lunes, 22 de enero de 2007

Los dragones paradójicos

La mayor parte de la gente no se da cuenta de que es esclava, o, dicho mejor, lo está; el amo y señor de su destino tiene un nombre muy conocido y por lo general despreciado: la rutina. La pleitesía y los innumerables servicios que rendimos a este tirano nos amargan la vida, o, lo que es peor, nos la transforman en un sucedáneo inauténtico e irreal. Nada más absurdo que la misma mañana de todos los días, como ese dragón de Borges que era invisible de tan raro como era. Tras mucho tiempo de vernos la cara en el espejo acabamos por no ver nada, ni siquiera lo viejos que nos hemos vuelto. Por lo menos el noventa por ciento de nuestros actos son automáticos y prescinden de aquello que algo enfáticamente llamamos conciencia, por no hablar de las numerosas actividades que no fertilizan el mundo; hablo, por ejemplo, de la absurda manía de resolver sudokus, hacer crucigramas, ver en la tele programas repetidos hasta la extenuación o gastar el tiempo en videojuegos. ¿No es mejor hacer algo de lo que nazca fruto? Eso es sembrar, eso es crear. Mejor que hacer un crucigrama es escribir un poema; lo primero es entretenimiento, lo segundo, arte; lo primero es propio de servomecanismos maquinales, o programas informáticos; lo segundo, algo de lo poco que individualiza al ser humano entre las demás criaturas. Igualmente, resolver sudokus degrada el interés que posee resolver un problema matemático real y concreto. Y ver en la tele las mismas cosas nos transforma en pantallas de ordenador y paraliza nuestra comprensión de lo que somos y nuestra visión "cercana" de donde estamos; de hecho, si hay algún anestésico potente que impide todo progreso o innovación social, es la televisión, el tontificante universal que reduce cualquier pensamiento original a mera copia y espectáculo, porque todas las actividades descritas son espectáculos montados para evitar que realmente hagamos algo. ¿Quién y por qué hace eso? ¿Realmente es un quién o es un qué? El caso es que es lo único que hace algo.

Estar ante el ordenador es estéril si no construyes algo; la mayor parte de la gente instruida aborrece los juegos de ordenador, porque la realidad le parece algo más complejo y apasionante; seguramente la realidad nos frustra más porque no poseemos tantos controles y mandos a distancia para ella como necesitaríamos; desde luego, la realidad no puede controlarse con los dedos de una mano, y de ninguna manera con un pulgar, a no ser que seas césar en un circo romano.

Si sembramos muy a menudo nuestro propio yo, si expandimos nuestra encorsetada creatividad ampliando los márgenes de nuestra soterrada, disfrazada y humillada libertad, cada semillla llegará a levantarse formado un verdadero bosque cuyos rincones secretos podremos explorar; si no, nos pasearemos por el árido desierto de una vida descorazonada e inauténtica y habremos muerto antes de morir

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