediavilla, 15 DIC 2023:

Los autores plantean que se haga un diagnóstico precoz a los parientes de personas con dolencias psiquiátricas para aplicar medidas preventivas.

Trastornos mentales

Los factores sociales y genéticos se combinan para hacer que los trastornos mentales sean más frecuentes en algunas familias. Los hijos de personas con enfermedades mentales tienen un mayor riesgo de sufrir sus mismos trastornos y otros diferentes. Esto se debe a una combinación de factores genéticos y del entorno que favorecen la aparición de esas dolencias y que son más frecuentes en unas familias que en otras. Ahora, una revisión de 211 estudios publicada en la revista científica World Psychiatry, ha tratado de estimar este incremento de riesgo tomando datos que incluyen a tres millones de hijos con al menos un progenitor afectado y 20 millones de personas más sin diagnósticos en la familia como control.

De media, los autores calculan que alrededor de uno de cada dos hijos de personas con ansiedad, trastorno bipolar o depresión sufrirá la dolencia de sus padres u otra. Más de un tercio de los hijos de padres con alguna adicción y uno de cada seis con psicosis también tendrán algún trastorno mental. En lo que respecta al incremento de riesgo de sufrir el mismo trastorno que su padre, que el progenitor tenga déficit de atención multiplica por ocho las probabilidades de que lo padezca su vástago. En el caso del trastorno bipolar multiplica las probabilidades por cinco, y en el de las adicciones, la depresión o la ansiedad por dos. Cuando se miran los riesgos combinados, los hijos de padres con psicosis multiplican por 5,8 el riesgo de padecer esa enfermedad y por 2,6 el de sufrir alguna otra. Las dos cifras son similares para el trastorno bipolar. Los resultados presentados en esta revisión de estudios van en la línea de estudios previos realizados con gemelos. Estos individuos idénticos genéticamente comparten hasta en un 77% la psicosis, en un 76% el trastorno bipolar, en un 40% la ansiedad y en un 34% la depresión.

En una conferencia de prensa organizada por el SMC España, Joaquim Raduà, psiquiatra del Hospital Clinic-IDIBAPS y coautor del estudio, ha señalado el valor de este trabajo para “identificar un subgrupo de la población en parientes de personas con mayor riesgo para aplicar tratamientos preventivos específicos”. En el estudio se advierte que esta búsqueda de síntomas entre los hijos de afectados por estas dolencias no se aplica de forma rutinaria y es algo que debería cambiar. “Esta prevención debería ser transdiagnóstica”, ha añadido Raduà, teniendo en cuenta que tanto los factores genéticos como los ambientales parecen favorecer la aparición de trastornos diversos.

Aunque no se puede saber si unas medidas de prevención concreta han evitado el desarrollo de un trastorno en una persona determinada, los estudios de población indican que son efectivos, pero es necesario que estén individualizados. Se ha observado que las intervenciones aplicadas en la escuela, de forma general, para prevenir síntomas depresivos o de ansiedad, no son eficaces y que pueden, incluso, causar daño a algunas personas. Por este motivo, es importante, según indican los autores, identificar las personas con mayor riesgo para iniciar las intervenciones de forma precoz.

Entre las medidas que se plantean, muchas de ellas tienen que ver con evitar factores que incrementan el riesgo de que una enfermedad se desencadene, como el consumo de cannabis o de otras sustancias, la mala salud metabólica y la obesidad, que se pueden prevenir haciendo ejercicio y teniendo una alimentación adecuada. Algunos factores como la exposición a sucesos traumáticos o a la pobreza extrema o el aislamiento social también favorecen la aparición de trastornos.

Alberto Ortiz Lobo, psiquiatra del Hospital Universitario La Paz, en declaraciones a SMC España, ha sido crítico con las conclusiones del estudio. “Los resultados revelan que un 55 % de la descendencia de padres diagnosticados de cualquier trastorno mental va a desarrollar algún tipo de trastorno mental a lo largo de su vida, con un intervalo de confianza de nada menos que entre el 7 % y el 95 %”, apunta. En su opinión, estas cifras imprecisas no permiten “plantearse ningún consejo genético, como parecen sugerir los autores, puesto que no se ha demostrado la asociación entre diagnósticos de trastornos mentales y herencia biológica”. Para Ortiz Lobo, es más relevante actuar sobre los determinantes sociales como el maltrato infantil, los bajos niveles educativos o la pobreza.

III

Liliana Galindo, psiquiatra: “Hay un pico de psicosis en mujeres, alrededor de la menopausia, del que no se habla mucho por el estigma”, en El País, por Daniel Mediavilla, 14 OCT 2025:

La especialista en fármacos psicodélicos, de la Universidad de Cambridge, habla del potencial de estos medicamentos para tratar enfermedades mentales

Liliana Galindo (Bogotá, Colombia, 40 años) compara las terapias con sustancias psicodélicas para tratar la salud mental con una cirugía. “Es un cambio de paradigma. Antes dábamos medicación diaria, enfocada a tratar síntomas que en ocasiones causa efectos secundarios y con expectativa de tomarse por años. Este tipo de terapias requiere una inversión inicial importante, porque, además del fármaco, es necesario un terapeuta, un psiquiatra, una enfermera, que trabajen todos juntos, pero en un periodo corto, quizá de unos tres meses, para dar un tratamiento intensivo que busca ir a la causa de la enfermedad”. La experiencia de Galindo dice que el esfuerzo merece la pena. “En muchos casos hay una mejoría total”, afirma. Y cierra la analogía: “En una cirugía, se usa una anestesia para tolerar el dolor físico, el cirujano interviene y limpia la herida y después el cuerpo se cura. Aquí usamos una sustancia para abrir y tolerar el dolor emocional, ver la herida, procesarla y después la persona continúa con la mejoría, como en un postoperatorio”.

Las drogas psicodélicas están de moda en medicina, tras décadas arrinconadas por la mala fama y la ilegalidad a la que condujo su uso recreativo y su asociación a la contracultura. En 2019, se aprobó el uso de la esketamina, un análogo a la ketamina, para tratar la depresión grave, y en los últimos años han proliferado los estudios que muestran las posibilidades del MDMA, el éxtasis, frente al estrés postraumático, o la psilocibina, el principio activo de los hongos alucinógenos, para la depresión.

Galindo, que es profesora asistente en psiquiatría en la Universidad de Cambridge, psiquiatra en Cambridgeshire and Peterborough NHS Foundation Trust y fundadora del Cambridge Psychedelic Research Group, visitó hace unos días Madrid para participar en Psymposium, un foro organizado por la Fundacion Inawe, que promueve el avance científico y ético en salud mental, neurociencia e investigación psicodélica. La investigadora, que empezó su carrera en España junto a Magí Farré y Víctor Pérez-Sola, en el Hospital del Mar de Barcelona, habla de unas sustancias que suponen un cambio de paradigma en el tratamiento farmacológico de la salud mental, y en la comprensión misma de la mente, pero que también requerirán otra forma de plantear los estudios que midan su eficacia real.

Pregunta. El hecho de que muchas de estas sustancias se hayan utilizado para divertirse, ¿condiciona las expectativas que se tiene sobre ellas o las posibilidades de utilizarlas?

Respuesta. El ser humano ha utilizado sustancias como herramientas para tener diferentes estados de conciencia por miles de años. En América, muchas comunidades indígenas han utilizado sustancias psicodélicas, como la ayahuasca. Hay personas que las utilizan por motivos espirituales y otras por motivos recreativos, pero el modelo médico tiene diferencias fundamentales. Se hace de manera supervisada, con una sustancia que conoces con precisión y en una cantidad justa, porque ya sabemos que la dosis hace el veneno o, en este caso, el remedio.

P. ¿Cómo funciona?

R. En general, la persona tiene que tener tres tipos de sesiones. Unas sesiones de preparación en las cuales se conoce con un terapeuta, establecen una serie de objetivos, se conoce el pasado de esa persona, para entender el contexto y poder decidir.

También hay que dar información para saber qué hacer si el paciente siente ansiedad o si le vienen memorias que le causan mucha angustia. En estas sesiones de preparación se pueden practicar ejercicios para tranquilizarse en ese momento.

Después de estas sesiones de preparación, viene el momento en que se consume la sustancia, que tiene que ser en compañía de un terapeuta, que no puede ser uno cualquiera, sino alguien entrenado en estas intervenciones, que son bastante distintas de las de psicoterapia habitual. Aquí el terapeuta no interviene tanto como en otras sesiones convencionales, es más como un copiloto que apoya a la persona, que es quien decide por qué camino va a transitar.

En el caso, por ejemplo, del trastorno por estrés postraumático, se facilita que el paciente conecte con esas memorias traumáticas para revisitarlas y procesarlas, y eso es algo que hace la persona sola.

Y después de esa sesión vienen las sesiones de integración, que habitualmente se hacen el día después. Esas sesiones son claves, porque en los psicodélicos se ha visto que una de las razones por las que actúan es la neuroplasticidad. Pueden crear cambios a nivel inflamatorio y a nivel neuronal, e incluso de las conexiones dendríticas, y estos cambios parecen ser claves en la reconsolidación de memorias. Es importante aprovechar esa ventana de mayor neuroplasticidad después de tomar la sustancia para que la persona procese qué pasó durante las cuatro, seis o más horas, según la sustancia, que pudo durar la experiencia, para darle un sentido propio a lo que ha sucedido. En este caso, también con un terapeuta de apoyo.

P. ¿Qué es lo que hace en el cerebro estas sustancias para que tengan esos potenciales efectos beneficiosos?

R. En el caso de los empatógenos, como el MDMA, tienen estructuras que a veces son bastante similares a la de la serotonina o de la dopamina. Estos, por un lado, aumentan la serotonina, la dopamina o la noradrenalina, y producen sensaciones de bienestar, de sentir conexión. Pero también parece que producen un aumento de la oxitocina. Y esta oxitocina, que es la molécula del apego, viene a tener una acción muy importante en el reprocesamiento de las experiencias traumáticas.

Si piensas en la oxitocina, uno de los momentos en que se secreta bastante es alrededor del parto y durante la lactancia, cuando se hace todo el proceso del apego. Pero también ayuda a superar muchas de las memorias y traumas que hay en torno al parto y el nacimiento. Pueden ser traumáticas en ocasiones, pero aun así lo hacemos más de una, dos y tres veces. Hay un punto de esa reconciliación de memorias donde la oxitocina tiene un rol importante.

P. ¿Y los psicodélicos clásicos, como la psilocibina?

R. La acción específica es en uno de los receptores de serotonina, que son los 5HT2A. Esta acción serotoninérgica cambia nuestras conexiones cerebrales, se hace una especie de reset a patrones cognitivos previos.

Hay muchas enfermedades mentales en las que hay patrones cognitivos rígidos: las rumiaciones, cuando tenemos ansiedad y damos vueltas sobre lo mismo; en la depresión tenemos una idea o convicción de que algo está mal, pensamientos circulares difíciles de evitar; lo vemos también en el trastorno obsesivo compulsivo o en los trastornos de alimentación, con creencias sobre el cuerpo que son muy circulares.

Estas sustancias parecen hacer un reset en esas ideas y los cambios se ven bastante rápido, como después de sesiones con psilocibina, donde se ha visto mayor rango terapéutico. Ha mostrado mejoras muy grandes en depresiones resistentes al tratamiento, y se está viendo que incluso en TOC o en trastornos de alimentación hay evidencia preliminar que sugiere que pueden mejorar.

P. Si los psicodélicos facilitan plasticidad en el cerebro, igual que ayudan a deshacer nudos que provocan la depresión, ¿también pueden generar problemas nuevos?

R. Claro que sí, esto hay que investigarlo. Se han visto síntomas secundarios, sobre todo cuando las dosis no son supervisadas o el marco no es el adecuado. En contextos cuidados, parece seguro. Pero necesitamos entender mejor en qué dosis, para quién y cómo.

P. Ahora que los psicodélicos se empiezan a aceptar e, incluso, están de moda, a veces se ve una percepción de que son inocuos. ¿Qué riesgos hay que controlar con estas sustancias?

R. No son inocuos, pero ni los psicodélicos, ni cualquier tratamiento. Todo depende de la dosis, de quién la toma y de cómo la toma. El mayor peligro y lo que ha dado mala reputación a muchas de estas sustancias es que han existido en un mercado ilegal, donde la gente cree que toma cosas que no son. Por eso en el ámbito clínico lo primero que se monitoriza son las dosis. No hay opción de aumentar porque “se siente bien”.

Y, por supuesto, el hecho de que no todos los psicodélicos son buenos para todo y para todos, aunque tengan un potencial terapéutico muy grande.

Gran parte del enfoque de la investigación ahora es tratar de entender, de todas las sustancias que parecen tener un potencial terapéutico, qué tipo de personas se van a beneficiar y cuáles no. Hay que entender las contraindicaciones y qué personas se pueden beneficiar, por ejemplo, de una terapia con MDMA, con psilocibina o ayahuasca. Son totalmente diferentes.

Parte de la investigación es tratar de entender cómo cambia el efecto de las sustancias la historia personal, cuál es la enfermedad que estamos tratando, incluso cuál es la historia familiar, si hay otros miembros que hayan tenido enfermedades mentales o hayan tenido anteriormente reacciones adversas a sustancias de este tipo.

P. También trabaja en psicosis, en detectar con antelación las personas con riesgo de sufrirlas para evitarlas o paliar sus efectos.

R. La psicosis se refiere cuando alguien tiene cambios en su percepción de la realidad. Una persona comienza a tener una idea que se vuelve tan fuerte que, de cierta manera, nuestro cerebro trata de procesar toda la información que le llega como confirmación de esa idea, o trata de asociarla a esa idea y relacionar cosas que no están relacionadas. Y de repente es como si esa idea se robara toda la energía, toda la atención en la vida. Esa creencia comienza a ser lo más importante. Habitualmente está asociada a un miedo muy grande, lo que llamamos paranoia.

Hay diferentes contenidos: la persona puede creer que le están persiguiendo, o que tiene un poder, un superpoder, o que tiene una misión, pero de repente comienza a ver que todo está relacionado con esa idea. Ya sea: “me están persiguiendo”, “mi vecino es un alien”, la idea que sea.

Eso es lo que llamamos delirios. Aparte, otras personas pueden presentar lo que llamamos alucinaciones. Lo más frecuente es escuchar voces o cosas que no están ahí. Algunas personas también pueden ver cosas, pero es menos habitual. Además de estos cambios en la percepción y en el procesarmiento de información viene acompañada de un miedo enorme.

P. ¿Qué más se sabe?

R. En la mayoría de los casos comienza antes de los 20 y es más frecuente en los hombres. También sabemos que hay un segundo pico de psicosis de presentación que suele pasar en mujeres alrededor de cambios hormonales en la menopausia. De esto no se habla mucho y todavía hay mucho estigma, pero existe.

Lo que sabemos es que cuando las personas están presentando estos cambios, lo más importante es poder detectarlos a tiempo. Porque en ese momento hay un proceso de inflamación que está creando cambios a nivel cerebral que pueden producir, a largo plazo, cambios cognitivos o de memoria.

P. ¿Se puede intervenir?

R. A nivel mundial, el primer modelo de intervención temprana se desarrolló en Australia. La persona, durante al menos 3 años, va a ser vista muy frecuentemente, casi cada semana, por médicos, psicólogos, terapeutas ocupacionales; se trabaja con la familia, con la escuela, con el trabajo. Todo se enfoca en ayudar a que la persona vuelva a su vida como estaba antes de enfermar.

Lo que se ha visto es que, si se logra hacer este cambio en los primeros 3 años, y sobre todo, lo más importante, si la persona logra reconocer ese episodio como algo anormal, entender por qué es mejor seguir el tratamiento, detectar los síntomas tempranos de recaída (cada persona tiene los suyos), y vuelve a su funcionamiento previo, se puede prevenir a mediano o largo plazo que la enfermedad se deteriore.

Antes creíamos que no había forma de detener el progreso de las psicosis, o que necesariamente todo el mundo acabaría con mucho deterioro en un hospital mental. Ya sabemos que no es así. Pero hay que actuar temprano y trabajar mucho en tratamiento y en la educación de la persona y de la familia.

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