Son curiosos estos etólogos; nos dicen que una de las pruebas más seguras de inteligencia es saber reconocerse en un espejo, con lo que determinan, una vez realizadas las oportunas averiguaciones, que los chimpancés, los delfines y algunos elefantes son inteligentes. Dan por hecho que también lo son los humanos, pero eso es discutible y yo tengo mis dudas.
Por ejemplo, tomemos a un político al que un periodista (bien retribuido y fijo en plantilla, que eso es casi de ficción científica en España) le lee el currículum de felonías, mentiras, insultos y provocaciones que constituye su habitual trabajo; el político no se reconocerá en absoluto en ese espejito mágico y al momento pajareará su alma colmenera de angelicales ceras y labores hablando sin hablar y pensando sin pensar, en un orbe idealista y estratosférico, pues su mundo no es de este reino cruel y chabacano. Evidentemente, el político no se reconoce en su imagen real, como suele suceder incluso a cantantes de rock, divos y otros exponentes del mal del siglo XXI, que es la gilipollez; parece que se ha adelantado la cronología de aquellas proféticas palabras en aquella gran obra teatral, luego rodada en película, Trainspotting: "Dentro de mil años no habrá ya hombres ni mujeres... sólo gilipollas".
Pero la explicación tal vez sea otra, y reconocerse al mirarse al espejo quizá sea un ndicador no de inteligencia, sino de conciencia, conque habría que concluir entonces, tristemente, que los políticos, esos moluscos univalvos (su caparazón es su sillón) tan fuertemente adheridos al poder, no tienen conciencia y encima lo saben.
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