Uno frunce el entrecejo, que dicen los novelistas, cuando contempla cómo en la democracia y otras ramas del negocio del espectáculo molan más las apariencias que las esencias y las peroratas que las soluciones penosas y concretas; como la mayoría se convence más con sentimientos que con razones, politiquillos ansiosos de mayoría han transformado la política nacional en un culebrón donde se exhibe obscenamente desnuda tanto la pornografía del sentimiento como el prejuicio heredado o creado.
Asquean ya las jetas encorbatadas de los políticos porno que más engolfan la maloliente zahúrda en que se han convertido los periódicos del corazón. Los aspirantes a prebendados se vuelven prevendidos o prebandidos, y al poco tiempo vendidos o bandidos a secas; lo que no hay es prevenidos, porque los otros llegaron antes y siempre hay precedentes para hacerlo mal y nunca para hacerlo bien, porque, si hubiera precedentes para hacerlo bien, los precedentes no serían necesarios.
Tomemos por ejemplo ese sistema de votación que tan caro nos venden, el democrático sistema de un hombre un voto; en Carnavales ya se hace algo parecido a las listas cerradas (¿a que no me conoces?); se ve que nos consideran niños para jugar a la gallina ciega; el caso es que las mayorías ya las corrige una despreciativa ley d’Hont en contra de sistemas de valoración más justos e inteligentes, como el sistema de Condorcet, que tiene su origen en una idea de Raimundo Lulio. Schumpeter ya ha hablado de la falsedad y la perfectibilidad de la democracia, pero nadie quiere hacerla seguir avanzando con criterios como la transversalidad que ataquen de raíz las formas de bandidaje, tanto en altos como en bajos sectores sociales, que han corrompido nuestra sociedad.
La degradación de la enseñanza pública, que tantos se empeñan en lamentar, tan pocos en corregir y ninguno en pagar, es un típico ejemplo que muestra la falta de ideales y de redaños que acojona a nuestros miserables e hiperinactivos políticos, siempre porculizándose mutuamente, y lo que es peor, disfrutando con ello. El asqueado y diarreico tragalista de basura telediaria termina discurriendo, a poco que posea un talante positivo, que si la derecha dice que la izquierda es una mierda, y la izquierda dice que la derecha también lo es, los políticos todos son una mierda, ya que sin duda ambos son personajes notables y honestos y sin duda tienen razón y dicen la verdad, y uno está inclinado a darles la razón en todo, que es lo que más desean. Todo es publicidad en los medios: la del gobierno y la oposición se da en los telediarios y la privada en los anuncios que vienen después (en los últimos años también entremedias), suponiendo que gobierno y oposición no sean también emanaciones de corporaciones o conglomerados económicos privados, que es mucho suponer, habida cuenta de cómo me están inmoralizando la sociedad española los sinvergüenzas de uno y otro polo y pelo.
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