miércoles, 7 de marzo de 2007
La banda de los parquímetros
Un reportaje de El Mundo ha mostrado que existe un movimiento organizado en Madrid para destrozar parquímetros. La franja de edad de este ejército de tecnófobos va desde el ama de casa jubilada y ancianita, que prefiere el ácido instilado por la oreja de la ranura, al joven propietario de un taller mecánico o la comparsa de vándalos adolescentes desocupados, algo más violentos y físicos en su proceder.
No se ha cogido al ideólogo; sólo a los soldados que luchan en esta particular guerrilla urbana que detesta también las cabinas telefónicas, las mirillas telescópicas y los cajeros automáticos, porque han sido filmados de tapadillo en vídeo, pero es fácil adivinar su pensamiento, sus creencias, su humanismo en fin, que los reduccionistas rebajarían a un simple interés económico, como en el caso de El Dioni. Se trata de algo más profundo, una angustia que origina lo que Albert Camus llamaría el hombre revuelto.
Todos esos aparatos son algo así como las nuevas murallas de una Edad Media económica. Separan a los pocos y ricos de los muchos y pobres. Y, junto a esto, se quiere poner precio al tiempo y a la comunicación humana. Los cajeros automáticos son sólo máquinas de dar excusas y quitar el trabajo a las personas. En fin, se está deshumanizando a las personas y criminalizando a quien no va ni puede ir rápido (un caso distinto es el discapacitado, porque es fuente de negocio), a quien no puede despachar de forma simple problemas complejos, a quien necesita el tiempo y el espacio que reclama todo ser humano o considera que es también copropietario del mundo y le han robado un sitio o parte de la calle, o al necesitado de transfusión monetaria urgente. Y es que no hay cara más dura que la de un cajero automático.
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