martes, 9 de enero de 2007

Historietas de la Guerra Civil I

Cuando hay mucho que referir, o poco, según se mire, escoger una cosa supone renunciar a todas las demás y uno opta por seguir el hilo biográfico en este blog. Hablaba de mi padre, que físicamente era algo delgado y se quedó calvo muy joven. Un hueso desviado en la nariz obligó a hacerle una operación en la cual se lo quitaron, de suerte que quedó como los boxeadores, sin tabique nasal, circunstancia que pasaba desapercibida y que nosotros ignorábamos hasta que una vez nos dejó asombrados al aplastarse la nariz con los dedos como si fuese un patito de goma. No le gustaba hablar de eso porque la operación le resultó no tanto dolorosa, porque creo que le proporcionaron anestesia local, como violenta al recordar los golpes que le daba el cirujano con su escoplo para cortarle el hueso. Yo creo que le recordaba su corporeidad y que la muerte tendría que venir tarde o temprano; por eso tampoco le gustaban los hospitales; en alguna ocasión dijo también que no soportaba la visión de la sangre.

Mi padre, que siempre cultivó una actitud resentida, no era pródigo en elogios. Ni siquiera a mi hermano, de quien estaba sin embargo orgullosísimo porque era muy inteligente, superdotado, con especial habilidad para las matemáticas y las ciencias. Su padre, mi abuelo, al que en alguna foto he contemplado, que se llamaba José María, era un recio mocetón manchego, con índole y corpulencia de boxeador pesado; mantenía una corte de una docena de hijos que formaban más una partida de trabajadores que una familia; desde luego eso no era una peña ni una cofradía y cada cual poseía una función a la manera de un pueblo en que hay cocineros, agricultores, panaderos, ganaderos etcétera. Mi padre estuvo durante un tiempo trabajando como repostero en un pueblo cercano; cuidó melonares, viñedos y olivares; estallicó, sarmentó, cavó cepas, injertó, vendimió, apaleó aceiutunas y cogió suelos. El abuelo fue uno de los primeros en proponer asociarse en una cooperativa de forma que los pobres pudieran compartir sus enseres, capachos, carromatos etcétera para no depender de los ricos propietarios; la fórmula tuvo tal éxito que los ricos propietarios se metieron en ella y se apropiaron de la misma instalándose en los puestos de control. Mi abuelo y mi padre en su representación se quejaban mucho de eso, que los pobrecillos que habían creado la fórmula fueran luego apartados de su manejo. Pero es que mi abuelo tenía simpatías socialistas. Un día, durante la guerra civil, vio pasar varios camiones que, como se solía decir en aquella época, "partían con rumbo desconocido", esto es, que se los llebaban a fusilar. En uno de los mismos vio a un conocido y le saludó con la mano. Cómo estarían las cosas, que uno que le vio interpretó que había hecho el saludo republicano, que consistía en poner el puño en alto y decir "salud". Se libró de la muerte por fusilamiento, sin embargo, pues una de sus hijas, mi tía Arcadia, que poseía redoblados los genes de la característica cabezonería familiar, hizo una caminata impresionante hasta la cárcel donde estaba encerrado en otro pueblo y consiguió que le soltasen; pero eso no libró a mi abuelo de una paliza bestial que le dejó sangrando, tanto que la camisa se le pegó al cuerpo.

Actualmente quieren reverdecer todas estas historietas de odio secular con finalidad política; no sé, hay algo de justicia en todos esos hombres y mujeres que sólo quieren poner las cosas en el sitio legítimo en que estaban. Nadie puede censurar a una persona que endereza un cuadro o levanta un tiesto que alguien ha derribado sin mirar. Los cadáveres deben reposar en los cementerios y no en las cunetas. En este blog quiero salvar algunas de esas experiencias, ahora que tengo todavía la memoria fresca, antes de que el tiempo y la podredumbre acaben con todo.

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