David Erritzøe: "No hay rastro de adicción tras el uso de psicodélicos. Es más, ayudan a dejar de ser un adicto", en El Mundo, por Rebeca Yanke, 10 diciembre 2025:
El director clínico del Centro de Investigación de Psicodélicos del Imperial College de Londres pasó por Madrid para dar una conferencia sobre los retos de la salud mental y las terapias con sustancias como la psilocibina y la ketamina.
Uno ve llegar a David Erritzøe y podría pensar que es pintor, quizá profesor, puede que músico. Pero este danés es uno de los científicos más reputados del mundo en el estudio terapéutico de los psicodélicos, drogas que en los últimos años empiezan a aceptarse como medicinas en unos cuantos países del mundo.
Las permiten algunos estados de EEUU, Canadá, Alemania, República Checa, Suiza, Australia, Nueva Zelanda, Portugal, Jamaica, Brasil, Perú y Países Bajos. En este momento, hay siete ensayos clínicos en fase 3, la previa a la comercialización, de medicinas en las que el compuesto principal forma parte de la familia psicodélica. En ella, es la psilocibina -una sustancia natural presente en algunos hongos y parecida a la ayahuasca en los efectos-, una de las más empleadas, pero en el tablero participan también otras con mayor estigma, como el LSD, la ketamina o el MDMA.
Erritzøe es psiquiatra y neurocientífico e investiga sobre ello en el Centro de Investigación Psicodélica del Imperial College de Londres. Recientemente fue invitado por la Fundación Inawe a dar una conferencia en el Colegio Oficial de Médicos en Madrid, dentro de su primer congreso sobre el uso terapéutico de psicodélicos.
En un patio cercano al aula Ramón y Cajal, responde a esta entrevista mientras a su alrededor decenas de estudiantes de Psicología le observan con máximo interés porque saben que la próxima gran revolución de la psicoterapia depende de sus hallazgos. Él afirma que «los psicodélicos se han probado y demostrado eficaces en el tratamiento de depresiones profundas o trastornos como el estrés postraumático (PTSD)», pero resulta que donde mejor funcionan es ayudando a adictos a dejar de serlo.
PREGUNTA. ¿Podría explicar con sencillez cómo una droga permite a un adicto a otras drogas dejar de serlo?
RESPUESTA. Sé que pertenezco a este campo de trabajo pero no deja de sorprenderme que todo lo que rodea a este asunto sea siempre tan controvertido o difícil de interpretar. Dicho esto, ¿qué es una droga? El alcohol es droga. Los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS) son drogas. Y las ilícitas son drogas también. ¿Qué hacen al cuerpo? ¿Y qué concepto de droga es el que se ha colocado en el lado de la ilegalidad? Esto es un constructo completamente diferente, y es además arbitrario en lo relativo a los riesgos y los beneficios que otorgan. Los psicodélicos deberían haber sido clasificados en una categoría de regulación legal dado su perfil riesgo-beneficio. Pero no es lo que ha pasado. Y luego tienes drogas legales y menos estigmatizadas precisamente por ser legales o por formar parte de una cultura. Pero se ha prescrito que el grado de riesgo es más alto en los psicodélicos.
P. ¿Cómo actúan estos?
R. Los psicodélicos son drogas desafiantes y difíciles, y también interesantes en lo que se refiere al aspecto psicológico, y más seguros que otras en lo que respecta a los riesgos, porque son mucho más que casi cualquier otra droga que podamos pensar. La heroína es una experiencia en el fondo fácil, aunque podrías morir por una sobredosis; dejar directamente de respirar. La heroína puede destruir la vida de una persona pero, psicológicamente, es una experiencia sencilla. Lo mismo sucede con los estimulantes, drogas que aumentan e inflan el ego, drogas charlatanas que acarrean sin embargo dependencia y toneladas de problemas, cardiovasculares, etcétera. Los psicodélicos son un poco lo contrario, o funcionan al revés.
P. ¿Por qué son ilegales, entonces?
R. Sucedió durante un proceso de tomas de decisiones políticas y legales arbitrarias que no tenían nada que ver con la salud ni con los posibles beneficios médicos de la ciencia psicodélica. Se ha simplificado en exceso. Sólo porque alguien los haya puesto a todas en la gran olla de la ilegalidad no significa que deban ser comparadas entre ellas, porque no son iguales. Los beneficios están demostrados en el caso de compuestos como la psilocibina: hay beneficios potenciales para la salud, el desarrollo de tratamientos, el autodesarrollo, la exploración intelectual de las personas, sus propias mentes y vidas, y la comprensión de sí mismos y del mundo.
P. Entonces, ¿no causan dependencia?
R. Son herramientas muy útiles y poderosas. No debemos temerlas porque no causan adicción. Al menos los psicodélicos clásicos. Un poco diferente es la ketamina, un psicodélico atípico o no clásico, como algunos lo llamarían, o el MDMA y derivados, compuestos psicodélicos novedosos que están relacionados con los clásicos pero tienen características diferentes. Algunos de ellos tienen mayor riesgo que los clásicos. Así que todo depende de la molécula exacta de la que estemos hablando.
P. Una de las sustancias más usadas ahora es la psilocibina, ¿puede hablarnos más de ella, por favor?
R. Los psicodélicos serotonérgicos clásicos, como es la psilocibina o el LSD, son fisiológicamente muy seguros. Tienen un riesgo extremadamente bajo de formar un comportamiento dependiente. Pero son psicológicamente muy desafiantes. Por eso necesitas un colchón terapéutico y psicológico seguro a tu alrededor cuando los tomas. Mientras que las otras drogas funcionan al revés: puedes tomar un estimulante sin necesitar que ningún terapeuta lo examine. Vas a tener un gran momento, pero podrías terminar cayendo en un uso dependiente y con un fuerte impacto fisiológico en tu cerebro. Por eso me parece una locura que, sin explicar el medicamento, éste se declare ilegal. Conozco la pregunta que se harán muchas personas: '¿por qué darle a un adicto a una sustancia ilícita, otra sustancia ilícita?' Pero esto es así porque en un momento dado alguien lo consideró ilícito. No hay correlación entre riesgos y beneficios y el lugar que ocupa esta sustancia en términos de ilegalidad.
PREGUNTA. La historia nos dice que la gran época de la investigación con psicodélicos fue la década de los 60, que el presidente de Estados Unidos Richard Nixon destruye en los 70, durante su guerra contra las drogas. ¿Se ha perdido mucho tiempo?
RESPUESTA. Demasiado. Demasiado tiempo perdido en el desarrollo medicinal de ciertas drogas. Se siguió investigando un poco en animales y también algo en Suiza por parte de colegas estadounidenses, y algo también en EEUU, pero muy poco. Hasta que la investigación volvió suavemente y algunas personas, de repente, fueron autorizadas a hacer algunos estudios, y eso terminó por abrir lentamente esta nueva era o renacimiento de la ciencia psicodélica de la que ahora todos somos parte. La inactividad la genera Richard Nixon, como mencionaba, dando un final brutal a la investigación con psicodélicos. Se ha perdido un tiempo precioso. Aunque algunos dirán: «Bueno, ahora estamos mucho más preparados».
P. ¿Lo estamos?
R. Sí, desde luego. Pero la gente no era idiota en ese entonces. Hubo grandes profesionales, científicos y pacientes con las mismas historias que ahora. Es una pena tanto tiempo perdido, pero no podemos cambiar el pasado. Hay que buscar resquicios de esperanza, y la podemos encontrar por ejemplo en la evolución de la terapia de conversación. Hace 100 años era muy psicodinámica, psicoanalítica, Freud, etcétera. Luego vino un enfoque muy cognitivo, se desarrolló la terapia cognitivo-conductual y, ahora, tenemos esta tercera ola en la que se mezclan muchas cosas: mindfulness, ejercicio somático... Hay muchas terapias conversacionales en maduración que encajan bastante bien con la terapia psicodélica. Tal vez la psicoterapia ha madurado de forma espontánea, y esto brinda oportunidades a los psicodélicos. Un campo a explotar en el que ya hay muy buenas escuelas, formaciones, terapeutas clínicos con experiencia y nuevos enfoques. Todo esto puede combinarse de manera significativa y segura con los psicodélicos.
P. Usted viene también de la neurociencia y es un especialista en imagen cerebral. ¿Cómo ha evolucionado su investigación?
R. No tenemos aún el método perfecto, no entendemos completamente el cerebro, apenas estamos arañando su superficie, pero la arañamos mejor que en los 70 así que creo que podemos entender mejor lo que sucede. En todo lo que hemos publicado hasta el momento sobre imagen cerebral tras el uso de psicodélicos no hemos encontrado ningún signo de adicción. Las personas con adicciones vienen a tratarse a nuestro centro y estamos configurando dos nuevos ensayos, uno para la adicción al juego y otro para la adicción a los opiáceos, donde intentaremos tratar a estas personas con terapias de psilocibina. Hay incluso mucho trabajo publicado sobre la terapia con ketamina para la adicción al alcohol. Sé que es una paradoja tratar la adicción al alcohol con ketamina, pero lo cierto es que funciona muy bien.
P. Explique cómo lo consigue, por favor
R. La característica principal del psicodélico es la oportunidad para generar cambios, para romper ciclos y patrones de conducta y mejorar el bienestar, la resiliencia, la creación de significado... Y todo eso es muy importante para una persona que está atrapada en la adicción y realmente sufriendo. Se necesita algo transformador, y la psilocibina es un instrumento perfecto para generar esa experiencia transformadora, las personas no se vuelven adictas a ella porque no pasa por los sistemas del cerebro que hacen que las personas se vuelvan adictas.
P. ¿Qué debería suceder entre los profesionales de la salud mental para aceptar estos tratamientos?
R. Uno de los psiquiatras que trabajan conmigo en el Imperial College hace retiros en lugares donde es legal el uso de la psilocibina y tiene un perfil muy concreto e innovador: está muy informado terapéuticamente y es muy abierto y reflexivo en cuanto a la relación con los pacientes. Esto debería estar sucediendo, sucede, pero lo necesitamos a mayor escala: profesionales que sean capaces de colaborar con otros, como psicólogos y terapeutas.
P. ¿Qué función tendría cada profesional?
R. El psiquiatra puede trabajar con la ketamina o la psilocibina y el terapeuta ayudar a experimentarla y catalizarla. Juntos hacen que el espacio donde sucede la ingesta sea seguro para los pacientes. Pero la psiquiatría convencional no ha llegado aún a este nivel. No se entiende del todo bien qué es un estado alterno de la conciencia, que es lo que consiguen los psicodélicos. Y habría que tener la humildad de reconocer que un psiquiatra solo no puede solucionar las cosas. Ojalá hubiera más centros donde terapeutas y psiquiatras trabajaran juntos.
P. ¿Qué propone?
R. Me atrevo sólo a sugerir: tenemos los medicamentos, tenemos los profesionales, ¿por qué no generamos los espacios seguros en los que poder trabajar en pro de los pacientes? Hay evidencia para el tratamiento de adicciones con ketamina incluso para el TOC y, particularmente para la depresión o el PTSD.
II
Andy Mitchell. Los diez viajes del gurú de las drogas psicodélicas: "No son una puerta que todos debamos abrir", en El Mundo, por Ricardo F. Colmenero, Lucía Martín, 23/10/2024:
LSD, ayahuasca, hongos... El terapeuta experto en trastornos mentales ha probado los psicodélicos, naturales y sintéticos, que podrían usarse con fines médicos en pleno debate sobre su legalización. Lo cuenta en su nuevo ensayo. "No son una puerta que todos debamos abrir", advierte
Advertencia: lea atentamente este artículo y, en caso de duda, consulte a su médico o farmacéutico, porque vamos a hablar sobre drogas. Los psicodélicos están de moda. La literatura científica ha reabierto la caja de Pandora, y ha llegado a la conclusión de que siguen siendo un misterio. Por eso el neuropsicólogo Andy Mitchell ha decidido enfocar el asunto desde la literatura de viajes.
Acompañado de científicos, gánsteres, capitalistas de riesgo, estafadores, psiconautas y chamanes, Mitchell viaja a un laboratorio de neuroimagen, a la Amazonia colombiana, a Silicon Valley y a la cocina del sótano de un amigo para hacer de cobaya. En 10 viajes. La nueva realidad de las drogas psicodélicas (Debate), el inglés va probando la gastronomía psicodélica planetaria al tiempo que escribe todo lo que ve, lo que no significa que, necesariamente, estuviera allí.
Tras décadas de satanización y criminalización, las drogas psicodélicas intentan colarse de nuevo en la psiquiatría tradicional. La psilocibina y el MDMA quieren ser terapia. Las universidades y Wall Street quieren apuntarse. Y a pesar de la preocupación por provocar consecuencias no deseadas, sólo en Estados Unidos el valor de mercado de los hongos alucinógenos previsto para el año 2028 es de 6.400 millones de dólares, lo mismo que los alimentos para bebés, y diez veces más que las pastillas de chocolate M&M's.
Un reciente estudio publicado en New England Journal of Medicine enfatizaba los beneficios de los hongos alucinógenos para tratar la depresión. Mientras otros le imputan propiedades para tratar el estrés postraumático, el alzhéimer, los aneurismas, el dolor crónico, las enfermedades oculares, la inflamación y problemas inmunitarios. Fondos de capital riesgo han creado start-ups, como Compass Pathways y Atai Life Sciences, que compiten para desarrollar y patentar la medicación del futuro.
-¿Cree que ha sido un error la ilegalización?- preguntamos a Mitchell.
-Ha sido una mala idea. En términos de investigación hay un agujero de 30 años. A veces anuncian un descubrimiento, pero muchas propiedades ya eran sobradamente conocidas en los años 50 y 60. Había más libertad para investigar y el gobierno lo apoyaba. Y aunque ahora se están haciendo investigaciones, llegar a ensayos clínicos a gran escala en problemas de salud mental y expandirlos luego a los sistemas médicos es casi imposible. Así que la censura continúa. Pero creo que es inevitable que al final veamos algún tipo de legalización, que puede ser impulsada por la cantidad de inversión que hay ahora, porque se puede ganar mucho dinero.
-Entonces, ¿ya no generan adicción?
-Hay una disputa muy antigua sobre hasta qué punto una sustancia tiene propiedades adictivas y hasta qué punto es el entorno, la fisiología y la motivación emocional. Y el debate es irresoluble porque se puede probar en cualquier dirección. Lo que está claro es que la adicción afecta mayormente a personas de nivel socioeconómico bajo. A veces parece que los médicos lo utilizan como una forma de categorizar a los pacientes, y hay investigaciones que demuestran que si son adictos reciben una peor atención. Yo sé por mi propia experiencia que tengo más capacidad adictiva que otros. Si vuelvo a fumar un cigarrillo por primera vez en 25 años, sé que voy a querer otro 15 minutos después, y eso no es por el entorno, sino por mi fisiología individual. La mentira y la adicción son primas hermanas, y quiero ser sincero.
Las drogas, cuenta Mitchell, «te harán feliz, ecologista, valiente, liberal, inteligente, creativo, iluminado y dispuesto a enfrentarte a la muerte». Pero también «te volverán inseguro, aterrado, loco, conservador, anárquico y gamberro. Ambas experiencias son posibles, y ambas son buenas, porque estás desarrollando una tolerancia a dificultades que la vida te puede poner delante».
En su primer viaje, Mitchell recibe una superdosis de ketamina por vía intravenosa mientras le escaneaban el cerebro en una máquina de resonancia magnética. En el segundo viaje toma hongos mágicos con el padre Bede Healey, un monje católico que además era psicoanalista y psicólogo clínico, y que llevaba años padeciendo depresión. En el tercero, MDMA: «Aquél fue el episodio más terrorífico de mi vida. Pude vislumbrar distintas expresiones de la locura, imagino que no muy distintas a las de los pacientes de psicosis aguda a los que he tratado en el pasado».
-Muchos de los que han ido a un viaje psicodélico no han muerto, pero tampoco han vuelto.
-Con los psicodélicos tradicionales más potentes existe el riesgo de que puedas iniciar un proceso psicótico, y sabemos muy poco sobre los procesos psicóticos, y asumimos que las personas eventualmente regresan. Pero cuando regresan, ¿en qué sentido han cambiado? A veces pueden alterar para siempre su relación con la realidad, y eso es en parte lo bueno de los psicodélicos, que puedes romper viejos malos patrones, pero también romper los buenos.
La humanidad, a ojos de Mitchell, está emprendiendo otro «mal viaje» que le está desconectando de la realidad, y que no supone consumir nada ilegal: «Las personas pueden o no cambiar, pueden descanalizar sus mentes recurriendo a la terapia, la meditación, los paseos en la naturaleza y las drogas; mientras tanto, nuestro entorno digital hace lo contrario: es todo canalización, un canal que se hace más profundo con cada clic gracias a algoritmos diseñados para hacer que nuestros cerebros sean más predecibles, menos nuestros. La gente ha empezado a consultar ChatGPT como si un chamán pudiera consultar a un dios. Quiero descargarme qué sucederá en el futuro, cómo mejorar mi vida y que me digas quién soy. Transferimos a la IA el poder que hace 2.000 años dábamos a un chamán en Perú. En este momento está apareciendo mucho artículo sobre salud mental diciendo que los psicodélicos nos ayudarán a conectarnos con nuestra cultura y nuestro entorno. Eso es para los pueblos indígenas, convertirse en parte del universo, mientras que para Occidente es una forma de desconectar».
Mitchell también viaja a la Ibogaína, el «enteógeno más poderoso conocido por el hombre. La molécula psicoactiva más potente sobre la faz de la Tierra...», procedente de la iboga, un arbusto de la selva tropical originario de África. En una trayectoria de norte a sur que sigue con la ayahuasca, y más tarde el LSD.
-Es que a veces parece que sólo ves dibujos animados o que llevas unas gafas de realidad virtual y no acabo de cogerle el punto.
-En mi caso, pienso y leo mucho sobre Neurociencia, sobre naturaleza, sobre Filosofía, y a veces quiero tener experiencias en primera persona que me ayuden a esclarecer ciertas cosas. Siempre he tenido esa disposición, pero tengo amigos que no están interesados en este tipo de cosas y no son ni mejores ni peores. No creo que los psicodélicos sean una puerta que necesariamente todos debamos abrir, que es lo que a menudo sugiere la literatura.
"Gran parte del discurso a favor de los psicodélicos es que resolverán los problemas de la humanidad pero la humanidad no es un problema que haya que resolver", Andy Mitchell
Eso ahora, porque antes de rozar los 50, Mitchell no se había acercado a una droga psicodélica. Criado en Leeds, su primera droga fue la música, y se convirtió en cantante de una banda punk llamada Armitage Shanks, como el principal fabricante de inodoros del Reino Unido. Después estudió Literatura Inglesa en Oxford, fundó una ONG para personas sin hogar, luego otra para bandas mexicanas de Los Ángeles, y luego otra para niños discapacitados en el norte de la India. Acabó este ciclo de su vida haciéndose monje durante tres años en California. Y a los treinta y pocos años se metió de lleno en la Psicología y la Neurociencia, para regresar a la literatura.
En Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, la coca se convierte en una versión psicodélica de El libro de la selva. «Las hojas de coca aportan claridad mental, promueven la sensación de conexión con los demás y con la Madre que se necesita para los ritos de adivinación. También sirven como estimulantes para realizar trabajos agrícolas o recorrer a pie las prodigiosas distancias requeridas para el cuidado de todo el territorio. El efecto moderadamente eufórico da pie a danzas y música, que se consideran formas sociales de pago. También promueve la excitación sexual para la concepción, reduce el hambre y ofrece nutrición al mismo tiempo, ya que es rica en vitaminas, factor importante en un contexto de relativa escasez de vegetales como el de la sierra. Además, es un símbolo de reciprocidad: siempre que un hombre se encuentra con otro, se intercambian hojas en señal de respeto».
Aproximadamente el 40% de las drogas farmacéuticas occidentales proceden de plantas que llevan siendo utilizadas siglos por pueblos indígenas, lo cual no se limita a los psicodélicos, sino también a medicamentos básicos como la aspirina o el fármaco para la quimioterapia Taxol.
-¿Cree que cambiará la forma de ejercer la Medicina? ¿Qué ya no vale con tomar una pastilla tres veces al día sino que hará falta un acompañamiento tipo chamán?
-Es complicado coger una práctica que tiene milenios, sacarla de un entorno y trasplantarla a un contexto occidental moderno, donde tenemos ideas muy fijas sobre el tratamiento psiquiátrico, y lo que es la relación entre un médico y un paciente. Muchos de los paradigmas de investigación de los últimos 20 años han tenido una noción muy simplista. Tomamos un poco de algo que está ligado a una cultura y lo pegamos en nuestro modelo médico. Hay que ser humilde sobre lo que es posible dándole a alguien una pastilla cuando el resto de su entorno sigue siendo occidental. Aunque haya tenido una experiencia increíble durante cuatro horas, ¿eso va a cambiar su perspectiva a largo plazo? ¿Estamos tratando con algo que tiene que ver sólo con la neurofisiología, o con algo que tiene que ver con la naturaleza de nuestra existencia?
Sin embargo, al final del libro, Mitchell echa un jarro de agua fría sobre el futuro de la Medicina Psiquiátrica: «Nunca he conocido a un médico que considere los trastornos mentales como problemas que deban ser resueltos. Nuestra salud mental, igual que la física, es irreparable a largo plazo, del mismo modo que nuestro sufrimiento es inevitable, y cuanto más creamos en su evitabilidad, más patologizaremos nuestro fracaso».
-No parece muy optimista.
-Tal vez haya algo de escepticismo británico en la frase. Pero gran parte del discurso a favor de los psicodélicos es que resolverá los problemas de la humanidad, y la humanidad no es un problema que haya que resolver. Hay mucho discurso utópico, como si pudieran erradicar todos los problemas y descubrirnos quiénes somos. Pero ser un humano es tener cierto grado de sufrimiento, aprender a tolerarlo y aprender a digerirlo. Es todo lo que quería decir con esa frase.
III
La alucinógena historia del LSD, de los calabozos nazis y los cuarteles de la CIA a la época hippie: "Vivimos un renacimiento psicodélico", en El Mundo, Josetxu L. Piñeiro, 19/11/2024:
El periodista alemán Normal Ohler retrata en su nuevo libro el amanecer de la era psicodélica tras el fin de la II Guerra Mundial en un viaje lisérgico que conecta la ciencia, la cultura de las drogas y su uso por parte de los gobiernos: "Nadie podía estar seguro de lo que había desayunado"
Unas Navidades, el inesperado regalo que recibió la madre con Alzheimer de Norman Ohler (Zweibrücken, Alemania, 1970) fue un misterioso sobrecito azul con la S de Superman. Dentro, su hijo había puesto LSD, el psicodélico más famoso. Ohler, como periodista y escritor, ya venía documentándose sobre este tipo de drogas y conocía un estudio que reportaba cierta mejoría en casos de demencia al suministrar microdosis del alucinógeno. Lo comentó con su padre y juntos decidieron colocar el compuesto entre los paquetitos del árbol navideño. No tenían nada que perder.
El propio Ohler comparte la anécdota en Un viaje alucinógeno. Los nazis, la CIA y las drogas psicodélicas (Crítica), un trepidante ensayo donde se adentra en los episodios más negros del siglo XX para explicar cómo el LSD descarriló de su propósito medicinal inicial para convertirse en una especie de sustancia maldita vinculada a los experimentos químicos más espeluznantes de la guerra mental, un subproducto de la que se luchaba con metralletas.
"En el libro trato de responder a la pregunta que me hizo mi padre, juez jubilado, cuando le enseñé el estudio sobre el LSD y el Alzheimer. Me dijo: '¿Por qué no puedo comprarlo en una farmacia si tan útil es?' Investigué y descubrí que, más allá de los riesgos que tiene para la salud, la sustancia era ilegal más bien por razones políticas e históricas", explica el autor por Zoom desde un Berlín que amanece bañado en aguanieve.
En su ensayo, el escritor alemán nos teletransporta al laboratorio de Sandoz, la farmacéutica suiza que sintetizó el LSD en 1938; a los truculentos calabozos nazis donde se testó como suero de la verdad durante la II Guerra Mundial; y, más adelante, a las oficinas más oscuras de la CIA durante la Guerra Fría. Como en una novela de espías, la fórmula fue pasando de mano en mano. Una belicosa carrera de relevos donde, al final, todos perdieron de vista el interés médico del producto.
"Encontré evidencias de que las SS usaron psicodélicos en el campo de concentración de Dachau con prisioneros", retoma el alemán para empezar desde el principio. "A partir de ahí, me planteé si el LSD también se habría usado y encontré un documento probatorio de que en 1943 la farmacéutica suiza Sandoz envió ergotamina, un precursor del LSD, a Richard Kuhn, el nazi que lideraba el desarrollo de armas bioquímicas para el Reich. Estaba claro que a él le interesó esta sustancia y que el compuesto apareció en Dachau".
Los médicos que se metieron de todo en el XIX: "Está bien que yo lo haga porque soy científico, pero usted no debería"
Mientras los nazis lo pervertían con sus atroces experimentos, Sandoz siguió ensayando con el LSD en Suiza para desarrollar un medicamento. Los conejillos de indias fueron sus propios empleados, quienes refirieron sentirse más que felices de su existencia tras aquellos primeros viajes psicodélicos de la historia. Aquel entusiasmo postizo prometía mucho: "Pensaron que el revolucionario fármaco sería de gran ayuda tras la guerra, en un escenario de trauma y depresión para millones de personas".
Pero el destino tenía planes bien distintos: "Cuando los americanos liberaron Dachau encontraron documentos nazis sobre los experimentos que las SS habían hecho con el LSD como suero de la verdad y pensaron que para ellos también sería interesante disponer de algo similar en la Guerra Fría, que concebían también como una guerra mental. Así que presionaron a Sandoz para que no lanzara el LSD al mercado".
Los agentes americanos no querían que la sustancia cayera en manos de los comunistas y en Sandoz temían que las represalias alcanzaran a otros productos, así que los suizos no se la jugaron. Ya saben: como las irrechazables ofertas de las películas de la mafia. En ese escenario de posguerra, los estadounidenses supieron adelantarse al resto de potencias para conseguir el valioso know how. De hecho, llegaron a contratar a Kuhn como asesor a sueldo. Sí, el nazi ario de los monstruosos experimentos en Dachau.
"Le entrevistaron en 1945 y él les puso sobre la pista del LSD, así que se anticiparon a los soviéticos", refiere el entrevistado. Los yanquis se hicieron con todo el kit: los expertos, la información top secret y el producto. Embarcaron el LSD hacia Estados Unidos y allí empezó el desmadre psicodélico a la americana. Primera estación del despendole: las oficinas de la CIA.
"La CIA tenía un programa de control mental, MK ULTRA, con un tipo llamado Sidney Gottlieb al frente que había requisado el LSD en Suiza. Al volver a casa, decidió probarlo para comprender cómo actuaba la sustancia y también se la proporcionó a sus colegas, quería que le reportaran qué habían sentido con vistas a usarla como arma. Pero, además, se la dio a otros agentes sin su consentimiento. Les echaba una gota en el café por la mañana y luego los observaba: quería testar los efectos pillándolos desprevenidos. Es la época loca donde en la sede de la CIA nadie podía estar seguro de lo que había tomado en el desayuno", desarrolla Ohler.
El desenfreno psicodélico enseguida permeó hacia otros escenarios de la sociedad americana. Siguiente parada: la universidad: "El primer test con ciudadanos de a pie tuvo lugar en Harvard, lo hizo un profesor llamado Beecher que era consejero de la CIA. Básicamente continuó en Harvard los test de las SS en Dachau".
"La CIA abrió la caja de Pandora, aunque no fuera su intención"
La investigación -y con ella el ácido de propiedades alucinógenas- se propagó después por los barrios de la contracultura: "Tenían dos pisos francos, uno en Nueva York y otro en San Francisco, con cámaras y micrófonos ocultos. Los agentes invitaban a gente de la calle y les daban LSD sin consultárselo para analizar los efectos. También contrataban prostitutas para ese cometido. Todos estos anéticos experimentos se hicieron a principios de los 50".
¿Y cómo llegó la droga hasta los hippies? Como resultado de todo la anterior. Ohler pone un ejemplo: "Al escritor Ken Kesey la CIA le pagó 75 dólares por probar el LSD y... le resultó maravilloso. Publicó Alguien voló sobre el nido del cuco y, con el dinero ganado, compró un autobús, lo pintó de colorines y recorrió el país distribuyendo el psicotrópico. La CIA abrió la caja de Pandora, aunque no fuera su intención. Por eso dijo John Lennon que todo había que agradecérselo a la CIA y al ejército americano'".
Aquel tremendo jaleo fue la antesala de la ilegalización. Entre finales de los años 60 y principios de los 70, Lyndon B. Johnson y Richard Nixon metieron los psicodélicos en el mismo saco que otras drogas y lo enterraron con cadenas. Al LSD se le castigó con las prohibiciones más duras.
-¿Qué perdimos con aquellas decisiones?
- La oportunidad de investigar si el LSD es una buena opción ante la demencia y la depresión. Perdimos décadas preciosas: si se hubieran aprovechado quizá ya tendríamos un medicamento para el Alzheimer. Y la demencia es la pandemia del futuro, en realidad ya lo es, como en el caso de mi madre... Es un escándalo, necesitamos cambiar las políticas inmediatamente para que los científicos puedan investigar cómo usar el LSD y otras medicinas psicodélicas en salud mental.
Ohler también percibe brotes verdes: "En 2015, en la Universidad Johns Hopkins descubrieron que la psilocibina -un alcaloide de las setas mágicas primo hermano del LSD- era efectivo en casos de depresión severa. Antes de eso, estudiar los psicodélicos podría haber acabado con la carrera de un investigador. Pero, tras aquella publicación, se ha puesto de moda hacerlo. Vivimos un renacimiento psicodélico hacia el que miran ya muchas compañías".
-¿Qué notaron tras dar LSD a su madre?
-Mi padre y yo vemos que es muy bueno para ella tomarlo, aunque no podemos generalizar: quizá sea coincidencia y solo a ella le provoque esta reacción positiva. Notamos que es más consciente de lo que sucede a su alrededor y que habla con más fluidez, para su cerebro es como hacer yoga. Se pone de buen humor y empieza a cantar. Cuando no lo toma, está más retraída, ligeramente deprimida. Mi padre lo vio como un milagro.
Sigue lloviznando por su ventana cuando Ohler aclara que no se trata de un apologeta de las drogas: "Quiero aclarar que nadie debería recurrir al LSD sin comprenderlo. También, recordar que es ilegal y que no animo a nadie a hacer algo que pueda tener consecuencias como la cárcel. De hecho, la policía investigó a mi padre tras la publicación del libro, pero llegaron a la conclusión de que no hacía nada malo y abandonaron sus pesquisas. Es algo arriesgado, incluso desesperado. Pero como no hay otra alternativa, mi padre decidió correr el riesgo".
¿Hizo bien? ¿Hizo mal? Juzguen ustedes. Pero dentro de aquel sobrecito azul con la S de Superman había más de una sonrisa. Para el señor y la señora Ohler, y para Norman, su hijo.
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