Estamos arrojados al mundo, como el albatros de Baudelaire, y yectos en él; asumir esa condición es ser arrojado, pero esa palabra consabe las interpretaciones activas y pasivas que han lugar a las diferencias entre ser un parado y ser un detenido. Hay parados que lo son porque no pueden dejar de serlo, y hay parados que lo son porque otros se empeñan en que lo sean, condiciones que generan las connotaciones anómicas sociales de esta palabra última. Como la frase de Adenauer de que en política lo importante no es tener razón, sino que te la den. La razón queda desvirtuada por su ser en un mundo poco razonable, o donde la razón no es generalizable sino a costa de sangre. El ser humano no es reductible a la conducta de las abejas, no es socializable en absoluto, sino en parte y según cómo. Ni puede transformarse en un derelicto yecto ni alzarse como un ejemplo pristino de conducta razonaria.
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