De El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl:
Acuden a mi mente detalles de una especial e íntima grandeza humana: como, por ejemplo, la muerte de una joven en el Lager, que yo mismo presencié. Es una historia sencilla; hay poco que contar y puede parecer invención, pero para mí es puro lirismo. La joven sabía que iba a morir en unos días. No obstante, se encontraba serena e incluso animada. —Estoy agradecida de que el destino se haya mostrado tan cruel conmigo. En mi vida anterior fui una niña consentida y no tomaba en serio mis deberes espirituales —me dijo, señalando por la ventana del barracón—. Ese árbol es el único amigo que me queda en esta soledad. —Por la ventana se veía solo la rama de un nogal con dos brotes en flor—. A menudo hablo con el árbol —añadió—. Yo estaba atónito; no sabía cómo interpretar sus palabras. ¿Estaba delirando? ¿Sufría alucinaciones? Ansiosamente le pegunté si el árbol le contestaba. —¡Sí! —¿Y qué le dice? —Me dice: «Estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida, la vida eterna».
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