domingo, 21 de enero de 2007

Transpantes de órganos

Una de las buenas cosas que ha singularizado a los españoles entre los demás pueblos de la tierra es que son estadísticamente los más generosos cuando se trata de ceder órganos para enfermos que los necesitan, pero estamos todavía muy lejos de poder solucionar algunos de los dilemas éticos que presenta esta gratuita y desinteresada cesión.

Hace algún tiempo los padres de un amigo mío donaron los órganos de uno de sus hijos fallecido en accidente de moto; con ello mostraron una gran generosidad y presencia de ánimo y, gracias a ellos, muchas personas pudieron mejorar su vida o continuarla más allá del término que les había prescrito la Parca; mas, andando el tiempo, la madre del difunto empezó a necesitar un riñón artificial y se sometió a periódicas y molestas diálisis; hoy se encuentra en una larga cola o lista de espera para un trasplante de órganos, por detrás de personas que no han mostrado tanta generosidad como ella.

¿No deberían corregirse estas listas para que se faciliten los órganos a quienes más los merecen porque poseen carnet de donante o han donado efectivamente? Ello haría pensar a muchos, más allá del puro altruismo, la necesidad y la conveniencia de tener un carnet de donante que hoy pocos gozan; por supuesto, el criterio de selección de pacientes con mayor gravedad seguiría teniendo mayor rango pero, dado el caso de que existiese un nivel de igualdad en la selección de los candidatos a un trasplante, creo que la vara de la justicia habría de inclinarse más en favor de los donantes en un mundo como este, donde el trapicheo y compra de órganos (como en China, donde los cadáveres de los criminales ajusticiados se utilizan con ese fin) es una práctica habitual; eso saturaría el mercado y se evitarían prácticas tan bochornosas como esas.

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