lunes, 5 de marzo de 2007

Dolor de cabeza



A mis demasiado ignorantes alumnos (no porque ellos quieran, sino porque el estado y la moral convencional quieren, ya que les es más económico y rentable), y en particular a los alérgicos a la lectura, que bien podrían confundir un libro y meterlo por la ranura del vídeo, les digo a veces, cuando da la rara casualidad de que han podido léérselo (que les maravilla y sorprende no poco) y están experimentando la rara confusión derivada de ello:

-No es un dolor de cabeza, es un pensamiento.

Porque el estado general de la didáctica que se imparte ha llegado a confundir ambas cosas. El conocimiento es difícil, porque el más notorio atributo de la realidad es la complejidad; el error y la imprecisión es el ingrediente más abundante del mundo, y también el único procedimiento para hallar la verdad; sin embargo, con las horas que se imparten en la educación escolar obligatoria, hay que atajar camino recurriendo a la puerta estrecha, al camino lleno de espinas y de abrojos, a la casta dama de Heracles, a la voluntad, en suma. La didáctica se ha propuesto que el conocimiento sea fácil; eso puede resultar, y resulta, a determinados niveles, los niveles de preescolar y los de la enseñanza primaria; pero habrá qué ver la forma de hacer didáctica de derivar, hacer cálculo diferencial, aprenderse los verbos o saber la capital de Mongolia y la fecha de la muerte de Felipe II. Se da ahora la triste consecuencia de que, por haber querido enseñar bien, explicándolo todo, ahora no es posible enseñar: el aula está llena de estruendo y furia y el profesor, desanimado por no poder ser oído, por explicar en el desierto, ha de concluir tristemente que su labor nada significa, y considerarse un idiota que cuenta chistes malos. Porque ni la sociedad ni el estado se dan por enterados del triste futuro que se nos avecina.

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