La estupidez acumulada sobre la homosexualidad es inmensa; en esto, como en todo, hay que seguir el consejo que daba el César de Shakespeare: "De todas las cosas que he visto, la que más asombro me produce es que los hombres tengan miedo". Lo opuesto al amor no es el odio, es el miedo. Distíngase también entre amor como concepto y sentimiento y su expresión sexual o sexo. No hay que temer a la homosexualidad como tampoco cabe temer a nuestra propia libertad; nadie tiene por qué declarar el sentido de su sexualidad ni tiene por qué declararla a otros; si yo soy ortodoxo, no tengo por qué negar que otros sean heterodoxos. De vez en cuando, en una familia ortodoxa, nace un heterodoxo; pues inversamente y de la misma manera, en una familia heterodoxa, de vez en cuando nace un ortodoxo. El hecho de que exista y más se use una voz activa no impide que exista la pasiva. Y si esto sucede y es permisible, y sucede tanto por inseminación natural como artificial, también puede suceder y ser permisible que los homosexuales puedan adoptar niños; es peor que un niño quede sin adoptar en medio de la miseria del Tercer Mundo; las estadísticas demuestran que no por ello se le "programará" como homosexual o heterosexual, o no más que si hubiera nacido en una familia de gente heterosexual, ya que, ciencia dixit, la homosexualidad es una mera cuestión de moldeamiento hormonal en determinado mes de embarazo: eso configura la alternativa sexual natural. Quienes legislan contra la naturaleza humana están legislando contra la libertad que caracteriza a la naturaleza humana, y no entienden verdaderamente qué es un ser humano, si es que se puede definir tan escurridizo concepto.
Lo que se tiene a los homosexuales es, pues, simple miedo: si ese miedo desaparece de la misma manera que los demás se disipan, esto es, con conocimiento de primera mano, directo, de la realidad, de las personas que los homosexuales son, deja de existir homofobia. Conozco y soy conocido a y por algunos homosexuales: no hay entre ellos más malas personas ni buenas que entre los demás; si acaso, más personas tolerantes. No se azoran menos que un heterosexual cuando alguno o alguna les echa las manos al cuello, porque les parece un acto tan indiscreto o agradable como a cualquiera.
Otro tabú heterosexual es que la homosexualidad es algo pobretón y monótono. Existen muchas formas de homosexualidad, como existen muchas formas de sexualidad ortodoxa; se puede ser activo, pasivo, neutro, reinona, bisexual, travestido etcétera; sin embargo, el desconocimiento común insiste en reducir a los homosexuales a un solo cajón de sastre, el de maricones en general; eso demuestra el profundo temor y vergüenza que producen estas cosas tan desconocidas para la sociedad general, cuyos individuos deben cuidarse de esquivar este marbete tanto como perseguir el de machos, pues se considera de buen gusto rehuir el tema y ni mencionarlo; de ahí que muchos homosexuales se encierren en los armarios, donde existe una libertad que no gozarían fuera con una etiqueta más denigrada: llevar esa cruz exige un coraje, una determinación y una humildad que los demás deberían respetar, aunque no compartan sus orientaciones sexuales. Y cuando digo esto lo digo también por algunos homosexuales que se sienten muy a gusto explorando sus armarios creyendo que no son tan domestiquillos y grises como cualquiera, porque la homsexualidad es algo que los homosexuales sienten también como una ideología, una estética y una ética singular y más que humana, como algo más libre y distinguido que la pareja tradicional, actitud orgullosa que no tendría tanto predicamento si la sociedad no rechazara tanto esta opción vital, este modo de vida. Los homosexuales no se ven restringidos a la fidelidad y el compromiso por la esclavitud de los hijos y son más libres; disponen de más tiempo para ejercer otras vocaciones artísticas y científicas, pero las parejas homosexuales son menos estables que las tradicionales. Lo único, pues, que cabría exigir a una pareja homosexual para adoptar es, pues, lo mismo que se pide a otra heterosexual, pero que deben jusitificar más: que tenga trayectoria de pareja estable en fin de que el hijo pueda desarrollarse con la seguridad que necesita todo ser humano para constituirse de forma equilibrada.
Lo que se tiene a los homosexuales es, pues, simple miedo: si ese miedo desaparece de la misma manera que los demás se disipan, esto es, con conocimiento de primera mano, directo, de la realidad, de las personas que los homosexuales son, deja de existir homofobia. Conozco y soy conocido a y por algunos homosexuales: no hay entre ellos más malas personas ni buenas que entre los demás; si acaso, más personas tolerantes. No se azoran menos que un heterosexual cuando alguno o alguna les echa las manos al cuello, porque les parece un acto tan indiscreto o agradable como a cualquiera.
Otro tabú heterosexual es que la homosexualidad es algo pobretón y monótono. Existen muchas formas de homosexualidad, como existen muchas formas de sexualidad ortodoxa; se puede ser activo, pasivo, neutro, reinona, bisexual, travestido etcétera; sin embargo, el desconocimiento común insiste en reducir a los homosexuales a un solo cajón de sastre, el de maricones en general; eso demuestra el profundo temor y vergüenza que producen estas cosas tan desconocidas para la sociedad general, cuyos individuos deben cuidarse de esquivar este marbete tanto como perseguir el de machos, pues se considera de buen gusto rehuir el tema y ni mencionarlo; de ahí que muchos homosexuales se encierren en los armarios, donde existe una libertad que no gozarían fuera con una etiqueta más denigrada: llevar esa cruz exige un coraje, una determinación y una humildad que los demás deberían respetar, aunque no compartan sus orientaciones sexuales. Y cuando digo esto lo digo también por algunos homosexuales que se sienten muy a gusto explorando sus armarios creyendo que no son tan domestiquillos y grises como cualquiera, porque la homsexualidad es algo que los homosexuales sienten también como una ideología, una estética y una ética singular y más que humana, como algo más libre y distinguido que la pareja tradicional, actitud orgullosa que no tendría tanto predicamento si la sociedad no rechazara tanto esta opción vital, este modo de vida. Los homosexuales no se ven restringidos a la fidelidad y el compromiso por la esclavitud de los hijos y son más libres; disponen de más tiempo para ejercer otras vocaciones artísticas y científicas, pero las parejas homosexuales son menos estables que las tradicionales. Lo único, pues, que cabría exigir a una pareja homosexual para adoptar es, pues, lo mismo que se pide a otra heterosexual, pero que deben jusitificar más: que tenga trayectoria de pareja estable en fin de que el hijo pueda desarrollarse con la seguridad que necesita todo ser humano para constituirse de forma equilibrada.
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